Aquí está el nuevo desafío para el dibujista, un tren y mucha luna:
Carlos se había vuelto a quedar dormido en la estación. Le despertó una señora mayor que se sentó a su lado y le dio un bolsazo en la cara. Afortunadamente, en la bolsa solo había un sombrero de paja y fueron más el susto y el ruido que el golpe. Cuando miró el reloj, salió corriendo hacia el andén. Su tren estaba a punto de salir. Según corría, se imaginaba a si mismo cogiendo el tren en marcha, tirando su maleta al pescante y luego saltando. Pero hoy los trenes ya no son así, hay que correr antes de que el tren empiece a andar. Quizás los trenes ya no son aquellos animales mitológicos que cantaba Miguel Ríos.
Carlos llegó por los pelos y, cuando localizó el asiento 8B, se quedó sorprendido al ver a su compañera del 8A. Era la vieja que le había despertado en la estación. ¿Cómo había llegado ella hasta allí? Iba llena de bolsas, parecía tener 88 años y se movía con dificultad, incluso parecía que los temblores de sus manos indicaban un parkinson avanzado.
Sin poder decir nada, sin nada que se le ocurriera, se sentó junto a la anciana. Los primeros minutos fueron de silencio, pero enseguida la señora empezó a hablar con él. Le contó que iba a Madrid a ver a sus bisnietos, estaban a punto de hacerla tatarabuela, y no quería por nada del mundo perderse el nacimiento de su descendiente número 140. (6 hijos, 36 nietos, y ya iba por 139 bisnietos).
Carlos no sabía que pensar, lo de que Lucía, así se llamaba la anciana, hubiera llegado antes que él le tenía loco, pero por otro lado no podía ser una viejecita más pesada y aburrida. La conversación no era nada interesante, ella le hablaba de cada uno de sus hijos, de los nietos no se acordaba del nombre de muchos, y de los bisnietos ni hablamos.
Solo faltaban dos horas y media de viaje, Carlos pensaba que iban a ser eternas. A cada minuto, Lucía se le hacía más y más insoportable. Cuando estaba pensando en darle una voz a la vieja y decirle que se callara de una vez, ella le cogió el dedo meñique y, de repente, se transformó en una mujer espectacular. Si yo supiera escribir, os diría que era la reencarnación de Ava Gadner, pero con unos ojos aún más poderosos que los que tenía la diva de los 40.
Carlos se quedó obnubilado sin poder apartar la vista de los ojos de Lucía o quien fuera. Sin poder evitarlo empezó a hablar con ella sobre sus sentimientos más profundos, sobre cómo sobrevivir al amor. Carlos estaba perdidamente enamorado de una mujer con la que sabía que nunca podría estar. Alejandra estaba casada, no sabemos si felizmente, pero si casada y tenía 4 niños. Así que Carlos sabía que lo suyo era imposible.
Empezó a hablar con Lucia de como, cada mañana, él se despertaba pensando en Alejandra, con un punto siempre de tristeza, pero luego empezaba el día y su trabajo lo absorbía y parecía que la olvidara. Pero cada vez que durante el día Carlos tenía un segundo de descanso, y su mente se quedaba en blanco siempre aparecía como por arte de magia el sentimiento y el recuerdo de Alejandra.
Parecía que Lucía lo entendía. Ella era comprensiva, y Carlos sintió que no tenía mas que explicar, por fin una amiga le había entendido. Estuvieronn un buen rato riendo y compartiendo recuerdos y aventuras apasionadas. Lucía había estado cientos de veces enamorada y a pesar de haber sufrido mucho, no renunciaba a enamorarse de nuevo. Si no estás enamorado es que estás muerto, decía.
Carlos, se dio cuenta de que llegaban a la estación y decidió preguntar a Lucia como había hecho para llegar al tren, y sobre todo cómo había cambiado su forma. Lucía contestó: “En los trenes siempre hay luna llena y la luna puede cambiarte”. A continuación, Lucia desapareció.