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La chica de las pulseras

la chica de las pulseras peque

Era el verano de su vida. Oscar acababa de terminar la carrera, después de cinco años le esperaba un fantástico futuro como ingeniero nuclear en el CERN. Ya tenía la beca, permiso de trabajo e, incluso, había visto ya un apartamento precioso con vistas a un valle enorme desde el que pensaba subir a esquiar tanto como fuera posible.

El verano empezó con una nueva pandilla de amigos, mucho sol, copas, fiestas y algún que otro revolcón con alguna turista de las que a todos gustan.

Pero ayer conoció a Rosa y, de repente, todo cambió. Ya no le importaba el CERN, ni la beca, ni el apartamento, ni el esquí,  ni la nueva pandilla, ni siquiera los revolcones con las turistas. Ahora no podía pensar en otra cosa que no fuera ella.

Rosa era una mujer normal, nada especial se decía a si mismo. Ni guapa ni fea, ni gorda ni delgada, ni simpática ni tímida. Peroéll se había enamorado.

Pasaron largas tardes en la playa, disfrutando del ruido de las olas, del sol del Mediterráneo cuando cae la tarde. Y de las noches en la playa con la luna sobre el mar. A veces hablaban de las estrellas o de los peces o de los pescadores, pero la mayor parte del tiempo solo estaban juntos, mirándose o acariciandose las manos.

Rosa trabajaba vendiendo pulseras de piel. Ella las hacía y las vendía sobre una manta en la plaza. Vivía al día, vendiendo solo los 38€ que necesitaba para vivir, en cuanto llegaba a ese número cerraba la manta y se iba a la playa.

Se habían enamorado locamente y Rosa le dijo que se fuera con ella, que olvidara esa vida tan ordinaria que tenía planificada y vivieran juntos.

Oscar no sabía qué hacer, estaba hecho un lío, así que acudió a su abuelo. Su abuelo era un hombre lleno de experiencia que había vivido más de 30 años viajando. Había conocido infinitos amores, en infinitos lugares, con infinitas mujeres distintas. Nadie mejor que su abuelo le podría aconsejar.

Se sentaron en el bar del puerto, pidieron unas cervezas y Oscar le empezó a contar a su abuelo. Cuando hablaba de Rosa el tiempo parecía no transcurrir. Se dio cuenta de que solo había hablado él cuando iban por la quinta cerveza.

Su abuelo le dijo con cariño que irse con Rosa no era una buena idea, que esas cosas no duran, que en su experiencia se sufre cada poco tiempo y que no merece la pena el riesgo. Le dijo que entendía su pasión por Rosa, pero que su vida estaba en otro sitio, que en el CERN seguro le esperaba la mujer de su vida con la que sería feliz.

Oscar seguía discutiendo con su abuelo, la conversación iba y venía en círculos y no acababa de decidirse.

Pidieron las últimas cervezas cuando junto a la mesa pasó una mujer mayor, tenía la piel arrugada, pero los ojos y la expresión de las mujeres que fueron espectaculares.

Ella Miró al abuelo de Oscar y el flechazo fue brutal. El abuelo se levantó, dejó a Oscar con la palabra en la boca, se fue detrás de ella y desapareció detrás de su nuevo amor. Nunca volvió a ver a su abuelo.

55 kiris

desafio infantil

Ya tenía sus 54 kiris. Tenía 10 kiris grises, 17 verdes, 14 marrones y 13 azules. Solo le faltaba uno azul para tener los 55 kiris que necesitaba para devolverle la vida al árbol.

Los había ido colocando según un antiguo hechizo que había encontrado en el baúl de su abuelo Agape. El abuelo de Leila había sido el diablo con más prestigio de toda su luna, siempre había resuelto todos los problemas con hechizos llenos de pasión y belleza.

Le había costado mucho conseguir los 54 kiris. Con cada uno de ellos tuvo que concentrarse durante muchas horas, tenía que sentarse en aquella roca y desear el kiri con todo su corazón, al mismo tiempo que pensaba en un recuerdo. Recuerdos tristes para conseguir kiris grises, divertidos para los verdes, malos momentos para los marrones y azules para recuerdos de cariño.

Luego, cuando el kiri brotaba, lo cogía con cuidado con el tridente y lo colocaba en el lugar adecuado del árbol, seguía un orden concreto, descrito en el hechizo de su abuelo con gran precisión. Algunos de los kiris se resistían más que otros, otros eran tan inquietos que hacía falta mucha habilidad para poder llevarlos hasta su sitio sin tocarlos con las manos.

Leila llevaba ya muchas horas sentada esperando el nacimiento del último kiri y estaba concentrada en un recuerdo azul. Pensaba en su abuela y en las tostadas que le preparaba con pan de la montaña y queso ocre, ese que, aunque huele fatal, siempre está rico. Era su recuerdo de cariño mas bonito, sobre todo por la cara que ponía su abuela cuando ella saboreaba aquellas tostadas.

Su sorpresa fue tremenda cuando, al brotar el kiri, vio que era un kiri rojo. Un color nunca visto en aquella luna. Es verdad que había historias de kiris rojos pero ella siempre había pensado que eran solo leyendas. Se decía que si una princesa tenía el recuerdo más bonito de su infancia mientras esperaba un kiri, brotaría uno de color rojo justo antes de encontrar a su príncipe.

Leila se asustó, ella no tenía príncipe pero pensaba que a sus 139 años, era pequeña para esos líos. Calmó sus nervios y se dispuso a llevar el kiri rojo hacia el árbol. Le costó mucho, era un kiri muy inquieto, pero ella tenía mucha habilidad y, además, ya llevaba colocados 54. El hechizo de su abuelo no decía nada de donde colocar un kiri rojo, en realidad ella necesitaba uno azul, pero decidió seguir su instinto y lo colocó en el centro del árbol.

Al poco tiempo, el árbol empezó a moverse de lado a lado, como si hiciera muchísimo viento, parecía incluso que se iba a partir. Leila se asustó un poco pero se agarró a la piedra con su cola y clavó el tridente muy fuerte en el suelo.

En medio del vendaval, el árbol explotó y cuando se hubo dispersado el humo, apareció Ronde. Era un diablo precioso, con una larga melena negra, los ojos marrones y unos cuernos enormes. Leila iba a preguntarle quien era y de donde venía, pero se dio cuenta que solo tenía que mirarle para saberlo todo de él. Se levantó, le cogió de la mano y fueron felices el resto de sus días comiendo, sobre todo, tostadas de queso ocre.

La llave del tiempo

Ella sabía que no podía ser, que no podían estar juntas.

En la fábrica todo estaba organizado, cada una tenía su sitio. Era seguro que aquella era la mejor solución para la fábrica y para todas ellas. En aquella enorme nave se producía la enzima que protegía a todas las hembras de su especie de la radiación de los 4 soles. Hacía dos años la combinación de las radiaciones de los soles estuvo a punto de terminar con todas, sólo la casualidad permitió que una de ellas descubriera la enzima que las protegía y la forma de fabricarla.

Su mundo iría camino de la desaparición si la fábrica no produjera suficiente enzima y, sólo si cada una seguía en su sitio, podrían mantener el ritmo. No sabían durante cuanto tiempo, pero al menos un par de generaciones más.

Ella la veía a lo lejos, solo 148 filas delante.

La vida en la fábrica se hacía eterna y, aunque revisaba 24 piezas por segundo, a ella cada segundo le parecía un día o un año o una vida. Es verdad, le gustaba su trabajo, si podía concentrarse todo iba bien y mas sabiendo que Alejandra estaba tan cerca, solo 148 filas!!!

Pero a veces no podía concentrarse, se soñaba con Alejandra, abrazadas soñando juntas.

De repente, la cadena de producción se paró, el tiempo se detuvo. Alejandra seguía solo 148 filas delante pero ninguna de las dos se podía mover. Ella solo quería correr junto a ella y empezó a llorar.

Una lágrima se deslizó por su mejilla y cayó hacia el suelo. La pudo recoger a tiempo y al cogerla se transformó en una llave, muy pequeña. Mientras el tiempo seguía detenido, ella pudo imaginar que la llave abría un rincón de su corazón en el que las dos estaban juntas. Cogió la llave y la guardó en su puño cerrándolo con pasión.

Al cerrar el puño con pasión, el tiempo volvió a correr. Con la llave en su mano, el ritmo de la fabrica se aceleró y la sirena sonó. Su turno había terminado. Recorrió las 74 filas a la carrera, mientras Alejandra recorría las otras 74. Como todos los días, se estrecharon en un abrazo que siempre era la envidia de todas sus compañeras.

No sabía cuánto tiempo había pasado, la llave y el rincón de su corazón en el que estaban juntas le habían quitado relevancia al tiempo. Ahora, con la llave, sabía que podía abrir ese rincón siempre que quisiera y así acelerar el tiempo para volver a abrazarse.
Lo único que importaba es que ahora estaba con ella, que estaban juntas.

La llave del tiempo

La llave del tiempo

Cuatro mujeres

David había salido de Marrakech a las 7 de la mañana y eso que a él nunca le había gustado madrugar. Se había subido al jeep recién alquilado y  después de programar el GPS hacia  Fkih Ben Salah, empezó a conducir siguiendo las indicaciones de la máquina. Conocía bien el camino, lo había hecho muchas veces, pero le gustaba usar el GPS porque le permitía centrarse en sus pensamientos y olvidarse de donde estaba mientras disfrutaba del paisaje.

Llegó sobre las 10 de la mañana a la oficina de José, no le gustaba nada correr. Después de cerrar un buen acuerdo con quien llevaba haciendo negocios desde hacía 15 años y era su amigo de la infancia, los dos se fueron a dar un paseo por el pequeño mercado callejero. Eran buenos amigos y siempre encontraban tiempo para hablar un buen rato.

Como siempre que celebraban un acuerdo, pasaron por la teteria de Yousuff, alli se toma el mejor té de Marruecos. Esta vez la conversación se alargó más de lo habitual. David le contó a José que no estaba agusto con su vida. Su mujer le había dejado y, como no tenía hijos, ahora se encontraba bastante solo. Sus negocios iban bien, pero ya no sentía la misma inyección de adrenalina cuando planificaba un nuevo proyecto o tenía que cerrar una venta importante. Algo estaba cambiando en su interior.

José, que aunque con nombre español (su madre era de Cádiz) había nacido en Fkih Ben Salah , le dijo que esas eran cosas de los españoles, que se complican demasiado la vida, que en su pueblo las cosas son más fáciles y la vida se disfruta sabiendo encontrar el placer en las cosas pequeñas.  Los dos amigos terminaron el té y los dos últimos pastelillos, el de pistacho que era el preferido de David estaba hoy especialmente rico, y volvieron hacia el mercadillo.

Al doblar una esquina vieron a 4 mujeres vestidas de negro que vendían especias. Ellas no estaban muy preocupadas de vender, estaban hablando de sus cosas. De como habían dejado los niños las cosas tiradas por el patio de la casa, del plan de comida para la semana y de la nueva cama que había que comprar para la habitación de los más pequeños. Estaban las 4 casadas con un hombre mayor, éste apenas salía de casa y,en realidad, ellas vivían casi como si el marido no existiera. No convivían con él, apenas le veian, pero estar casadas les daba la cobertura social que necesitaban. Su marido no les importaba nada, pero les permitía vivir en paz en una sociedad tan tradicional.

David se sentó a hablar con ellas y poco a poco fue entrando en la conversación. Sintió tanta fascinación por sus conversaciones sencillas, por la felicidad que irradiaban aquellas cuatro mujeres que no pudo evitar volver al día siguiente y sentarse de nuevo con ellas.

Después de 4 días participando en las conversaciones de aquellas cuatro mujeres, David llamó a la agencia de alquiler de coches y prolongó el alquiler un mes más, lo mismo hizo con el hotel. No tenia a nadie a quien avisar, nadie lo esperaba en casa.

Había pasado un mes, había sido el mes más feliz de la vida de David. Había creado una relación de amistad con aquellas cuatro mujeres a las que no podía ver la cara, pero con las que compartía la felicidad de las cosas pequeñas.

Un día les pidió acompañarlas a su casa y ellas le dejaron llevar el carrito con las especias que no habían vendido. Llegaron a una casa enorme con un patio donde había 10 críos jugando al fútbol, y unos soportales en los que varios criados se afanaban en las tareas de la casa. En una de las esquinas estaban las habitaciones del marido, atendido siempre por otros 3 criados. Era evidente que aquello no se mantenía de la venta de especias en el mercado. David no preguntó pero supo que allí ni el dinero ni el futuro eran un problema.

Las 4 mujeres vivían cada una en una zona diferente de la casa. David pensó que quería vivir allí. Supo que allí sería feliz. No pudo contener el impulso, llamó a sus cuatro amigas y les dijo que quería quedarse a vivir con ellas, a ellas no les sorprendió nada, era como si lo estuvieran esperando.

Los cinco se miraron y acordaron vivir juntos, pero David tendría que aceptar una condición: tendría que aceptar vivir como una mujer y vestir como una mujer. A él no le pareció un precio demasiado alto a cambio de la paz y la felicidad que sentía conversando larguísimas horas con ellas.

David cogió el móvil, llamó a su abogado, le dió orden de venderlo todo y mandarle el dinero. Tendría suficiente para vivir el resto de sus días en aquel pueblo.

Desde aquel día las 4 mujeres y David, vestido de mujer, charlan en el mercado en su puesto de especias. No parece que les importe mucho lo que venden, lo único que les preocupa a las 5 es poder seguir hablando todas las horas del mundo.

mujeres vendiendo especias

La ilusión del coltán

El se levantó como todas las mañanas antes de que sus hijos hubieran despertado. Salió de la choza, y como todas las mañanas se dió con la cabeza en el dintel, nunca encontraba el momento de arreglarlo.

Aquella manera de empezar el día se había hecho habitual, recordaba que una vez no se golpeo con la puerta y luego estuvo todo el día con dolor de cabeza.

Hoy no había sido un día diferente, todo transcurría como de costumbre, el golpe en la cabeza, la carrera detrás de la cabra para ordeñar un poco de leche, y luego la marcha de 2 horas hasta llegar a la entrada de la mina.

A el no le importaba todo ese esfuerzo, la ilusión de que sus hijos pudieran tener una vida distinta le daba energía suficiente para eso, y para mucho mas.

El llegó a la mina, pero sabía por donde entrar, tenía un secreto que le evitaba las peleas y los empujones con otros mineros. La semana pasada habían muerto 3 en una de las peleas. El pensaba que era absurdo pelear por entrar a morir, pero también sabía que los que lo hacían no tenían otra opción.

Descubrió de maleza su entrada secreta y llegó a la galería, bueno galería por llamarlo de alguna manera porque en realidad no era más que un sucio agujero de 100 metros en el que sólo en algunos puntos cabían dos personas a la vez.

Comenzó a trabajar y a las pocas horas empezó a encontrar más mineral de lo que era habitual, si seguía a ese ritmo en dos horas más habría conseguido coltán para dar de comer a sus hijos todo el mes.

Empezó a cavar con más y más fuerza, y de repente los meses se le acumulaban en la cabeza, ya tenía coltán para más meses de los que era capaz de contar, y eso que teniendo 9 hijos había tenido que contar mucho y muchas veces.

De repente desde las rocas surgió un gusano verde, pequeño, pero que de repente empezó a hablar con el. Le preguntó por sus hijos intentando entender porque bajaba cada día a la mina, arriesgando su vida, y dejando a sus hijos solos en la aldea.

El gusano no sabía porque todos querían coltán, el sabía de donde venía, en realidad el coltán era el resultado de la descomposición de la comida del gusano. Cuanto mas comía mas coltán. Así que el gusano no entendía nada.

Undugu le pregunto al gusano que comía para producir coltán y el gusano le contesto: «yo como ilusión», y si tú me das la tuya tendrás todo el coltán que necesites.

Undugu no se lo pensó, dijo inmediatamente que sí, y el gusano se comió la ilusión de Undugu. Undugu salió de la mina y se dirigió hacia su casa, al llegar allí había varias toneladas de coltán, suficientes para dar de comer 9 veces a sus 9 hijos, durante 9 generaciones. El se sintió feliz, vendió el coltán y resolvió la vida de sus hijos y su familia.

A la mañana siguiente se fué a levantar y al darse de nuevo con el dintel de la puerta recordó que ya no tenía que ir a la mina, que su ilusión se había cumplido, así que ordeñó a la cabra, bebió su leche y se sentó.

Nunca volvió a levantarse, lo último que se le vio hacer fue llorar por la falta de ilusión.

verde que te quiero verde peque

Piedra, papel o tijera

Los dioses se habían cebado con él, no sabía por qué.

Cupido había cumplido con su papel en la vida. Fue un buen hijo, terminó sus estudios y abrió una pequeña clínica veterinaria en la que cuidaba con cariño las mascotas de sus vecinos. No había construido una familia, pero tenía buenos amigos y había tenido muchas amantes. Con todas había sido siempre sincero, Cupido se enamoraba fácilmente y siempre se entregaba al 100% en sus relaciones.

Pero los dioses la habían tomado con él. Cada noche debía jugar con ellos a piedra, papel o tijera. Cada noche debía apostar contra los dioses un deseo. La apuesta consistía en olvidarlo (si ganaban los dioses) o conseguirlo (si era él quien ganaba). Pero Cupido siempre perdía. Eligiera piedra, papel o tijera siempre los dioses se salían con la suya y cada manera de perder tenía su lado terrible.

Si perdía eligiendo papel, los dioses envolvían su deseo y lo quemaban. Lo hacían lentamente mientras Cupido sentía que su corazón ardía hasta que el papel empezaba a apagarse y veía como su deseo se elevaba en el aire con las pavesas y desaparecía.

Cuando perdía con tijera, los dioses cortaban el hilo que une los deseos al corazón. El corte le producía un dolor intenso que duraba solo una décima de segundo. Luego el deseo desaparecía.

Perder habiendo elegido piedra era lo peor. Los dioses aplastaban su deseo con la piedra, cada golpe hacia mella en Cupido hasta que el deseo quedaba hecho un guiñapo, algo irreconocible.

Noche tras noche, los dioses le obligaban a jugar. Cupido se resistía pero, en cuanto tenía un nuevo deseo, los dioses le forzaban a jugárselo a una sola partida. Elegir piedra, papel o tijera era también terrible, no sabía cual de las tres maneras de perder era peor. Pero los dioses le obligaban a jugar y elegir.

Cupido llevaba una vida normal y corriente, como la de cualquiera. Abría su clínica y la cerraba cada día sin grandes sobresaltos pero un jueves de abril entraron a su consulta unos ojos verdes o tal vez azules, o quizás eran esos ojos que a veces son azules y a veces son verdes. La dueña de esos ojos llegaba con un mastín precioso, blanco, con una cabeza enorme, que tenía rota una pata. La enfermera había salido ya y Cupido le pidió a Helena que le ayudase durante la operación. Hora y media de intervención da para mucha conversación. Y Cupido se enamoró de ella.

Cuando terminó la operación, Helena se despidió deprisa, partía hacia Suiza, allí la esperaban su marido, sus 3 hijos y una vida envidiable. Justo antes de salir corriendo ella le besó.  A Cupido se le rompió el corazón, aquel amor era imposible. Sólo se le ocurría una forma de conseguirlo, aquella noche apostaría el deseo de estar con ella y ganaría, al fin y al cabo el amor siempre gana.

Al ir a dormirse, los dioses aparecieron al pie de su cama y por primera vez se alegro de verles. Le hicieron jugar de nuevo a aquel horrible juego. Cupido deseó estar con ella y los dioses preguntaron: ¿Piedra, papel o tijera? Cupido sacó papel y los dioses tijera, como era costumbre perdió y los dioses prendieron el papel con el que habían envuelto su deseo. Vio como las pavesas se elevaban en el aire junto al recuerdo de Helena. Cupido lloró pero al poco tiempo ya no recordaba porque lloraba y se durmió.

A la mañana siguiente se levantó como siempre, sin recordar el deseo perdido la noche anterior, llegó a la clínica pero, al revisar el material usado el día anterior, recordó  la operación del mastín, recordó los ojos de Helena y se volvió a enamorar. Estuvo todo el día buscándola en Internet, deseando encontrar algún rastro de ella, pero no hubo suerte.

Cupido supo que esa noche apostaría contra los dioses el deseo de estar con Helena, supo que iba a perder y decidió apuntar en su diario una nota que leer al llegar a su trabajo al día siguiente: comprobar la operación del mastín.

Esa noche perdió con tijera y los dioses le cortaron el hilo que le unía a su deseo. Aquel dolor era insoportable, tanto que Cupido perdió el conocimiento.

A la mañana siguiente se levantó como siempre y se fue a trabajar. Al revisar su agenda, encontró la nota sobre el mastín, volvió a recordar aquellos ojos y su conversación de hora y media y se volvió a enamorar de Helena. Otro día entero buscándola, esperando algún mensaje de ella pero nada, no había manera de encontrarla.

Día tras día se repetía la rutina, se enamoraba, la buscaba y la perdía. Cupido maldecía a los dioses. El no quería renunciar al amor que sentía por Helena pero aquello no era forma de vivir. Enamorándose por las mañanas, deseándola todo el día, sufriendo la perdida del deseo por la noche y olvidándola justo antes de dormir.

Una mañana Cupido decidió que no podía mas y borró todo rastro de Helena para no encontrar nada que se la pudiera recordar a la mañana siguiente y tener que empezar de nuevo. Fue el día más duro de su vida, sabía que iba a perder el deseo de estar con ella para siempre.

Esa noche los dioses aparecieron en su cama, le preguntaron su deseo y el intentó pensar en Helena, pero deseó algo con mucha más fuerza, deseó no tener corazón, deseó no enamorarse nunca mas. Los dioses dijeron «Piedra, papel y tijera» y aquella noche Cupido ganó.

Piedra Papel O Tijera peque

2304 robots

El soñaba con perder el corazón.

Ufff esta no es manera de empezar un cuento, así que mejor empezamos de nuevo.

Todos los robots estaban terminados por hoy, hoy habían fabricado 2.304, récord del año. Dan estaba encantado, su nueva organización había dado resultado y era el centro de todas las felicitaciones.

La rubia del departamento de compras se había fijado en él gracias al récord, y después de recibir sus felicitaciones, y un poco de charla intrascendente Dan se había decidido a invitarla a cenar. Dan esta emocionado, habían quedado a cenar.

La recogió en su casa a las 8, puntual como un reloj, y ella le hizo esperar los 5 minutos de rigor detrás de la puerta  mirando entre las cortinas, pero atenta a cada movimiento de Dan, asegurándose de que Dan no se fuera. Ella salió de casa con una sonrisa sencilla, aunque era una mujer espectacular no quería asustar a Dan.

Cenaron junto al lago, sobre las rocas, mientras las olas ayudaban a mantener esos silencios de las primeras citas. La cena fue bien, ellos se entendieron, y Dan habría jurado que podía empezar algo importante en aquella cena.

De vuelta a casa hablaron de su récord 2.304, menudo número, un 12,4% más que el record anterior. Ella le preguntó cuáll era el secreto y él dijo que no había secreto que aquella mañana un hada azul había dibujado el número en su armario y que sin saber porque al llegar a la fábrica todo había funcionado, pero que ahora cada robot se había hecho un hueco en su corazón y que sabía que iba a llorar cada una de sus ausencias, con cada robot vendido, con cada robot que no volvería a ver. No el primer día ni el segundo, pero si el día 23 de cada mes lloraría a los robots que no podrían estar con el.

Ella se enamoró de él en ese momento, locamente con todo su corazón, y aunque se volcó en un beso largo, casi eterno, Dan no pudo sino empezar a llorar por los robots perdidos que ya nunca estarían con el. Se dio cuenta de que podía haber sido feliz con ella, pero los robots ocupaban todo su corazón.

A la mañana siguiente el número en la pared era 2305, un nuevo récord, pero Dan lloró de nuevo.

Dan ya no soñaba con robots, o con ella.

Él solo soñaba con perder su corazón.

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Remordimiento

La princesa Isylva estaba destrozada, el último de los guerreros que había peleado por ella había muerto a manos de su prometido. Su padre había elegido bien, Rondin erá el mejor guerrero de las nubes altas. Sus alas eran las más rápidas y su lengua venenosa era la mas certera de todas las lenguas.

Isylva perdió la esperanza de no tener que casarse con Rondín. Él le parecía un patán, siempre centrado en las peleas, en las batallas, siempre centrado en las conquistas y, sobre todo, pendiente de la generación de nuevas nubes. Sin los generadores de nubes el reino dejaría de existir y 2.000.000 de años de evolución caerían de nuevo a la tierra como si no hubiera pasado nada.

La boda se celebró por todo lo alto, y mas estando en las nubes altas. Acudieron todos los pobladores y, en algunas ocasiones, el zumbido de las alas no dejaba oír la ceremonia. Isylva había sido educada para obedecer los deseos de su padre y, como todas las princesas, al final aceptó con docilidad el matrimonio.

Pero ella no estaba dispuesta a ponérselo fácil a Rondín en su habitación. Su estrategia estaba preparada, ella haría que Rondín se enamorase de ella perdidamente, y cuando eso pasase se lo haría saber. Rondin sufriría, esa sería su venganza.

Cuando llegaron a la nube nupcial, él se quitó el traje de boda, se quedó desnudo delante de ella, se arrodilló y la dijo: «Siempre te he querido, siempre te querré, nunca fuí capaz de acercarme a ti, ni siquiera de mirarte y la única manera en que fuí capaz de llegar a ti fue en el torneo». Isylva no se inmutó, bueno, no se inmutó por dentro, por fuera fingió conmoverse y dejó que él pensara que su amor era posible.

Con el paso de los soles, Rondín siguió enamorado de ella, su amor no cesaba si no que crecía. Isylva, por su lado, continuaba con su plan. Ella había cerrado su corazón y no estaba dispuesta a desistir de su plan a pesar del amor que Rondin le mostraba en cualquier ocasión. Pronto llegaría el momento de hacerle sufrir, llegaría el momento de la venganza, del triunfo sobre su padre y sobre el conquistador.

Cuando Rondín volvió de la última batalla trajo consigo a un amigo, Santos le había salvado la vida y Rondín quería agradecérselo con una cena especial. Después de anunciar a todo el mundo como Santos le había salvado, juró que serían amigos para siempre. Rondín llamó a Isylva para que acudiera a la nube de la fiesta. Ella entró como siempre deslumbrante, pero esta vez al fijarse en los ojos de Santos las rodillas le fallaron y cayó por la escalera.

Se había roto la pierna por 3 sitios y eso la obligaría a guardar cama durante 4 meses. Rondín partió a la batalla y dejó a Santos al cuidado de Isylva.

4 meses bajo los cuidados de Santos, mirando a sus ojos cada poco tiempo, era mas de lo que cualquier corazón podría resistir e Isylva se enamoró de él como sólo se enamoran los adolescentes. Una tarde ella no pudo mas e intentó besarlo, pero Santos era fiel a su amigo y le dijo a Isylva que su amor era imposible, que Rondín merecía todo el cariño y que nunca le traicionaría. Isylva no pudo resistir el desplante y cogiendo un cuchillo intentó matar a Santos, pero al hacerlo y mirarle a los ojos, sus rodillas volvieron a fallar y se cayó clavándose el cuchillo en el corazón.

Rondín volvió todo lo rápido que pudo, pero no llego a tiempo de ver a Isylda con vida. Después del funeral, Rondín se acostó llorando mientras su amante se desnudaba detrás de una cortina. Rondín dijo: «siento haber engañado a Isylva haciéndola creer que estaba enamorado de ella, no sé si podré vivir con ese peso en mi conciencia».

Su amante se metió en la cama y le dijo: «No lo pienses más, ella quería hundirte y además intentó matarme». Rondín y Santos compartieron esa noche el peso del remordimiento de tantos soles de engaño.

Vaya Tela peque

Triste Valentia

Hoy había sido un buen día en el trabajo, aquel proyecto tan complejo había por fin encontrado su curso. El se sentía orgulloso de si mismo, era un tipo con talento y energía. Hoy tocaba cena con amigos, un buen vino y una tertulia apasionada.

Aquella noche hablaron de justicia social y él defendió, como siempre, que con esfuerzo todo es posible. El mundo está lleno de oportunidades y solo hay que esforzarse para poder disfrutarlas, al fin y al cabo a él nadie le había regalado nada.

Aquí viene la parte del cuento que te ahorro: El se duerme, se despierta convertido en un paria en cualquier sociedad que puedas imaginar y donde no tiene ni siquiera la capacidad intelectual para enfrentarse a la injusticia. Por supuesto, se despierta sudando y sobresaltado.

El susto se le pasó en cuanto vio que todo estaba bien, su mujer junto a él, su casa, sus hijos. Sólo había sido una pesadilla. Se duchó, se vistió, desayunó con su familia y se fue a trabajar. Todo estaba bien. El podría ganar una vez más, estaba preparado para competir.

Pasó junto a las chabolas de siempre y se dio cuenta de que ya no eran iguales. Hoy veía la injusticia pintada en las paredes de cartón y uralita.

Fue como un fogonazo. Un gran destello que, en lugar de afectarle a los ojos, le deslumbró el corazón y le hizo llorar. Tuvo que parar el coche, las lágrimas no le dejaban conducir. Sentía la obligación de hacer algo. Además, él se consideraba un tipo capaz de resolver problemas complejos, con empuje y capacidad. El tendría que ser capaz de cambiar esa realidad.

Aquel día no pudo ir a trabajar. Se quedó dormido en el coche, despertó después de varias horas y condujo hacia su casa. En el camino se dio cuenta de que prefería mantener su vida, de que no quería dejar todo lo que tenía. Encontró mil argumentos para defender su actitud y se convenció.

Cuando llegó a casa todo le pareció un mal sueño, nada había cambiado. Pero, cada noche al irse a dormir, recordaba aquel fogonazo y lloraba.

Triste Valentia peque

Siempre había algo mal

Ella acababa de dejarle, no podía más con sus angustias, él siempre estaba triste, nada le hacía feliz. Ni siquiera cuando hacían el amor a la luz de la luna junto al mar él era feliz. Siempre había algo que le hacía estar triste, nunca nada era perfecto y él tenía una habilidad especial para encontrar los defectos a cualquier cosa y en cualquier caso.

Gianni era un tipo muy sensible, siempre atento, pendiente de ayudarla, acogerla, abrazarla, acompañarla. Además, estaba lleno de pequeños de detalles, una flor una mañana, un desayuno otra, una rosa y un bombón en la almohada. Podrían haber sido inmensamente felices.

Pero ella no podía más, habían sido 16 años de sube y baja emocional, de la mayor felicidad al drama más terrible. A veces por un pequeño arañazo en el mueble de la abuela, otras veces, porque la flor en la almohada no estaba perfecta o el vino no tenía la temperatura adecuada.

Ella conoció a un hombre más feo, menos detallista, menos inteligente y con menos dinero. Un tipo nada especial y sin futuro. Pero que era feliz con las cosas más pequeñas, una patata con el punto justo de sal, el primer sorbo de una caña en el bar, una caricia de ella. A él todo le hacía feliz.

Gianni empezó andar por el paseo hacia el mar, no sabía lo que iba a hacer con su vida. Sin ella no es que hubiera alguna cosa mal, es que todo estaba mal. El dolor que sentía en todo su cuerpo, no le cabía y cada una de sus células lloraba de tristeza.

El sol empezaba a salir y al fondo pudo ver el mar. Pensó en suicidarse, se tiraría al mar, y empezaría a nadar hacia el horizonte. Cuando llegó al final del malecón, se quitó la ropa, la dobló como hacía siempre y solo se dejó el anillo que ella le regaló en aquel viaje a Managua.

Se tiró al agua y empezó a nadar hacia el horizonte. Mientras lloraba los peces empezaron a congregarse a su alrededor. Al principio eran un par de lubinas, luego llegaron los besugos, las sardinas, se unieron dos delfines y una manta le acompañaba en su camino hacia la muerte.

Después de dos horas de nadar había más peces de los que nunca nadie había visto juntos. Coordinados como un solo hombre, los peces hundieron a Gianni y lo arrastraron con ellos hacia el fondo del mar.

Al principio él sintió que se ahogaba, que el agua le llenaba los pulmones, que aquello era el final. Pero después de unos minutos de agonía, el agua cambió sus pulmones y empezó a respirar bajo el agua. El se desesperó, quería haber muerto ahogado, estuvo a punto de hacerlo pero nada le salía bien ni siquiera eso y, además, por si fuera poco, el agua estaba un pelín salada para su gusto y la lubina de su izquierda era bizca.

Llegaron a una cueva llena de luces, millones de luces. Era la cueva de los errores. Cada luz resaltaba un fallo o un error o un pequeño defecto. Allí estaban todas las cosas que alguien alguna vez pensó que no estaba bien. Los peces lo dejaron allí encerrado para siempre, eternamente rodeado de los errores que habían sido tan importantes para él.

Dibujeta 29 Jun