Archivo de la categoría: Cuentos

Llora como una mujer …

Su madre le contó miles de veces la leyenda de Boabdil. Boabdil “el chico” fue el último rey moro de Granada, que después de rendir la ciudad a los reyes católicos, en el camino hacia su exilio en la Alpujarra almeriense al llegar a la cima de la montaña, que hoy todavía se llama “el suspiro del moro”, volvió la vista y al ver Granada por última vez lloró. Su madre, Fátima, lo reprendió diciéndole «llora como una mujer lo que nunca supiste defender como un hombre».

Pedro nunca había entendido muy bien esa frase, siempre se había revelado un poco contra esas concepciones tan antiguas, y esa de que los hombres no lloran era una de las que más le molestaba. Él era un buen hombre, más que eso, él era un gran hombre, y lloraba a menudo. Llorar y ser un hombre no son incompatibles. A veces una canción, otras una poesía, o la añoranza de un amigo, y si ya nos metemos en su relación con las mujeres entonces eso no era llorar, era “lo siguiente”.

Lloraba cuando era feliz porque era feliz, cuando ellas le dejaban lloraba porque le habían dejado, cuando volvían lloraba porque habían vuelto. A veces lloraba porque no tenía porqué llorar.

Pedro decidió investigar la realidad de la historia de Boabdil, buscó en bibliotecas, en iglesias, en viejos manuscritos, buscó  cuadros, buscó películas, buscó hasta en los lugares más insospechados. La búsqueda de Pedro se convirtió en un viaje lleno de lágrimas.

A veces, buscando en recónditas bibliotecas de pueblo, encontraba la historia de una familia granadina, que igual que Boabdil, y después de vivir en su casa más de 300 años era desahuciadaa del cortijo familiar  de  por culpa de la religión, y cuando leía como eran maltratados sentía su dolor y el miedo de no saber dónde irían, ellos solo conocían Granada. Otras veces era una historia de amor truncada por un cambio de obispo en la provincia, que obligaba a cambiar sirvientes y soldados, y eso separaba parejas, familias o amigos. También había historias de familias enfrentadas y arruinadas en la lucha por el uso de un pequeño riachuelo.

En todas las historias Pedro encontraba motivo para llorar, pena, alegría, amor, desamor, la muerte, la vida. Pedro disfruto mucho del viaje al que le había llevado la búsqueda de porqué lloraba Boabdil.

Pedro había llegado a un pequeño pueblo en la sierra de Almería, el pueblo estaba abandonado y la pequeña ermita derruida. Pero de repente, sin motivo aparente, empezó a llorar, y se dio cuenta de que sus lágrimas eran como un detector de metales, si se movía en una dirección las lágrimas cesaban, pero si iba en la dirección contraria las lágrimas aumentaban. Pedro decidió seguir a las lágrimas y sorteando algunas rocas se encontró de rodillas mirando debajo de una piedra mientras lloraba como no había llorado nunca.

Cuando pudo secarse las lágrimas y mirar debajo de la piedra encontró una pequeño cofre gastado por el tiempo. Retiró las telarañas que lo cubrían y no pudo resistir la tentación de abrirlo y mirar dentro. Encontró un viejo pergamino. Uff! que emoción, no se atrevía a desenrrollarlo por miedo a romperlo, pero le pudo la curiosidad. Pedro empezó a leerlo, era una carta de amor. Era la carta de amor de Boabdil a la que había sido el amor secreto de su vida. El hablaba de las tardes pasadas a escondidas mirándose a los ojos y de cómo esos minutos de felicidad eran los mejores de su vida. Boabdil la explicaba que había tenido que salir deprisa de Granada sin tiempo para una última despedida, que entendía que ella no podía acompañarle  por que sus hijos la necesitaban y no podía seguirlo en su destierro, Boabdil la prometía no olvidarla y seguir queriéndola siempre. En esa carta Boabdil la decía que cuando llegó a la última montaña desde la que se veja Granada toda la angustia de su ausencia se concentró en sus lagrimas y no pudo impedir que todo su séquito le viera llorar. Todos pensaron que lloraba por Granada, pero el solo lloraba porque no podría nunca volver a estar con ella.

Pedro tembló de emoción leyendo la carta, y comprendió porque nunca había entendido la historia del hombre que lloraba como una mujer, y comprendió que Boabdil lloró como un hombre, pero como un hombre enamorado que no podía estar con Jadisa.

lagrimas por jadisa peuqe

Duelo en Granada

Aquí está el último desafío en forma de cuento para el dibujista: Granada, Boabdil, Suspiro del moro…….

Su madre le contó miles de veces la leyenda de Boabdil. Boabdil «el chico» fue el último rey moro de Granada, que después de rendir la ciudad a los reyes católicos, en el camino hacia su exilio en la Alpujarra almeriense al llegar a la cima de la montaña, que hoy todavía se llama “el suspiro del moro”, volvió la vista y al ver Granada por última vez lloró. Su madre, Fátima, lo reprendió diciéndole «llora como una mujer lo que nunca supiste defender como un hombre».

Pedro nunca había entendido muy bien esa frase, siempre se había revelado un poco contra esas concepciones tan antiguas, y esa de que los hombres no lloran era una de las que más le molestaba. Él era un buen hombre, más que eso, él era un gran hombre, y lloraba a menudo. Llorar y ser un hombre no son incompatibles. A veces una canción, otras una poesía, o la añoranza de un amigo, y si ya nos metemos en su relación con las mujeres entonces eso no era llorar, era “lo siguiente”.

Lloraba cuando era feliz porque era feliz, cuando ellas le dejaban lloraba porque le habían dejado, cuando volvían lloraba porque habían vuelto. A veces lloraba porque no tenía porqué llorar.

Pedro decidió investigar la realidad de la historia de Boabdil, buscó en bibliotecas, en iglesias, en viejos manuscritos, buscó  cuadros, buscó películas, buscó hasta en los lugares más insospechados. La búsqueda de Pedro se convirtió en un viaje lleno de lágrimas.

A veces, buscando en recónditas bibliotecas de pueblo, encontraba la historia de una familia granadina, que igual que Boabdil, y después de vivir en su casa más de 300 años era desahuciadaa del cortijo familiar  de  por culpa de la religión, y cuando leía como eran maltratados sentía su dolor y el miedo de no saber dónde irían, ellos solo conocían Granada. Otras veces era una historia de amor truncada por un cambio de obispo en la provincia, que obligaba a cambiar sirvientes y soldados, y eso separaba parejas, familias o amigos. También había historias de familias enfrentadas y arruinadas en la lucha por el uso de un pequeño riachuelo.

En todas las historias Pedro encontraba motivo para llorar, pena, alegría, amor, desamor, la muerte, la vida. Pedro disfruto mucho del viaje al que le había llevado la búsqueda de porqué lloraba Boabdil.

Pedro había llegado a un pequeño pueblo en la sierra de Almería, el pueblo estaba abandonado y la pequeña ermita derruida. Pero de repente, sin motivo aparente, empezó a llorar, y se dio cuenta de que sus lágrimas eran como un detector de metales, si se movía en una dirección las lágrimas cesaban, pero si iba en la dirección contraria las lágrimas aumentaban. Pedro decidió seguir a las lágrimas y sorteando algunas rocas se encontró de rodillas mirando debajo de una piedra mientras lloraba como no había llorado nunca.

Cuando pudo secarse las lágrimas y mirar debajo de la piedra encontró una pequeño cofre gastado por el tiempo. Retiró las telarañas que lo cubrían y no pudo resistir la tentación de abrirlo y mirar dentro. Encontró un viejo pergamino. Uff! que emoción, no se atrevía a desenrrollarlo por miedo a romperlo, pero le pudo la curiosidad. Pedro empezó a leerlo, era una carta de amor. Era la carta de amor de Boabdil a la que había sido el amor secreto de su vida. El hablaba de las tardes pasadas a escondidas mirándose a los ojos y de cómo esos minutos de felicidad eran los mejores de su vida. Boabdil la explicaba que había tenido que salir deprisa de Granada sin tiempo para una última despedida, que entendía que ella no podía acompañarle  por que sus hijos la necesitaban y no podía seguirlo en su destierro, Boabdil la prometía no olvidarla y seguir queriéndola siempre. En esa carta Boabdil la decía que cuando llegó a la última montaña desde la que se veja Granada toda la angustia de su ausencia se concentró en sus lagrimas y no pudo impedir que todo su séquito le viera llorar. Todos pensaron que lloraba por Granada, pero el solo lloraba porque no podría nunca volver a estar con ella.

Pedro tembló de emoción leyendo la carta, y comprendió porque nunca había entendido la historia del hombre que lloraba como una mujer, y comprendió que Boabdil lloró como un hombre, pero como un hombre enamorado que no podía estar con Jadisa.

La chica de las pulseras

la chica de las pulseras peque

Era el verano de su vida. Oscar acababa de terminar la carrera, después de cinco años le esperaba un fantástico futuro como ingeniero nuclear en el CERN. Ya tenía la beca, permiso de trabajo e, incluso, había visto ya un apartamento precioso con vistas a un valle enorme desde el que pensaba subir a esquiar tanto como fuera posible.

El verano empezó con una nueva pandilla de amigos, mucho sol, copas, fiestas y algún que otro revolcón con alguna turista de las que a todos gustan.

Pero ayer conoció a Rosa y, de repente, todo cambió. Ya no le importaba el CERN, ni la beca, ni el apartamento, ni el esquí,  ni la nueva pandilla, ni siquiera los revolcones con las turistas. Ahora no podía pensar en otra cosa que no fuera ella.

Rosa era una mujer normal, nada especial se decía a si mismo. Ni guapa ni fea, ni gorda ni delgada, ni simpática ni tímida. Peroéll se había enamorado.

Pasaron largas tardes en la playa, disfrutando del ruido de las olas, del sol del Mediterráneo cuando cae la tarde. Y de las noches en la playa con la luna sobre el mar. A veces hablaban de las estrellas o de los peces o de los pescadores, pero la mayor parte del tiempo solo estaban juntos, mirándose o acariciandose las manos.

Rosa trabajaba vendiendo pulseras de piel. Ella las hacía y las vendía sobre una manta en la plaza. Vivía al día, vendiendo solo los 38€ que necesitaba para vivir, en cuanto llegaba a ese número cerraba la manta y se iba a la playa.

Se habían enamorado locamente y Rosa le dijo que se fuera con ella, que olvidara esa vida tan ordinaria que tenía planificada y vivieran juntos.

Oscar no sabía qué hacer, estaba hecho un lío, así que acudió a su abuelo. Su abuelo era un hombre lleno de experiencia que había vivido más de 30 años viajando. Había conocido infinitos amores, en infinitos lugares, con infinitas mujeres distintas. Nadie mejor que su abuelo le podría aconsejar.

Se sentaron en el bar del puerto, pidieron unas cervezas y Oscar le empezó a contar a su abuelo. Cuando hablaba de Rosa el tiempo parecía no transcurrir. Se dio cuenta de que solo había hablado él cuando iban por la quinta cerveza.

Su abuelo le dijo con cariño que irse con Rosa no era una buena idea, que esas cosas no duran, que en su experiencia se sufre cada poco tiempo y que no merece la pena el riesgo. Le dijo que entendía su pasión por Rosa, pero que su vida estaba en otro sitio, que en el CERN seguro le esperaba la mujer de su vida con la que sería feliz.

Oscar seguía discutiendo con su abuelo, la conversación iba y venía en círculos y no acababa de decidirse.

Pidieron las últimas cervezas cuando junto a la mesa pasó una mujer mayor, tenía la piel arrugada, pero los ojos y la expresión de las mujeres que fueron espectaculares.

Ella Miró al abuelo de Oscar y el flechazo fue brutal. El abuelo se levantó, dejó a Oscar con la palabra en la boca, se fue detrás de ella y desapareció detrás de su nuevo amor. Nunca volvió a ver a su abuelo.

Un desafío dedicado a los veraneantes….

Aquí está el desafío para el dibujista, esta vez dedicado a los que están disfrutando de un amor de verano……..

Ya estamos esperando la dibujeta……

Era el verano de su vida. Oscar acababa de terminar la carrera, después de cinco años le esperaba un fantástico futuro como ingeniero nuclear en el CERN. Ya tenía la beca, permiso de trabajo e, incluso, había visto ya un apartamento precioso con vistas a un valle enorme desde el que pensaba subir a esquiar tanto como fuera posible.

El verano empezó con una nueva pandilla de amigos, mucho sol, copas, fiestas y algún que otro revolcón con alguna turista de las que a todos gustan.

Pero ayer conoció a Rosa y, de repente, todo cambió. Ya no le importaba el CERN, ni la beca, ni el apartamento, ni el esquí,  ni la nueva pandilla, ni siquiera los revolcones con las turistas. Ahora no podía pensar en otra cosa que no fuera ella.

Rosa era una mujer normal, nada especial se decía a si mismo. Ni guapa ni fea, ni gorda ni delgada, ni simpática ni tímida. Peroéll se había enamorado.

Pasaron largas tardes en la playa, disfrutando del ruido de las olas, del sol del Mediterráneo cuando cae la tarde. Y de las noches en la playa con la luna sobre el mar. A veces hablaban de las estrellas o de los peces o de los pescadores, pero la mayor parte del tiempo solo estaban juntos, mirándose o acariciandose las manos.

Rosa trabajaba vendiendo pulseras de piel. Ella las hacía y las vendía sobre una manta en la plaza. Vivía al día, vendiendo solo los 38€ que necesitaba para vivir, en cuanto llegaba a ese número cerraba la manta y se iba a la playa.

Se habían enamorado locamente y Rosa le dijo que se fuera con ella, que olvidara esa vida tan ordinaria que tenía planificada y vivieran juntos.

Oscar no sabía qué hacer, estaba hecho un lío, así que acudió a su abuelo. Su abuelo era un hombre lleno de experiencia que había vivido más de 30 años viajando. Había conocido infinitos amores, en infinitos lugares, con infinitas mujeres distintas. Nadie mejor que su abuelo le podría aconsejar.

Se sentaron en el bar del puerto, pidieron unas cervezas y Oscar le empezó a contar a su abuelo. Cuando hablaba de Rosa el tiempo parecía no transcurrir. Se dio cuenta de que solo había hablado él cuando iban por la quinta cerveza.

Su abuelo le dijo con cariño que irse con Rosa no era una buena idea, que esas cosas no duran, que en su experiencia se sufre cada poco tiempo y que no merece la pena el riesgo. Le dijo que entendía su pasión por Rosa, pero que su vida estaba en otro sitio, que en el CERN seguro le esperaba la mujer de su vida con la que sería feliz.

Oscar seguía discutiendo con su abuelo, la conversación iba y venía en círculos y no acababa de decidirse.

Pidieron las últimas cervezas cuando junto a la mesa pasó una mujer mayor, tenía la piel arrugada, pero los ojos y la expresión de las mujeres que fueron espectaculares.

Ella Miró al abuelo de Oscar y el flechazo fue brutal. El abuelo se levantó, dejó a Oscar con la palabra en la boca, se fue detrás de ella y desapareció detrás de su nuevo amor. Nunca volvió a ver a su abuelo.

la chica de las pulseras peque

La llave del tiempo

Ella sabía que no podía ser, que no podían estar juntas.

En la fábrica todo estaba organizado, cada una tenía su sitio. Era seguro que aquella era la mejor solución para la fábrica y para todas ellas. En aquella enorme nave se producía la enzima que protegía a todas las hembras de su especie de la radiación de los 4 soles. Hacía dos años la combinación de las radiaciones de los soles estuvo a punto de terminar con todas, sólo la casualidad permitió que una de ellas descubriera la enzima que las protegía y la forma de fabricarla.

Su mundo iría camino de la desaparición si la fábrica no produjera suficiente enzima y, sólo si cada una seguía en su sitio, podrían mantener el ritmo. No sabían durante cuanto tiempo, pero al menos un par de generaciones más.

Ella la veía a lo lejos, solo 148 filas delante.

La vida en la fábrica se hacía eterna y, aunque revisaba 24 piezas por segundo, a ella cada segundo le parecía un día o un año o una vida. Es verdad, le gustaba su trabajo, si podía concentrarse todo iba bien y mas sabiendo que Alejandra estaba tan cerca, solo 148 filas!!!

Pero a veces no podía concentrarse, se soñaba con Alejandra, abrazadas soñando juntas.

De repente, la cadena de producción se paró, el tiempo se detuvo. Alejandra seguía solo 148 filas delante pero ninguna de las dos se podía mover. Ella solo quería correr junto a ella y empezó a llorar.

Una lágrima se deslizó por su mejilla y cayó hacia el suelo. La pudo recoger a tiempo y al cogerla se transformó en una llave, muy pequeña. Mientras el tiempo seguía detenido, ella pudo imaginar que la llave abría un rincón de su corazón en el que las dos estaban juntas. Cogió la llave y la guardó en su puño cerrándolo con pasión.

Al cerrar el puño con pasión, el tiempo volvió a correr. Con la llave en su mano, el ritmo de la fabrica se aceleró y la sirena sonó. Su turno había terminado. Recorrió las 74 filas a la carrera, mientras Alejandra recorría las otras 74. Como todos los días, se estrecharon en un abrazo que siempre era la envidia de todas sus compañeras.

No sabía cuánto tiempo había pasado, la llave y el rincón de su corazón en el que estaban juntas le habían quitado relevancia al tiempo. Ahora, con la llave, sabía que podía abrir ese rincón siempre que quisiera y así acelerar el tiempo para volver a abrazarse.
Lo único que importaba es que ahora estaba con ella, que estaban juntas.

La llave del tiempo

La llave del tiempo

Este desafío no es de mujeres, pero si de ellas

Ella sabía que no podía ser, que no podían estar juntas.

En la fábrica todo estaba organizado, cada una tenía su sitio. Era seguro que aquella era la mejor solución para la fábrica y para todas ellas. En aquella enorme nave se producía la enzima que protegía a todas las hembras de su especie de la radiación de los 4 soles. Hacía dos años la combinación de las radiaciones de los soles estuvo a punto de terminar con todas, sólo la casualidad permitió que una de ellas descubriera la enzima que las protegía y la forma de fabricarla.

Su mundo iría camino de la desaparición si la fábrica no produjera suficiente enzima y, sólo si cada una seguía en su sitio, podrían mantener el ritmo. No sabían durante cuanto tiempo, pero al menos un par de generaciones más.

Ella la veía a lo lejos, solo 148 filas delante.

La vida en la fábrica se hacía eterna y, aunque revisaba 24 piezas por segundo, a ella cada segundo le parecía un día o un año o una vida. Es verdad, le gustaba su trabajo, si podía concentrarse todo iba bien y mas sabiendo que Alejandra estaba tan cerca, solo 148 filas!!!

Pero a veces no podía concentrarse, se soñaba con Alejandra, abrazadas soñando juntas.

De repente, la cadena de producción se paró, el tiempo se detuvo. Alejandra seguía solo 148 filas delante pero ninguna de las dos se podía mover. Ella solo quería correr junto a ella y empezó a llorar.

Una lágrima se deslizó por su mejilla y cayó hacia el suelo. La pudo recoger a tiempo y al cogerla se transformó en una llave, muy pequeña. Mientras el tiempo seguía detenido, ella pudo imaginar que la llave abría un rincón de su corazón en el que las dos estaban juntas. Cogió la llave y la guardó en su puño cerrándolo con pasión.

Al cerrar el puño con pasión, el tiempo volvió a correr. Con la llave en su mano, el ritmo de la fabrica se aceleró y la sirena sonó. Su turno había terminado. Recorrió las 74 filas a la carrera, mientras Alejandra recorría las otras 74. Como todos los días, se estrecharon en un abrazo que siempre era la envidia de todas sus compañeras.

No sabía cuánto tiempo había pasado, la llave y el rincón de su corazón en el que estaban juntas le habían quitado relevancia al tiempo. Ahora, con la llave, sabía que podía abrir ese rincón siempre que quisiera y así acelerar el tiempo para volver a abrazarse.
Lo único que importaba es que ahora estaba con ella, que estaban juntas.

La ilusión del coltán

El se levantó como todas las mañanas antes de que sus hijos hubieran despertado. Salió de la choza, y como todas las mañanas se dió con la cabeza en el dintel, nunca encontraba el momento de arreglarlo.

Aquella manera de empezar el día se había hecho habitual, recordaba que una vez no se golpeo con la puerta y luego estuvo todo el día con dolor de cabeza.

Hoy no había sido un día diferente, todo transcurría como de costumbre, el golpe en la cabeza, la carrera detrás de la cabra para ordeñar un poco de leche, y luego la marcha de 2 horas hasta llegar a la entrada de la mina.

A el no le importaba todo ese esfuerzo, la ilusión de que sus hijos pudieran tener una vida distinta le daba energía suficiente para eso, y para mucho mas.

El llegó a la mina, pero sabía por donde entrar, tenía un secreto que le evitaba las peleas y los empujones con otros mineros. La semana pasada habían muerto 3 en una de las peleas. El pensaba que era absurdo pelear por entrar a morir, pero también sabía que los que lo hacían no tenían otra opción.

Descubrió de maleza su entrada secreta y llegó a la galería, bueno galería por llamarlo de alguna manera porque en realidad no era más que un sucio agujero de 100 metros en el que sólo en algunos puntos cabían dos personas a la vez.

Comenzó a trabajar y a las pocas horas empezó a encontrar más mineral de lo que era habitual, si seguía a ese ritmo en dos horas más habría conseguido coltán para dar de comer a sus hijos todo el mes.

Empezó a cavar con más y más fuerza, y de repente los meses se le acumulaban en la cabeza, ya tenía coltán para más meses de los que era capaz de contar, y eso que teniendo 9 hijos había tenido que contar mucho y muchas veces.

De repente desde las rocas surgió un gusano verde, pequeño, pero que de repente empezó a hablar con el. Le preguntó por sus hijos intentando entender porque bajaba cada día a la mina, arriesgando su vida, y dejando a sus hijos solos en la aldea.

El gusano no sabía porque todos querían coltán, el sabía de donde venía, en realidad el coltán era el resultado de la descomposición de la comida del gusano. Cuanto mas comía mas coltán. Así que el gusano no entendía nada.

Undugu le pregunto al gusano que comía para producir coltán y el gusano le contesto: «yo como ilusión», y si tú me das la tuya tendrás todo el coltán que necesites.

Undugu no se lo pensó, dijo inmediatamente que sí, y el gusano se comió la ilusión de Undugu. Undugu salió de la mina y se dirigió hacia su casa, al llegar allí había varias toneladas de coltán, suficientes para dar de comer 9 veces a sus 9 hijos, durante 9 generaciones. El se sintió feliz, vendió el coltán y resolvió la vida de sus hijos y su familia.

A la mañana siguiente se fué a levantar y al darse de nuevo con el dintel de la puerta recordó que ya no tenía que ir a la mina, que su ilusión se había cumplido, así que ordeñó a la cabra, bebió su leche y se sentó.

Nunca volvió a levantarse, lo último que se le vio hacer fue llorar por la falta de ilusión.

verde que te quiero verde peque

La ilusión del coltán otro desafio para el dibujista

El se levantó como todas las mañanas antes de que sus hijos hubieran despertado. Salió de la choza, y como todas las mañanas se dió con la cabeza en el dintel, nunca encontraba el momento de arreglarlo.

Aquella manera de empezar el día se había hecho habitual, recordaba que una vez no se golpeo con la puerta y luego estuvo todo el día con dolor de cabeza.

Hoy no había sido un día diferente, todo transcurría como de costumbre, el golpe en la cabeza, la carrera detrás de la cabra para ordeñar un poco de leche, y luego la marcha de 2 horas hasta llegar a la entrada de la mina.

A el no le importaba todo ese esfuerzo, la ilusión de que sus hijos pudieran tener una vida distinta le daba energía suficiente para eso, y para mucho mas.

El llegó a la mina, pero sabía por donde entrar, tenía un secreto que le evitaba las peleas y los empujones con otros mineros. La semana pasada habían muerto 3 en una de las peleas. El pensaba que era absurdo pelear por entrar a morir, pero también sabía que los que lo hacían no tenían otra opción.

Descubrió de maleza su entrada secreta y llegó a la galería, bueno galería por llamarlo de alguna manera porque en realidad no era más que un sucio agujero de 100 metros en el que sólo en algunos puntos cabían dos personas a la vez.

Comenzó a trabajar y a las pocas horas empezó a encontrar más mineral de lo que era habitual, si seguía a ese ritmo en dos horas más habría conseguido coltán para dar de comer a sus hijos todo el mes.

Empezó a cavar con más y más fuerza, y de repente los meses se le acumulaban en la cabeza, ya tenía coltán para más meses de los que era capaz de contar, y eso que teniendo 9 hijos había tenido que contar mucho y muchas veces.

De repente desde las rocas surgió un gusano verde, pequeño, pero que de repente empezó a hablar con el. Le preguntó por sus hijos intentando entender porque bajaba cada día a la mina, arriesgando su vida, y dejando a sus hijos solos en la aldea.

El gusano no sabía porque todos querían coltán, el sabía de donde venía, en realidad el coltán era el resultado de la descomposición de la comida del gusano. Cuanto mas comía mas coltán. Así que el gusano no entendía nada.

Undugu le pregunto al gusano que comía para producir coltán y el gusano le contesto: «yo como ilusión», y si tú me das la tuya tendrás todo el coltán que necesites.

Undugu no se lo pensó, dijo inmediatamente que sí, y el gusano se comió la ilusión de Undugu. Undugu salió de la mina y se dirigió hacia su casa, al llegar allí había varias toneladas de coltán, suficientes para dar de comer 9 veces a sus 9 hijos, durante 9 generaciones. El se sintió feliz, vendió el coltán y resolvió la vida de sus hijos y su familia.

A la mañana siguiente se fué a levantar y al darse de nuevo con el dintel de la puerta recordó que ya no tenía que ir a la mina, que su ilusión se había cumplido, así que ordeñó a la cabra, bebió su leche y se sentó.

Nunca volvió a levantarse, lo último que se le vio hacer fue llorar por la falta de ilusión.

2304 robots

El soñaba con perder el corazón.

Ufff esta no es manera de empezar un cuento, así que mejor empezamos de nuevo.

Todos los robots estaban terminados por hoy, hoy habían fabricado 2.304, récord del año. Dan estaba encantado, su nueva organización había dado resultado y era el centro de todas las felicitaciones.

La rubia del departamento de compras se había fijado en él gracias al récord, y después de recibir sus felicitaciones, y un poco de charla intrascendente Dan se había decidido a invitarla a cenar. Dan esta emocionado, habían quedado a cenar.

La recogió en su casa a las 8, puntual como un reloj, y ella le hizo esperar los 5 minutos de rigor detrás de la puerta  mirando entre las cortinas, pero atenta a cada movimiento de Dan, asegurándose de que Dan no se fuera. Ella salió de casa con una sonrisa sencilla, aunque era una mujer espectacular no quería asustar a Dan.

Cenaron junto al lago, sobre las rocas, mientras las olas ayudaban a mantener esos silencios de las primeras citas. La cena fue bien, ellos se entendieron, y Dan habría jurado que podía empezar algo importante en aquella cena.

De vuelta a casa hablaron de su récord 2.304, menudo número, un 12,4% más que el record anterior. Ella le preguntó cuáll era el secreto y él dijo que no había secreto que aquella mañana un hada azul había dibujado el número en su armario y que sin saber porque al llegar a la fábrica todo había funcionado, pero que ahora cada robot se había hecho un hueco en su corazón y que sabía que iba a llorar cada una de sus ausencias, con cada robot vendido, con cada robot que no volvería a ver. No el primer día ni el segundo, pero si el día 23 de cada mes lloraría a los robots que no podrían estar con el.

Ella se enamoró de él en ese momento, locamente con todo su corazón, y aunque se volcó en un beso largo, casi eterno, Dan no pudo sino empezar a llorar por los robots perdidos que ya nunca estarían con el. Se dio cuenta de que podía haber sido feliz con ella, pero los robots ocupaban todo su corazón.

A la mañana siguiente el número en la pared era 2305, un nuevo récord, pero Dan lloró de nuevo.

Dan ya no soñaba con robots, o con ella.

Él solo soñaba con perder su corazón.

2304 peque

Desafiando al dibujista

El soñaba con perder el corazón.

Ufff esta no es manera de empezar un cuento, así que mejor empezamos de nuevo.

Todos los robots estaban terminados por hoy, hoy habían fabricado 2.304, récord del año. Dan estaba encantado, su nueva organización había dado resultado y era el centro de todas las felicitaciones.

La rubia del departamento de compras se había fijado en él gracias al récord, y después de recibir sus felicitaciones, y un poco de charla intrascendente Dan se había decidido a invitarla a cenar. Dan esta emocionado, habían quedado a cenar.

La recogió en su casa a las 8, puntual como un reloj, y ella le hizo esperar los 5 minutos de rigor detrás de la puerta  mirando entre las cortinas, pero atenta a cada movimiento de Dan, asegurándose de que Dan no se fuera. Ella salió de casa con una sonrisa sencilla, aunque era una mujer espectacular no quería asustar a Dan.

Cenaron junto al lago, sobre las rocas, mientras las olas ayudaban a mantener esos silencios de las primeras citas. La cena fue bien, ellos se entendieron, y Dan habría jurado que podía empezar algo importante en aquella cena.

De vuelta a casa hablaron de su récord 2.304, menudo número, un 12,4% más que el record anterior. Ella le preguntó cuáll era el secreto y él dijo que no había secreto que aquella mañana un hada azul había dibujado el número en su armario y que sin saber porque al llegar a la fábrica todo había funcionado, pero que ahora cada robot se había hecho un hueco en su corazón y que sabía que iba a llorar cada una de sus ausencias, con cada robot vendido, con cada robot que no volvería a ver. No el primer día ni el segundo, pero si el día 23 de cada mes lloraría a los robots que no podrían estar con el.

Ella se enamoró de él en ese momento, locamente con todo su corazón, y aunque se volcó en un beso largo, casi eterno, Dan no pudo sino empezar a llorar por los robots perdidos que ya nunca estarían con el. Se dio cuenta de que podía haber sido feliz con ella, pero los robots ocupaban todo su corazón.

A la mañana siguiente el número en la pared era 2305, un nuevo récord, pero Dan lloró de nuevo.

Dan ya no soñaba con robots, o con ella.

Él solo soñaba con perder su corazón.