El sueño del rayo verde

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Aquella tarde se acercó al mirador, quería buscar el rayo verde. Conocía la leyenda de los marineros de su pueblo, contaban que cuando navegaban más allá del cabo de la Labarca en busca de anchoas, y si el día había sido bueno, entonces podían dejar de trabajar un rato antes de la puesta de sol y sentados con los pies colgados por la borda de poniente, a veces, si había suerte, se podía ver el rayo verde en el horizonte. Los marineros decían que sí veías el rayo verde entonces las sirenas saltaban sobre el barco y cantaban canciones de amor junto a los marineros toda la noche.

El estaba lejos del mar así que no corría peligro de que alguna sirena lo asaltara, al fin y al cabo él no quería líos, sólo estaba allí para disfrutar de la vista.

El sol empezaba a bajar en el horizonte. Estaba un poco intranquilo, pensando en no dejar de mirar al sol, sabía que el rayo solo dura uno o dos segundos.
Hacía mucho viento y el mar estaba muy movido, casi parecía que el viento y el mar compartían su nerviosismo.

El miraba al mar y a veces le parecía ver saltar delfines entre las olas, o quizás serían sirenas preparándose para saltar sobre los barcos ahora que el sol se acercaba al punto del horizonte donde nace el rayo verde.
El sol ya tocaba el mar en el horizonte, quedaban pocos minutos para que se oculte del todo, y él se decidió a no perderlo de vista ni un segundo. Hizo un esfuerzo enorme para no parpadear, y cuando el rayo verde estaba a punto de aparecer un golpe de viento lo levantó por el aire y lo tiró al mar, allí una ballena enorme lo recibió con la boca abierta y se lo tragó.

La ballena se sumergió a toda velocidad y antes de que pudiera darse cuenta se encontraba en una cueva bajo el mar. No era una cueva oscura, ni triste, ni agobiante. Parecía más bien la entrada a un palacio. En la puerta había dos soldados con un tridente de chocolate que cuando se acercó a ellos le abrieron el paso y la puerta. El atravesó la puerta y entró en la calle de las canciones, era como si las casas no fueran casas sino canciones. Estaban todas sus canciones, desde las que le cantaba su madre en la cuna hasta la última que había escuchado, pasando por supuesto por las de su primer beso, o la primera cena romántica. En una boca calle un poco más oscura estaban las canciones tristes, pero no quiso ni acercarse.

Siguió andando por la calle de las canciones hasta que llegó al merendero, ya sabes esas mesas de madera que tienen banco y que hay siempre en los merenderos. Se sentó y al poco se le acercaron dos sirenas y empezaron a cantar para él mientras los camareros le traían una cerveza suave.
No recordaba cuanta cerveza había bebido, ni cuantas canciones cantó con las sirenas, sólo recordaba que fue una noche deliciosa. Si es verdad que lo de salir por los aires y ser tragado por una ballena no suena a buen recuerdo, pero eso fue sólo un segundo, y las canciones y la cerveza duraron toda la noche. El había amanecido en su cama, a pesar de todo no tenía resaca, y se levantó de muy buen humor. Estuvo todo el día recordando lo que había vivido y pensando sobre sí volvería al mirador a buscar el rayo verde. Le dio tantas vueltas que parecía que se había quedado mudo. Finalmente tomó una decisión.

Si alguna vez vas al mirador, y ves el rayo verde, cuidado con el viento y sobre todo con las ballenas.

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