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Cogido con pinzas

pinzasAquella noche no era diferente de la anterior y tenía toda la pinta de que iba a ser igual que la siguiente. Estaba sentado en su mesa con la ventana frente a él, que parecía más un espejo que una ventana, había que fijarse en la luces de la ciudad para no ver reflejada su cara, el flexo de luz azul, y el póster del Che en la pared. Estaba dispuesto a morir de pie antes que vivir siempre de rodillas, que para Amir significaba estudiar hasta el amanecer para poder superar la injusticia que suponía haber nacido cuando se prohibió estudiar a los chicos. (esto no lo entiendo)

Esa noche tocaba estudiar historia, los reyes del siglo XXIII eran más de 200, había sido un siglo violento, y solo Juana la viajera había conseguido reinar más de 30 meses. Debía aprenderse los nombres de todos aquellos reyes. Después de tantos y tantos exámenes, no podía estudiar en condiciones y claro llevaba los nombres cogidos con pinzas.

Se levantó y después de una ducha caliente y una taza de té se fue hacia el colegio. Avanzaba por su atajo preferido cuando algo le atrapó con fuerza y sin darse cuenta se vio atado con una cuerda verde y volando por el cielo colgando de una nave pilotada por 4 águilas vestidas de rosa. (buscaría otra manera para sacarlo de su realidad)

Hizo un esfuerzo por despertarse con la esperanza de que aquella situación tan absurda fuera solo una pesadilla, probó a pellizcarse pero no tuvo suerte estaba volando por el aire y no estaba soñando.

Cuando pasaban por encima del río la cuerda se soltó, el pensó que iba a morir en la caída pero no fue así. Cayó al agua y pudo salir nadando hasta el molino. La noria estuvo a punto de destrozarle pero pudo agarrarse a una rama y salir justo antes de que la corriente y la rueda del molino acabasen con su vida.

No sabía dónde estaba, cuando vuelas suspendido de una nave pilotada por águilas vestidas de rosa no hay manera de calcular ni el tiempo ni la distancia. Cuando empezaba a pensar que hacer, oyó ruido dentro del molino y decidió acercarse a pedir ayuda.

Salió a abrirle una sábana. Sí, una sábana, no era un fantasma ni una bruja disfrazada de sábana. Era una sábana de flores azules, la que le dijo:

* ya era hora de que llegaras, llevábamos mucho tiempo esperándote, desde que empezaste a estudiar tan mal nuestra vida ha sido horrible.
Amir no entendía nada. El no habia tomado drogas y estaba como en un paranoia, Águilas, sabanas, naves… su cerebro no pudo procesarlo y colapso. Cayó redondo pero la sábana pudo evitar que se golpeara la cabeza en la piedra de la entrada al molino.

Amir se despertó con un ojo pegado y tapado por una sábana de flores azules. Siempre se tiene una relación especial con las sábanas pero aquella sábana parecía que ademas de arroparle le consolaba, se acordó de que en su habitación había unas sábanas parecidas, aunque las de casas, como eran viejas, estaban llenas de pelotillas que las hacían muy incómodas. Está sábana era distinta, era suave, sin llegar a ser escurridiza, y sobre todo muy acogedora, daba gusto acurrucarse entre sus pliegues.

Recordó lo que había pasado antes de desmayarse y decidió preguntar a la sábana: ¿Por qué llevas una vida horrible desde que empece a estudiar? La sábana se desternillaba de risa con la pregunta, y lo hacía enrollándose en Amir y en sus piernas y en sus brazos. Amir seguía alucinando pero la sábana no hacía mas que reírse. Después de un rato, que a Amir se le hizo eterno, la sábana dejo de reírse y pudo empezar a contestarle:

– Pues está claro, porque lo llevas todo cogido con pinzas. Como todos los estudiantes de hoy sois iguales, no nos quedan pinzas para ponernos al sol a secar y, como no podemos estar al sol, muchas de nosotras se vuelven amarillentas y se estropean y huelen a humedad y entonces lloran y se deprimen y la vida de las sábanas se ha hecho horrible. Si no, ¿de dónde te crees que salen las pinzas con las que llevas colgados los nombres de los reyes? Y lo peor es que cada vez que un estudiante lleva algo cogido con pinzas, las pinzas que perdemos no regresan nunca, y cada día nos quedan menos pinzas.

Te hemos traído en la nave de las 4 águilas voladoras para pedirte un favor. Queremos pedirte que vuelvas a tu mundo y cambies la manera de estudiar, que cambies la manera en la que los estudiantes preparan sus exámenes para que no perdamos más pinzas.

Amir se quedo de piedra. ¿Cómo iba él a cambiar la educación y hacer que los estudiantes no lo llevaran todo cogido con pinzas? El solo era un alumno de primaria. Así que preguntó pero la sábana no supo que contestarle, solo le dijo:

– Por favor, cuenta nuestra historia a todos los estudiantes. Quizás ellos sepan como dejar de llevar las cosas cogidas con pinzas y encuentren en su cabeza herramientas para no dejarnos a nosotras sin ellas.

Yo no sé a donde regresó Amir o a quien le contó la historia, pero lo que si sé es que hoy, cada vez más, las personas luchan por aprender y estudiar de maneras diferentes con el único objetivo de no usar pinzas antes de los exámenes.

Dos placas

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Las trompetas anunciaban el comienzo de la colisión entre las placas tectónicas, estaba a punto de empezar la colisión en nada, en los próximos 2 millones de años se empezarían a notar los primeros indicios de las nuevas montañas. Las placas, que son com las madres de las montañas, estaban encantadas de haberse conocido, hacía solo pocos millones de años que se adivinaban en la distancia, y no habían podido dejar de pensar la una en la otra.

En aquella época las placas no tenían teléfono móvil y no podían hablarse, pero si hubieran podido hacerlo la factura habría sido enorme. Las dos placas pensaban continuamente en su nueva pareja,  y si hubieran podido hablar las sesiones de “cuelga tú” habrían sido eternas incluso en términos de tiempos de placas y montañas. Habrían sido como:

– Cuelga tú…
– No, no, cuelga tú, que yo no quiero ser la primera en colgar.
– Que no, que cuelgues tú, que a mi me da cosa y se me solidifica la lava y me sienta fatal, me salen arrugas, anda cuelga tú.
– Que no, que cuelgues tú, que hace 500.000 años ya colgué yo

En fin, los enamorados son así.

Así que después de unos miles de años de espera, las placas chocaron, el terremoto fue brutal, como cuando haces el amor por primera vez. A las placas les recorrió un hormigueo por todas partes, y los pobres habitantes sufrieron verdaderas calamidades. Fueron miles de años de terremotos, de hundimientos, de inundaciones y explosiones, pero las placas estaban encantadas y no porque no fueran sensibles sino porque ellas no sabían nada de eso.

Siglos de terremotos, pasión entre placas, y poco a poco empezaron a notarse las montañas, el choque de las placas produjo esta vez solo dos montañas, no cordilleras sino solo dos montañas.

La verdad es que eran dos montañas preciosas, en realidad eran mas dos colinas redondeadas, casi perfectas. Era posible anticipar la cantidad de historias de amor que se podrían vivir en esas colinas, mirando al nuevo paisaje que ellas dibujaban sobre el horizonte.

Pero las placas estaban muy decepcionadas, después de aquella colisión, aquellos terremotos, y tantas desgracias haber producido solo dos montañas les parecía un desperdicio.

Empezaron a discutir entre ellas, que si la culpa era de tu caliza, o que si era la mía. Que si tu lava no estaba lo suficientemente caliente o que la tuya no fluía adecuadamente.

Las placas empezaron a disgustarse, empezaron a reprocharse una a la otra, y poco a poco se fueron alejando, no habían pasado ni 5 millones de años y ya ni se acordaban de lo momentos de cuelga tú, de la pasión o de los terremotos. Se dieron la espalda y ni siquiera se despidieron, cada una tomó una dirección diferente para no volverse nunca mas.

Las dos montañas, perdón, las dos colinas se quedaron solas colgadas en medio de la nada como flotando en el aire. Una enfrente de la otra sin saber que pensar, sin saber que hacer (las montañas, sin sus placas no pueden crecer, y se hunden).

Las montañas intentaron sujetarse la una a la otra, como abrazándose para compartir la tristeza, pero poco a poco se fueron hundiendo. De hecho están todavía hundiéndose y si algún milagro no lo remedia solo les quedan 6 millones de años de existencia.

Lo que no saben las montañas es que las placas son muy poco estables y tan pronto se alejan como se acercan, y es posible que dentro de nada vuelvan a acercarse, y de nuevo surjan terremotos, inundaciones y otras desgracias que no serán mas que la consecuencia de la pasión irrefrenable de las placas a las que no les funciona la memoria y cada vez que chocan es para ellas como la primera vez, y puede que en uno de esos “cuelga tú” las dos montañas sobrevivan y se conviertan en una cordillera que viva feliz por lo menos 100.000 millones de años.

La dama de los Kiris

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Leila se había acostumbrado a ser diferente, no es que se le notara nada especial en su forma de andar, o de hablar o de vestir, o de cualquier otra cosa, aunque es verdad que siempre pensaba diferente.

También es cierto que a ella le pasaban cosas extraordinarias. La mejor, si te acuerdas, fue la del Kiri Rojo que le llevó a conocer a Ronde. Cuando eran jóvenes, a sus apenas 150 años, se habían unido. Todos en la luna sabían lo del Kiri Rojo con el que Leila se encontró. Leila se hizo profesora, ella sentía que todas las cosas extraordinarias tenía que compartirlas y que su pasión por la vida, por los kiris, y también por Ronde era algo que tenía que compartir, tanta felicidad no podía quedarse en su cabeza.

Estuvo 30 años en la escuela de profesores, cada mañana acudía a la escuela con resignación. Allí, muerta de aburrimiento, escuchaba las lecciones de los profesores. No se acordaba de los nombres de los profesores, ni de las asignaturas ni mucho menos de lo que había tenido que estudiar y memorizar. Pero si se acordaba de un profesor mayor, le llamaban Sr. Bernardo, este profesor en clase era muy aburrido, como mandan los cánones, pero cuando acababa la clase cuando daban un pequeño paseo hacia el recreo el Sr. Bernardo le hacía un guiño a Leila y juntos caminaban hasta el otro lado de su luna (su luna era muy pequeña se daba la vuelta en 87 minutos) y en ese paseo le hablaba de la pasión por los kiris.

El Sr. Bernardo pensaba que todo lo que hacían en el colegio no tenía sentido, que tanto estudiar, tanto aburrimiento, tanto memorizar en el fondo no servían para nada, y que si se trataba de aprender era suficiente con jugar. Una vez levantó la voz un poco más de la cuenta y la directora del colegio (la llamaban la “Escalona” porque siempre estaba en las escaleras) casi les oye hablar. Les habría costado la expulsión del colegio.

Leila era un diablo con mucha determinación, y superó los 30 años de escuela con mucha fuerza de voluntad, pero la huella del Sr. Bernardo quedó muy marcada en su corazón, muy por encima de la horas de aburrimiento del colegio, al fin y al cabo el aburrimiento pasa, pero la pasión siempre se recuerda.

Leila empezó a trabajar de profesora, y eso casi la mata, no duro en clase ni cinco minutos. Cuando estaba empezando a dar la clase como la habían enseñado, es decir como «dios manda”,  como se había hecho en los últimos 2.345 años casi se muere, se ahogaba, y además su cola se retorcía en torno a su cuello apretándole para que no siguiera hablando (tanto apretó la cola que se puso roja, pero roja roja, tan roja que se quedo roja para toda la vida).

Sus alumnos se asustaron tanto que dieron un chillido terrible, tan grande que rompió el suelo de la clase (como cuando una cantante de ópera chillona rompe una copa, pero el suelo). Del centro de su luna salieron unos gases que al principio parecieron tóxicos y por eso daban un poco de miedo, pero como los 3 alumnos estaban pendientes de Leila no se dieron cuenta de que estaban flotando sobre el gas (el gas se llamaba como una fruta, ahora no me acuerdo de cual) y en poco minutos estaban flotando en el cielo por encima del colegio.

Cuando se dieron cuenta de que estaban fuera de su luna, los alumnos, se asustaron y se agarraron a Leila abrazándola como para que los protegiera, y ese abrazo hizo que la cola de Leila dejara de apretarla en la garganta. Leila despertó y al verse liberada sin sentir el peso del colegio, decidió olvidarse de dar clase, decidió olvidarse de que estaban en el aire, decidió centrarse en toda la felicidad que había sentido siempre.

Si esto fuera un cuento de verdad, ahora te contaría que Leila se convirtió en una profesora estupenda a la que querían todos los alumnos, pero lo único que puedo contarte es que no se como acaba la historia. Leila sigue en las nubes con sus alumnos, ellos no saben si aprenden, ella no sabe si enseña, pero a ellos las horas en el colegio se les pasan volando, quizás siguen conservando un poco de aquel gas en sus pulmones. Acabo de acordarme… el gas era de fruta de la pasión.

Tu decides

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Siempre estaba soñando con cómo sería su vida fuera de la jaula, se pasaba las horas mirando entre los alambres que la daban forma.

Cuando salía el sol, como siempre por el este, el se despertaba como automáticamente, no necesitaba
despertador y en seguida empezaba su rutina. Primero un baño en el agua fresca de la bañera, jamás se preocupó de cómo se limpiaba la bañera o como se cambia el agua. Era una delicia sentir como el agua se mezclaba con los rayos de sol entre sus plumas.

Un buen rato después, cuando había disfrutado todo lo posible del baño, se dejaba secar al sol. Primero el ala derecha, luego la izquierda, a continuación el pecho, y por último dejándose colgar desde la barra que recorría de un lado a otro la jaula como si fuera un murciélago, conseguía que el sol le secara la tripa.

Una vez seco y brillante, no tenía más que acercarse al comedero donde siempre había grano fresco, y siempre de su marca favorita. Su dueña había aprendido que si cambiaba de marca el dejaba de cantar.

Con la tripa llena, las plumas acicaladas y el sol en el pico se acercaba al borde de la jaula y cantaba durante horas. Le gustaba mucho cantar le hacía sentirse feliz, lo hacía tan bien que su dueña se quedaba absorta mirándolo y escuchando sus cantos.

Cuando necesitaba descansar se refugiaba en su casita de madera donde siempre le esperaba su compañera. Ella era estupenda el sueño de cualquiera. Siempre a su lado, siempre cuidándolo.
Las tardes eran siempre de siesta hasta que se ponía el sol y sentía la necesidad de cantar de nuevo, volvía a acercarse al borde de la jaula y cantaba al atardecer. Parecía que el sol hervía sobre el mar con cada puesta de sol pero en lugar del bullir de las burbujas de agua lo que todo el barrio oía era su canto.
Cuando la noche se hacía con el cielo era cuando empezaba su tortura, en especial si había luna llena. Su mente se disparaba y se llenaba de sueños y aventuras, pensaba en cómo sería su vida alejado de la deliciosa rutina diaria.

Unos días pensaba en como viviría libre en la ciudad, volando de ventana en ventana, eligiendo con quien quería compartir sus canciones. Sabía, por qué se lo contó una vez su padre, que la vida en la ciudad podía ser muy dura, que a veces llovía, incluso recordaba que una vez vio nevar desde la ventana y pensó en el frío que haría en la calle. También sabía que había gatos que se alimentaban de los de su clase y que hacían que la vida en la calle estuviera llena de estrés y tensión. A pesar de todo soñaba con poder dejar la jaula y escapar a vivir en la ciudad.

Otras veces soñaba con viajar en un barco, mejor aún, a veces el barco era de piratas. Dos veces estuvo a punto de ser acribillado por una flecha en una de las batallas que habría librado en defensa de la libertad y la justicia , eso era lo que soñaba poder contar junto a una hoguera en una playa del caribe a los más jóvenes.

Tenía otros muchos sueños, siempre llenos de aventuras, emociones, y mucha pasión. Pero quién iba a cambiar una vida perfecta en la que era feliz por otra llena de incertidumbres, peligros y desventuras. Había que ser idiota para cambiar su vida por esos sueños. Pero en el fondo el se sentía triste porque no podía cambiar de vida, vivía en una jaula.

Aunque lo que más triste y hundido lo dejaba cada noche, era que en el fondo de su corazón sabía que en realidad, la cerradura de la puerta de la jaula estaba rota, y para salir sola había que empujarla y volar.

El sueño del rayo verde

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Aquella tarde se acercó al mirador, quería buscar el rayo verde. Conocía la leyenda de los marineros de su pueblo, contaban que cuando navegaban más allá del cabo de la Labarca en busca de anchoas, y si el día había sido bueno, entonces podían dejar de trabajar un rato antes de la puesta de sol y sentados con los pies colgados por la borda de poniente, a veces, si había suerte, se podía ver el rayo verde en el horizonte. Los marineros decían que sí veías el rayo verde entonces las sirenas saltaban sobre el barco y cantaban canciones de amor junto a los marineros toda la noche.

El estaba lejos del mar así que no corría peligro de que alguna sirena lo asaltara, al fin y al cabo él no quería líos, sólo estaba allí para disfrutar de la vista.

El sol empezaba a bajar en el horizonte. Estaba un poco intranquilo, pensando en no dejar de mirar al sol, sabía que el rayo solo dura uno o dos segundos.
Hacía mucho viento y el mar estaba muy movido, casi parecía que el viento y el mar compartían su nerviosismo.

El miraba al mar y a veces le parecía ver saltar delfines entre las olas, o quizás serían sirenas preparándose para saltar sobre los barcos ahora que el sol se acercaba al punto del horizonte donde nace el rayo verde.
El sol ya tocaba el mar en el horizonte, quedaban pocos minutos para que se oculte del todo, y él se decidió a no perderlo de vista ni un segundo. Hizo un esfuerzo enorme para no parpadear, y cuando el rayo verde estaba a punto de aparecer un golpe de viento lo levantó por el aire y lo tiró al mar, allí una ballena enorme lo recibió con la boca abierta y se lo tragó.

La ballena se sumergió a toda velocidad y antes de que pudiera darse cuenta se encontraba en una cueva bajo el mar. No era una cueva oscura, ni triste, ni agobiante. Parecía más bien la entrada a un palacio. En la puerta había dos soldados con un tridente de chocolate que cuando se acercó a ellos le abrieron el paso y la puerta. El atravesó la puerta y entró en la calle de las canciones, era como si las casas no fueran casas sino canciones. Estaban todas sus canciones, desde las que le cantaba su madre en la cuna hasta la última que había escuchado, pasando por supuesto por las de su primer beso, o la primera cena romántica. En una boca calle un poco más oscura estaban las canciones tristes, pero no quiso ni acercarse.

Siguió andando por la calle de las canciones hasta que llegó al merendero, ya sabes esas mesas de madera que tienen banco y que hay siempre en los merenderos. Se sentó y al poco se le acercaron dos sirenas y empezaron a cantar para él mientras los camareros le traían una cerveza suave.
No recordaba cuanta cerveza había bebido, ni cuantas canciones cantó con las sirenas, sólo recordaba que fue una noche deliciosa. Si es verdad que lo de salir por los aires y ser tragado por una ballena no suena a buen recuerdo, pero eso fue sólo un segundo, y las canciones y la cerveza duraron toda la noche. El había amanecido en su cama, a pesar de todo no tenía resaca, y se levantó de muy buen humor. Estuvo todo el día recordando lo que había vivido y pensando sobre sí volvería al mirador a buscar el rayo verde. Le dio tantas vueltas que parecía que se había quedado mudo. Finalmente tomó una decisión.

Si alguna vez vas al mirador, y ves el rayo verde, cuidado con el viento y sobre todo con las ballenas.

Dibujandose

esperando

No sabía que dibujar, llevaba toda la tarde tirado en el sofá con el iPad entre las manos, a veces se había quedado dormido y le despertaba el susto del iPad que se caía de entre sus manos.

Al final, decidió dibujarse a si mismo, y luego otra vez, y luego otra, y otra, y otra… No podía parar se había metido en un bucle del que no sabía como salir, cada vez que acababa de dibujarse tenía que volver a dibujarse dibujando.

Su mujer le gritó desde la cocina: «Cariñooooo, tienes que ir a buscar a los niños y acuérdate de comprar aceitunas antes de volver». El la oyó, pero no pudo moverse, no podía separarse del dibujo, no podía moverse del sofá, no podía contestar, no podía pensar. Tan sólo sentía una angustia tremenda porque se daba cuenta de que se había metido en un bucle del que no podía salir.

Su mujer volvió a gritarle desde la cocina, pero esta vez el tono era mucho más agresivo: «Agustín siempre te quedas encerrado en tus dibujos, ¿quieres dejarlo de una vez e irte a por los niños? Cómo llegues tarde se van poner malos esperando en la calle con el frío que hace».

Esta vez también la oyó y tampoco pudo hacer nada por dejar de dibujar. A los pocos minutos, su mujer salió de la cocina a buscarlo dando un portazo y tirando el trapo contra la puerta descargando su enfado, en realidad descargaba los enfados de los últimos 20 años, y cuando llegó empezó a gritarle.

Primero desde la puerta del salón, luego junto a él. Él la oía, quería dejar de dibujar, pero no podía hacer nada. Cuando su mujer fue a zarandearle salió rebotada por una esfera de luz que apareció envolviéndole, como si fuera una burbuja protectora. Ahora sí, ella también se asustó. El seguía tan asustado o más que antes, pero aun así no podía dejar de dibujar.

Cuando Luisa se recuperó del golpe contra la pared y del susto, que fue mas que el golpe, intentó de nuevo acercarse a él, pero de nuevo la esfera la despidió hacia la pared. El se asustaba cada vez más, pero no podía hacer nada, seguía dibujandose dibujando y no podía parar.

Luisa llamó al 112. Como no la creyeron, tuvo que cambiar la historia y decir que su hijo se había caído por la escalera.

Agustín seguía dentro de la esfera, seguía dibujándose dibujando, no necesitaba comer, no necesitaba beber. No podía dejar de dibujar.

Cuando llegaron los de emergencias e intentaron acercarse a Agustin, estos también salieron despedidos. En menos de media hora había todo tipo de cuerpos especiales, seguridad nacional, la policía, la guardia civil, grupos de investigación.

Agustín seguía dentro de la esfera, seguía dibujándose dibujando, no necesitaba comer, no necesitaba beber. No podía dejar de dibujar.

Aquello se convirtió en noticia en todos los telediarios. Al final vinieron expertos del todo el mundo, incluso unos chinos que habían oido hablar de un lama al que según la leyenda le había pasado algo parecido.

Después de varios meses de investigaciones y pruebas, nadie consiguió entender que era aquella esfera o de donde procedía su energía.

No pudieron moverla, nada podía atravesarla.

Agustín seguía dentro de la esfera, seguía dibujándose dibujando, no necesitaba comer, no necesitaba beber. No podía dejar de dibujar.

Es verdad que los primeros días fueron un horror, el terror recorría su cuerpo y le llevaba el nudo del estómago hasta la garganta. Al principio era el miedo a morir, luego fué el miedo a sufrir dentro de aquella esfera. Pero el ser humano se acaba acostumbrando a todo, y pasadas las primeras semanas, Agustín aceptó aquella extraña realidad, se relajó y decidió concentrarse en el dibujo.

Después de todo siempre le había gustado dibujar, así que siguió dibujándose dibujando. Agustín seguía dentro de la esfera, seguía dibujándose dibujando, no necesitaba comer, no necesitaba beber. No podía dejar de dibujar.

Ava

avaCarlos se había vuelto a quedar dormido en la estación. Le despertó una señora mayor que se sentó a su lado y le dio un bolsazo en la cara. Afortunadamente, en la bolsa solo había un sombrero de paja y fueron más el susto y el ruido que el golpe. Cuando miró el reloj, salió corriendo hacia el andén. Su tren estaba a punto de salir. Según corría, se imaginaba a si mismo cogiendo el tren en marcha, tirando su maleta al pescante y luego saltando. Pero hoy los trenes ya no son así, hay que correr antes de que el tren empiece a andar. Quizás los trenes ya no son aquellos animales mitológicos que cantaba Miguel Ríos.

Carlos llegó por los pelos y, cuando localizó el asiento 8B, se quedó sorprendido al ver a su compañera del 8A. Era la vieja que le había despertado en la estación. ¿Cómo había llegado ella hasta allí? Iba llena de bolsas, parecía tener 88 años y se movía con dificultad, incluso parecía que los temblores de sus manos indicaban un parkinson avanzado.

Sin poder decir nada, sin nada que se le ocurriera, se sentó junto a la anciana. Los primeros minutos fueron de silencio, pero enseguida la señora empezó a hablar con él. Le contó que iba a Madrid a ver a sus bisnietos, estaban a punto de hacerla tatarabuela, y no quería por nada del mundo perderse el nacimiento de su descendiente número 140. (6 hijos, 36 nietos, y ya iba por 139 bisnietos).

Carlos no sabía que pensar, lo de que Lucía, así se llamaba la anciana, hubiera llegado antes que él le tenía loco, pero por otro lado no podía ser una viejecita más pesada y aburrida. La conversación no era nada interesante, ella le hablaba de cada uno de sus hijos, de los nietos no se acordaba del nombre de muchos, y de los bisnietos ni hablamos.

Solo faltaban dos horas y media de viaje, Carlos pensaba que iban a ser eternas. A cada minuto, Lucía se le hacía más y más insoportable. Cuando estaba pensando en darle una voz a la vieja y decirle que se callara de una vez, ella le cogió el dedo meñique y, de repente, se transformó en una mujer espectacular. Si yo supiera escribir, os diría que era la reencarnación de Ava Gadner, pero con unos ojos aún más poderosos que los que tenía la diva de los 40.

Carlos se quedó obnubilado sin poder apartar la vista de los ojos de Lucía o quien fuera. Sin poder evitarlo empezó a hablar con ella sobre sus sentimientos más profundos, sobre cómo sobrevivir al amor. Carlos estaba perdidamente enamorado de una mujer con la que sabía que nunca podría estar. Alejandra estaba casada, no sabemos si felizmente, pero si casada y tenía 4 niños. Así que Carlos sabía que lo suyo era imposible.

Empezó a hablar con Lucia de como, cada mañana, él se despertaba pensando en Alejandra, con un punto siempre de tristeza, pero luego empezaba el día y su trabajo lo absorbía y parecía que la olvidara. Pero cada vez que durante el día Carlos tenía un segundo de descanso, y su mente se quedaba en blanco siempre aparecía como por arte de magia el sentimiento y el recuerdo de Alejandra.

Parecía que Lucía lo entendía. Ella era comprensiva, y Carlos sintió que no tenía mas que explicar, por fin una amiga le había entendido. Estuvieronn un buen rato riendo y compartiendo recuerdos y aventuras apasionadas. Lucía había estado cientos de veces enamorada y a pesar de haber sufrido mucho, no renunciaba a enamorarse de nuevo. Si no estás enamorado es que estás muerto, decía.

Carlos, se dio cuenta de que llegaban a la estación y decidió preguntar a Lucia como había hecho para llegar al tren, y sobre todo cómo había cambiado su forma. Lucía contestó: “En los trenes siempre hay luna llena y la luna puede cambiarte”. A continuación, Lucia desapareció.

Tagete

Tagete peque

Guillermo era el alcalde de su pueblo: Sotillo del Ideal. Llevaba siendo alcalde más de 5 legislaturas. Guillermo era de esas personas que caen bien a todo el mundo, tenía la capacidad de conciliar los intereses y pasiones de todos los que estaban a su alrededor.

Aquella vez que el pueblo estuvo a punto de partirse por la mitad por culpa del proyecto de la central eléctrica, él fue capaz de armonizar todos los intereses y encontrar una solución que gustó a todos.

Pero esa capacidad de equilibrio que era su principal virtud, era al mismo tiempo su peor maldición. Guillermo nunca pudo encontrar pareja, aquella vez que estuvo tan colgado por Rodrigo no se atrevió a dar los pasos necesarios para salirse de los esquemas tradicionales.

Siempre se arrepentiría de no haber estrechado a Rodrigo entre sus brazos y, cogiéndole del cuello, haberle besado con todo el alma, con todas sus tripas volcadas en ese beso para luego, sobre esa pasión instantánea, construir una vida digna de ser contada. Eso requería mucho coraje, mucha gente a la que decepcionar y a la que dejar colgada. Su espíritu conciliador no se lo permitía.

Guillermo vivía solo en un pequeño chalet adosado en el centro de su pueblo. En aquella casa tan normal solo se permitía un pequeño capricho en forma de actitud radical: su jardín. Era verde, absolutamente verde, sin una sola mancha de otro color. Como si hubiese sido pintado pantonera en mano, ajustándolo al Pantone 376 U. Guillermo empleaba sus tardes en cuidar su jardín, limpiandolo de cualquier pequeña planta que no cumpliera con el verde 376U. Esa era la única radicalidad que se permitía en su vida.

Una mañana cuando se levantó y miró a su jardín vio una enorme flor en el centro. ¿De dónde había salido aquel horror? Se puso un pantalón corto y bajo corriendo al jardín, arrancó la flor y volvió a dejar el jardín perfectamente verde, no cualquier verde, sino  el verde del Pantone 376U que él había elegido. A la mañana siguiente, se despertó aterrorizado con la idea de que la flor estuviera allí de nuevo, pero no, en su pradera perfecta no había crecido ningún engendro anaranjado. Días después, cuando creía que lo de la flor había sido una simple anécdota, una nueva aberración se erguía en medio de su jardín.

Lo cierto era que cuando tocaba la flor para arrancarla, su espalda se estremecía. Y es que; tenía que ser honesto consigo mismo, aquella flor le gustaba. Pero no podía permitir que aquello se impusiera sobre su necesidad de tener un jardín auténtica y únicamente verde. Al fin y al cabo, su jardín era la envidia de todos, y hasta había salido una vez en la tele “El alcalde jardinero del Pantone perfecto». Su verde era tan adecuado para un jardín que Google había usado el Pantone 376 U como referencia de color para todas las fotos de su aplicación de mapas.

Cada mañana que la flor aparecía, Guillermo la arrancaba de cuajo, con raíces y todo, se estremecía y se iba a trabajar.  Las primeras 189 veces no tuvo problema en hacerlo, pero de repente algo cambió, alguien volvió a su vida y las siguientes 76 veces se le hicieron un poco más cuesta arriba.

Al final, Guillermo se tuvo que rendir a la evidencia. Aquel tagete amarillo y naranja se había instalado en su jardín para siempre y podía ser feliz con él. La vida es así, se decía Guillermo cuando por las noches, antes de dormir, añoraba su verde perfecto.

Una tarde, por sorpresa,  Rodrigo volvió a su casa,  vino a contarle que estaba de nuevo solo que ya no tenía pareja. Cuando salió al jardín le dijo: “¿cómo sabías que el tagete es mi flor preferida?.

Interferencias

Interferencias

Salimos de viaje, ya está todo en el coche, apenas cabían las maletas. #findevacaciones

A mama siempre le faltaban unas bolsas de última hora. #receurdosdeinfancia

Por fin en el coche, ahora serán unas horas para pensar si la música no me absorbe. #quepaz

Como progresamos, aquí antes no se oía la radio, ahora en radio3 suena US Rails. #grupazo

Los ojos en la carretera la cabeza vuela entre los molinos, se cruza con los buitres, siempre pensé en qué ven los buitres. #locurasdeniño

Ahora duerme toda la familia. Y si no estuviera aquí. ¿Como serían otras vidas? #pensando

WTF se ha pinchado una rueda. #averíasdeverano

Pararon el coche junto a un campo de trigo enorme, el viento formaba olas con las espigas, y de vez en cuando, se escuchaba el ruido de un camión pasar.

Su hijo desapareció como por arte de magia. Se cayó por una agujero que estaba tapado por el trigo.

Cuando por fin llegó la guardia civil el padre no podía hablar, se había quedado sin alma, era como si su alma se hubiera caído por el agujero con el niño. Solo pudo darles su teléfono móvil para que la guardia civil viera sus últimos tuits.

La operación de búsqueda comenzó enseguida. Tres helicópteros, un centenar de voluntarios y una docena de perros policía venidos de Palencia.

Nadie se explicaba lo que había podido pasar, solo habían parado a cambiar la rueda pinchada, y mientras él preparaba los bocadillos, su mujer cambiaba la rueda.  Los niños se pusieron a corretear por el campos de trigo, se escondían agachándose entre las espigas. Julio, entre bocata y bocata, los miraba de reojo.

Cuando María empezó a llamar a Claudio a voz en grito, él pensó: “Otra vez sacándola de quicio, cuando aprenderá…” Pero esta vez los gritos de María no paraban y él empezó a preocuparse.

Oteó el campo de trigo buscando algún rastro de Claudio, él también empezó a llamarlo: “¡¡¡Claudio!!! Ya está bien, sal que tenemos que seguir viaje.” Pero Claudio no contestaba. Luego vino la llamada al 112, la desesperación, la llegada de los primeros guardias civiles, los voluntarios, los perros, los helicópteros y todo lo demás. Fueron 24 horas de angustia terrible, él no se quiso ir a dormir, estaba empeñado en que su hijo estaba en algún lugar de aquel campo de trigo.

Justo a las 24 horas y 15 minutos de la desaparición de Claudio se empezó a oír como un escape de gas que salía del campo de trigo, era como el ruido que hacen los bufones en el mar, pero continuo y cada vez más fuerte. Por un instante se paró el ruido como si el tubo se hubiera atascado y, a los pocos segundos, se oyó una explosión. Todos miraron al cielo para ver lo que había salido despedido y, para su sorpresa, vieron a Claudio empezando a caer con un paracaídas azul.  La cara de todos era una mezcla de alegría, incredulidad y asombro.

Claudio aterrizó con toda naturalidad, recogió el paracaídas como si lo llevara haciendo toda la vida, y lo tiró al agujero del campo de trigo que inmediatamente después se cerró.

Después de los abrazos, las preguntas sin respuesta, las lágrimas, las palabras de agradecimiento… la familia siguió viaje.  Claudio se acercó a su padre y le dijo:

“Papa, vengo de la otra vida que soñabas mientras conducías, y solo quiero decirte que no es mejor que la que tienes, no te iba a gustar.”

Llegando a casa. #viajesincreibles

Mañana es lunes, vuelta a la rutina. #tuitsdedomingo

Buenas noches a todos y mi FF a @guardiacivil de Palencia.

¿Fumamos?

Fumamos
Laura y Manuel llevaban 18 horas trabajando con los números de la fábrica de quesos. Ya eran las 3 de la mañana y en el despacho se podía mascar el humo. Llevaban todo el día encerrados con los números, los informes, las cuentas… Allí estaban decidiendo el futuro de la fábrica.
Su abuelo volvió de Suiza con la receta para hacer el mejor queso azul de Asturias.

Llegó a Basilea cuando, después de la guerra, tuvo que emigrar huyendo del hambre y la persecución, y allí encontró trabajo en una pequeña fábrica regentada por un francés pelirrojo y fanfarrón con el que se pasaba las tardes jugando a los chinos.

El abuelo siempre fue un tipo encantador y sabía encontrar la manera de conectar con todo el mundo. Pronto supo ver que a Pierre le gustaba el juego y, sobre todo, le gustaba ganar. Tarde tras tarde, se aficionaron a jugarse casi todo a los chinos. Pierre nunca sospechó que el abuelo muchas veces se dejaba ganar y se enganchó a esa mezcla de intuición, probabilidad, astucia y una pizca de suerte que son los chinos.
Tarde tras tarde, los dos hombres se fueron haciendo amigos y, poco a poco, Pierre le contó al abuelo el secreto de sus quesos.

El abuelo regresó a España en los 70. Primero de turismo, en verano, solo una semana y luego, poco a poco, fue alargando los veraneos.
El 21 de noviembre de 1975 firmó la compra del terreno, las vacas y las máquinas. Los ahorros de 20 años trabajando en Suiza con Pierre, y un crédito que parecía imposible de pagar, fue el todo o nada del abuelo, la apuesta de una vida.
Poco a poco, la fábrica fue creciendo, kilo a kilo, vaca a vaca, empleado a empleado, tienda a tienda. Fueron años divertidos, la fábrica funcionaba bien, los quesos se vendían bien, y la riqueza crecía en todo el valle. Muchas familias volvieron a Asturias y gracias a la fábrica pudieron recuperar una vida feliz.
Ahora, Laura y Manuel estaban en una situación complicada, ellos no sabían de números y les estaba costando mucho esfuerzo entender la situación real de la empresa. Balances, cuentas de resultados, auditorías, bancos, previsiones de ventas, informes consolidados… No eran capaces de entender todo aquello.
Detrás de esos números estaba la respuesta, allí estaba escondida la decisión correcta. ¿Cuál de las dos ofertas debían aceptar? Ambas ofrecían mucho dinero, las dos garantizaban el futuro de la fábrica y el de las 69 familias que vivían de la producción de quesos. Ellos querían irse a vivir al sur, ya habían elegido la casa que comprarían, ya sabían lo que iban a hacer allí.
Sólo quedaba decidir, pero no sabían como. Laura le dijo a Manuel: ¿Por qué no nos lo jugamos a los chinos? Tú juegas por la propuesta de los americanos y yo por la de los rusos. A Manuel le pareció buena idea, pero le dijo a Laura que antes quería dedicar 5 minutos a pensar en el abuelo, por eso le propuso:

¿Fumamos?