Archivo por meses: agosto 2014

El sueño del rayo verde

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Aquella tarde se acercó al mirador, quería buscar el rayo verde. Conocía la leyenda de los marineros de su pueblo, contaban que cuando navegaban más allá del cabo de la Labarca en busca de anchoas, y si el día había sido bueno, entonces podían dejar de trabajar un rato antes de la puesta de sol y sentados con los pies colgados por la borda de poniente, a veces, si había suerte, se podía ver el rayo verde en el horizonte. Los marineros decían que sí veías el rayo verde entonces las sirenas saltaban sobre el barco y cantaban canciones de amor junto a los marineros toda la noche.

El estaba lejos del mar así que no corría peligro de que alguna sirena lo asaltara, al fin y al cabo él no quería líos, sólo estaba allí para disfrutar de la vista.

El sol empezaba a bajar en el horizonte. Estaba un poco intranquilo, pensando en no dejar de mirar al sol, sabía que el rayo solo dura uno o dos segundos.
Hacía mucho viento y el mar estaba muy movido, casi parecía que el viento y el mar compartían su nerviosismo.

El miraba al mar y a veces le parecía ver saltar delfines entre las olas, o quizás serían sirenas preparándose para saltar sobre los barcos ahora que el sol se acercaba al punto del horizonte donde nace el rayo verde.
El sol ya tocaba el mar en el horizonte, quedaban pocos minutos para que se oculte del todo, y él se decidió a no perderlo de vista ni un segundo. Hizo un esfuerzo enorme para no parpadear, y cuando el rayo verde estaba a punto de aparecer un golpe de viento lo levantó por el aire y lo tiró al mar, allí una ballena enorme lo recibió con la boca abierta y se lo tragó.

La ballena se sumergió a toda velocidad y antes de que pudiera darse cuenta se encontraba en una cueva bajo el mar. No era una cueva oscura, ni triste, ni agobiante. Parecía más bien la entrada a un palacio. En la puerta había dos soldados con un tridente de chocolate que cuando se acercó a ellos le abrieron el paso y la puerta. El atravesó la puerta y entró en la calle de las canciones, era como si las casas no fueran casas sino canciones. Estaban todas sus canciones, desde las que le cantaba su madre en la cuna hasta la última que había escuchado, pasando por supuesto por las de su primer beso, o la primera cena romántica. En una boca calle un poco más oscura estaban las canciones tristes, pero no quiso ni acercarse.

Siguió andando por la calle de las canciones hasta que llegó al merendero, ya sabes esas mesas de madera que tienen banco y que hay siempre en los merenderos. Se sentó y al poco se le acercaron dos sirenas y empezaron a cantar para él mientras los camareros le traían una cerveza suave.
No recordaba cuanta cerveza había bebido, ni cuantas canciones cantó con las sirenas, sólo recordaba que fue una noche deliciosa. Si es verdad que lo de salir por los aires y ser tragado por una ballena no suena a buen recuerdo, pero eso fue sólo un segundo, y las canciones y la cerveza duraron toda la noche. El había amanecido en su cama, a pesar de todo no tenía resaca, y se levantó de muy buen humor. Estuvo todo el día recordando lo que había vivido y pensando sobre sí volvería al mirador a buscar el rayo verde. Le dio tantas vueltas que parecía que se había quedado mudo. Finalmente tomó una decisión.

Si alguna vez vas al mirador, y ves el rayo verde, cuidado con el viento y sobre todo con las ballenas.

Rayos verdes, ballenas, sirenas, canciones, etc.

Aquí está el desafío para el dibujante, veremos como lo resuelve el dibujista, este cuento tiene de todo.

Aquella tarde se acercó al mirador, quería buscar el rayo verde. Conocía la leyenda de los marineros de su pueblo, contaban que cuando navegaban más allá del cabo de la Labarca en busca de anchoas, y si el día había sido bueno, entonces podían dejar de trabajar un rato antes de la puesta de sol y sentados con los pies colgados por la borda de poniente, a veces, si había suerte, se podía ver el rayo verde en el horizonte. Los marineros decían que sí veías el rayo verde entonces las sirenas saltaban sobre el barco y cantaban canciones de amor junto a los marineros toda la noche.

El estaba lejos del mar así que no corría peligro de que alguna sirena lo asaltara, al fin y al cabo él no quería líos, sólo estaba allí para disfrutar de la vista.

El sol empezaba a bajar en el horizonte. Estaba un poco intranquilo, pensando en no dejar de mirar al sol, sabía que el rayo solo dura uno o dos segundos.
Hacía mucho viento y el mar estaba muy movido, casi parecía que el viento y el mar compartían su nerviosismo.

El miraba al mar y a veces le parecía ver saltar delfines entre las olas, o quizás serían sirenas preparándose para saltar sobre los barcos ahora que el sol se acercaba al punto del horizonte donde nace el rayo verde.
El sol ya tocaba el mar en el horizonte, quedaban pocos minutos para que se oculte del todo, y él se decidió a no perderlo de vista ni un segundo. Hizo un esfuerzo enorme para no parpadear, y cuando el rayo verde estaba a punto de aparecer un golpe de viento lo levantó por el aire y lo tiró al mar, allí una ballena enorme lo recibió con la boca abierta y se lo tragó.

La ballena se sumergió a toda velocidad y antes de que pudiera darse cuenta se encontraba en una cueva bajo el mar. No era una cueva oscura, ni triste, ni agobiante. Parecía más bien la entrada a un palacio. En la puerta había dos soldados con un tridente de chocolate que cuando se acercó a ellos le abrieron el paso y la puerta. El atravesó la puerta y entró en la calle de las canciones, era como si las casas no fueran casas sino canciones. Estaban todas sus canciones, desde las que le cantaba su madre en la cuna hasta la última que había escuchado, pasando por supuesto por las de su primer beso, o la primera cena romántica. En una boca calle un poco más oscura estaban las canciones tristes, pero no quiso ni acercarse.

Siguió andando por la calle de las canciones hasta que llegó al merendero, ya sabes esas mesas de madera que tienen banco y que hay siempre en los merenderos. Se sentó y al poco se le acercaron dos sirenas y empezaron a cantar para él mientras los camareros le traían una cerveza suave.
No recordaba cuanta cerveza había bebido, ni cuantas canciones cantó con las sirenas, sólo recordaba que fue una noche deliciosa. Si es verdad que lo de salir por los aires y ser tragado por una ballena no suena a buen recuerdo, pero eso fue sólo un segundo, y las canciones y la cerveza duraron toda la noche. El había amanecido en su cama, a pesar de todo no tenía resaca, y se levantó de muy buen humor. Estuvo todo el día recordando lo que había vivido y pensando sobre sí volvería al mirador a buscar el rayo verde. Le dio tantas vueltas que parecía que se había quedado mudo. Finalmente tomó una decisión.

Si alguna vez vas al mirador, y ves el rayo verde, cuidado con el viento y sobre todo con las ballenas.

Dibujandose

esperando

No sabía que dibujar, llevaba toda la tarde tirado en el sofá con el iPad entre las manos, a veces se había quedado dormido y le despertaba el susto del iPad que se caía de entre sus manos.

Al final, decidió dibujarse a si mismo, y luego otra vez, y luego otra, y otra, y otra… No podía parar se había metido en un bucle del que no sabía como salir, cada vez que acababa de dibujarse tenía que volver a dibujarse dibujando.

Su mujer le gritó desde la cocina: «Cariñooooo, tienes que ir a buscar a los niños y acuérdate de comprar aceitunas antes de volver». El la oyó, pero no pudo moverse, no podía separarse del dibujo, no podía moverse del sofá, no podía contestar, no podía pensar. Tan sólo sentía una angustia tremenda porque se daba cuenta de que se había metido en un bucle del que no podía salir.

Su mujer volvió a gritarle desde la cocina, pero esta vez el tono era mucho más agresivo: «Agustín siempre te quedas encerrado en tus dibujos, ¿quieres dejarlo de una vez e irte a por los niños? Cómo llegues tarde se van poner malos esperando en la calle con el frío que hace».

Esta vez también la oyó y tampoco pudo hacer nada por dejar de dibujar. A los pocos minutos, su mujer salió de la cocina a buscarlo dando un portazo y tirando el trapo contra la puerta descargando su enfado, en realidad descargaba los enfados de los últimos 20 años, y cuando llegó empezó a gritarle.

Primero desde la puerta del salón, luego junto a él. Él la oía, quería dejar de dibujar, pero no podía hacer nada. Cuando su mujer fue a zarandearle salió rebotada por una esfera de luz que apareció envolviéndole, como si fuera una burbuja protectora. Ahora sí, ella también se asustó. El seguía tan asustado o más que antes, pero aun así no podía dejar de dibujar.

Cuando Luisa se recuperó del golpe contra la pared y del susto, que fue mas que el golpe, intentó de nuevo acercarse a él, pero de nuevo la esfera la despidió hacia la pared. El se asustaba cada vez más, pero no podía hacer nada, seguía dibujandose dibujando y no podía parar.

Luisa llamó al 112. Como no la creyeron, tuvo que cambiar la historia y decir que su hijo se había caído por la escalera.

Agustín seguía dentro de la esfera, seguía dibujándose dibujando, no necesitaba comer, no necesitaba beber. No podía dejar de dibujar.

Cuando llegaron los de emergencias e intentaron acercarse a Agustin, estos también salieron despedidos. En menos de media hora había todo tipo de cuerpos especiales, seguridad nacional, la policía, la guardia civil, grupos de investigación.

Agustín seguía dentro de la esfera, seguía dibujándose dibujando, no necesitaba comer, no necesitaba beber. No podía dejar de dibujar.

Aquello se convirtió en noticia en todos los telediarios. Al final vinieron expertos del todo el mundo, incluso unos chinos que habían oido hablar de un lama al que según la leyenda le había pasado algo parecido.

Después de varios meses de investigaciones y pruebas, nadie consiguió entender que era aquella esfera o de donde procedía su energía.

No pudieron moverla, nada podía atravesarla.

Agustín seguía dentro de la esfera, seguía dibujándose dibujando, no necesitaba comer, no necesitaba beber. No podía dejar de dibujar.

Es verdad que los primeros días fueron un horror, el terror recorría su cuerpo y le llevaba el nudo del estómago hasta la garganta. Al principio era el miedo a morir, luego fué el miedo a sufrir dentro de aquella esfera. Pero el ser humano se acaba acostumbrando a todo, y pasadas las primeras semanas, Agustín aceptó aquella extraña realidad, se relajó y decidió concentrarse en el dibujo.

Después de todo siempre le había gustado dibujar, así que siguió dibujándose dibujando. Agustín seguía dentro de la esfera, seguía dibujándose dibujando, no necesitaba comer, no necesitaba beber. No podía dejar de dibujar.