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Dientes

 Dientes pequeDesde pequeño había tenido miedo al dentista, ahora que ya era mayor se sentía un poco idiota. A estas alturas, los anestésicos funcionaban estupendamente.

Hoy estaba una vez más en la sala de espera. Como siempre al dolor de muelas se unía el miedo y las esperas en la sala, las que todos odiamos y ningún dentista arregla, sólo lo empeoraba. Estar allí sentado oyendo las fresas con su ruido característico acompañadas por el sonido de la aspiradora solo hacía aumentar el temor, ya sabes ese nudo en la tripa que siempre acompaña al miedo.

De repente, notó que todos los dientes se movían, se acordó de cuando era pequeño y un diente de leche empezaba a moverse, era la misma sensación: Un poco de miedo al dolor de quitarse el diente, pero al mismo tiempo las ganas de que el diente cayera para que luego el ratón Pérez le dejará su regalo.

Pero en esta ocasión no era un solo diente, todos los dientes se movían y, de repente, sin sentir dolor y sin darse cuenta de cómo pasaba, los dientes empezaron a salir de la boca. Iban desfilando por parejas, primero los incisivos, luego los premolares y al final, las muelas.

Una de las muelas del juicio le miró y le dijo que se tranquilizara, que volvían en un rato. No se podía creer lo que estaba viviendo, sus dientes le hablaban y, no sólo hablaban, si no que sabían desfilar.

Le costó mucho articularla primera palabra. Sin dientes parecía un anciano de 90 años desdentado por el paso del tiempo, pero finalmente lo consiguió. Sin entender muy bien porque, en lugar de preguntarle a la muela cómo era aquello posible, solo se le ocurrió decir «Pero, ¿dónde vais?». La muela le contestó: «Entramos nosotros solos al dentista, tú no te preocupes de nada, esta vez tú te quedas fuera».

En una situación tan extravagante, lo normal habría sido chillar o protestar, pero a él la idea de no entrar al dentista le pareció tan fantástica que sólo pudo asentir con la cabeza.

Se sentó en la silla y mientras veía a sus dientes entrar en la consulta se puso un poco de música en el móvil. Estuvo casi una hora sin dientes, pero esta vez no tenía miedo. Es más, el ruido de la fresa le parecía hasta agradable. Cuando estaba a punto de acabarse el disco que había elegido, vio salir a sus dientes de la consulta, todos venían con una sonrisa y sólo uno de los premolares parecía algo enfadado, no le gustaba el color del empaste que le habían puesto, él lo quería más blanco.

Cuando llegaron hasta él, la muela le dijo: «Abre la boca y relájate». El hizo caso y todos sus dientes y muelas, después de subir primero por el pantalón y luego por su camisa, fueron metiéndose en la boca. Al principio fue un poco desagradable, era como tener 3 polvorones en la boca, pero pronto empezaron a moverse y acabaron colocándose cada uno en su sitio.

Cuando su dentista se acercó le dijo que todo había ido bien y que sus dientes habían sido muy educados.

Por primera vez en su vida salió contento del dentista.