Las cosas de mi mujer

Las cosas de mi mujer peuqe

Había sido una noche larga. Una cena en el restaurante de toda la vida con un par de amigos que también se habían quedado de Rodríguez en Madrid. Jesús, como siempre, les había tratado muy bien y el pisto de la casa, para variar, estaba exquisito. Después de la cerveza en el aperitivo, el vino de la cena y el parcharán con el café, habían llegado los gin-tónic.
Cuando salieron del restaurante eran ya casi las dos de la mañana, aun así se fueron a un par de bares y cayeron dos copas más. A lo tonto, aquel jueves terminaba casi a las 5 de la mañana. Con la poca lucidez que le quedaba, decidió coger un taxi.
Cuando entraba en casa, el sol empezaba a despuntar y, al meter la llave en la cerradura, empezó a sentir la resaca de la mañana siguiente. No lo tuvo fácil para encontrar su cuarto de baño. Se sentía como cuando, con 20 años, llegaba a casa de sus padres en el mismo estado, no completamente borracho pero si habiendo bebido más de la cuenta. Después de desnudarse, empezó a lavarse los dientes, se miró al espejo y no le gustó mucho lo que vio. El espejo le devolvía la imagen de un extraño al que apenas conocía. Empezó a mirarle al fondo de los ojos y se dio cuenta de que aquel viejo era él. No se había reconocido a si mismo en el espejo, pero logró encontrarse en el fondo de los ojos.
Desde el fondo del alma, el hombre del espejo le habló de los años pasados luchando por construir una familia, una vida estable. Vagamente empezó a recordar a sus hijos, los problemas en el colegio, los modales en la mesa, el recibo de la luz y un montón de pequeñas cosas que estuvieron a punto de hacerle estallar la cabeza.
El no quería eso, el quería fiesta, aventura, pasiones desenfrenadas, lugares exóticos. Cuando se vio en aquel cuarto de baño, solo, con la amenaza de la resaca durante un nuevo día de trabajo, decidió que aquello ya era demasiado, que no aguantaba más. Pero recordó que ya ni siquiera tenía trabajo, por eso había salido a cenar con sus amigos. La compañía había decidido cerrar en España y se iban todos a la calle. Se había quedado sin futuro, la estabilidad por la que había tragado tanto se había venido abajo.
Sin pensarlo demasiado, decidió suicidarse, buscó una cuchilla de afeitar. No podía soportar al viejo del espejo. Justo antes de cortarse las venas, dio un último vistazo a su alrededor y vio un estante lleno de botes de cremas y cajas con potingues. ¿De quién era todo eso? Entre la bruma de la resaca se empezó a dibujar el retrato de una mujer, la más bella que había visto nunca. Los 30 años que había estado con ella pasaron por su mente en un segundo y recordó como peleaban por el espacio para los botes en la estantería. Detrás de ese recuerdo siguieron otros muchos como la rutina de las pequeñas peleas del día día pero, en pocos segundos, le invadió la infinita paz que sentía cuando estaba entre sus brazos, cuando se decían las palabras secretas que ellos solo sabían. Y se vio feliz haciéndola feliz.
Aquel recuerdo hizo brotar las lágrimas en su rostro.
Guardó la cuchilla en su sitio y se detuvo a ordenar y colocar los botes y las cajitas de su mujer. Se fue a la cama sabiendo que llegaría en menos de 16 horas.
Se durmió soñando con ella, en como se dormiría al día siguiente en la paz de sus caderas.
Nunca más discutirían por la estantería del baño.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *