La chica de las pulseras

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Era el verano de su vida. Oscar acababa de terminar la carrera, después de cinco años le esperaba un fantástico futuro como ingeniero nuclear en el CERN. Ya tenía la beca, permiso de trabajo e, incluso, había visto ya un apartamento precioso con vistas a un valle enorme desde el que pensaba subir a esquiar tanto como fuera posible.

El verano empezó con una nueva pandilla de amigos, mucho sol, copas, fiestas y algún que otro revolcón con alguna turista de las que a todos gustan.

Pero ayer conoció a Rosa y, de repente, todo cambió. Ya no le importaba el CERN, ni la beca, ni el apartamento, ni el esquí,  ni la nueva pandilla, ni siquiera los revolcones con las turistas. Ahora no podía pensar en otra cosa que no fuera ella.

Rosa era una mujer normal, nada especial se decía a si mismo. Ni guapa ni fea, ni gorda ni delgada, ni simpática ni tímida. Peroéll se había enamorado.

Pasaron largas tardes en la playa, disfrutando del ruido de las olas, del sol del Mediterráneo cuando cae la tarde. Y de las noches en la playa con la luna sobre el mar. A veces hablaban de las estrellas o de los peces o de los pescadores, pero la mayor parte del tiempo solo estaban juntos, mirándose o acariciandose las manos.

Rosa trabajaba vendiendo pulseras de piel. Ella las hacía y las vendía sobre una manta en la plaza. Vivía al día, vendiendo solo los 38€ que necesitaba para vivir, en cuanto llegaba a ese número cerraba la manta y se iba a la playa.

Se habían enamorado locamente y Rosa le dijo que se fuera con ella, que olvidara esa vida tan ordinaria que tenía planificada y vivieran juntos.

Oscar no sabía qué hacer, estaba hecho un lío, así que acudió a su abuelo. Su abuelo era un hombre lleno de experiencia que había vivido más de 30 años viajando. Había conocido infinitos amores, en infinitos lugares, con infinitas mujeres distintas. Nadie mejor que su abuelo le podría aconsejar.

Se sentaron en el bar del puerto, pidieron unas cervezas y Oscar le empezó a contar a su abuelo. Cuando hablaba de Rosa el tiempo parecía no transcurrir. Se dio cuenta de que solo había hablado él cuando iban por la quinta cerveza.

Su abuelo le dijo con cariño que irse con Rosa no era una buena idea, que esas cosas no duran, que en su experiencia se sufre cada poco tiempo y que no merece la pena el riesgo. Le dijo que entendía su pasión por Rosa, pero que su vida estaba en otro sitio, que en el CERN seguro le esperaba la mujer de su vida con la que sería feliz.

Oscar seguía discutiendo con su abuelo, la conversación iba y venía en círculos y no acababa de decidirse.

Pidieron las últimas cervezas cuando junto a la mesa pasó una mujer mayor, tenía la piel arrugada, pero los ojos y la expresión de las mujeres que fueron espectaculares.

Ella Miró al abuelo de Oscar y el flechazo fue brutal. El abuelo se levantó, dejó a Oscar con la palabra en la boca, se fue detrás de ella y desapareció detrás de su nuevo amor. Nunca volvió a ver a su abuelo.

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