No sabía que dibujar, llevaba toda la tarde tirado en el sofá con el iPad entre las manos, a veces se había quedado dormido y le despertaba el susto del iPad que se caía de entre sus manos.
Al final, decidió dibujarse a si mismo, y luego otra vez, y luego otra, y otra, y otra… No podía parar se había metido en un bucle del que no sabía como salir, cada vez que acababa de dibujarse tenía que volver a dibujarse dibujando.
Su mujer le gritó desde la cocina: «Cariñooooo, tienes que ir a buscar a los niños y acuérdate de comprar aceitunas antes de volver». El la oyó, pero no pudo moverse, no podía separarse del dibujo, no podía moverse del sofá, no podía contestar, no podía pensar. Tan sólo sentía una angustia tremenda porque se daba cuenta de que se había metido en un bucle del que no podía salir.
Su mujer volvió a gritarle desde la cocina, pero esta vez el tono era mucho más agresivo: «Agustín siempre te quedas encerrado en tus dibujos, ¿quieres dejarlo de una vez e irte a por los niños? Cómo llegues tarde se van poner malos esperando en la calle con el frío que hace».
Esta vez también la oyó y tampoco pudo hacer nada por dejar de dibujar. A los pocos minutos, su mujer salió de la cocina a buscarlo dando un portazo y tirando el trapo contra la puerta descargando su enfado, en realidad descargaba los enfados de los últimos 20 años, y cuando llegó empezó a gritarle.
Primero desde la puerta del salón, luego junto a él. Él la oía, quería dejar de dibujar, pero no podía hacer nada. Cuando su mujer fue a zarandearle salió rebotada por una esfera de luz que apareció envolviéndole, como si fuera una burbuja protectora. Ahora sí, ella también se asustó. El seguía tan asustado o más que antes, pero aun así no podía dejar de dibujar.
Cuando Luisa se recuperó del golpe contra la pared y del susto, que fue mas que el golpe, intentó de nuevo acercarse a él, pero de nuevo la esfera la despidió hacia la pared. El se asustaba cada vez más, pero no podía hacer nada, seguía dibujandose dibujando y no podía parar.
Luisa llamó al 112. Como no la creyeron, tuvo que cambiar la historia y decir que su hijo se había caído por la escalera.
Agustín seguía dentro de la esfera, seguía dibujándose dibujando, no necesitaba comer, no necesitaba beber. No podía dejar de dibujar.
Cuando llegaron los de emergencias e intentaron acercarse a Agustin, estos también salieron despedidos. En menos de media hora había todo tipo de cuerpos especiales, seguridad nacional, la policía, la guardia civil, grupos de investigación.
Agustín seguía dentro de la esfera, seguía dibujándose dibujando, no necesitaba comer, no necesitaba beber. No podía dejar de dibujar.
Aquello se convirtió en noticia en todos los telediarios. Al final vinieron expertos del todo el mundo, incluso unos chinos que habían oido hablar de un lama al que según la leyenda le había pasado algo parecido.
Después de varios meses de investigaciones y pruebas, nadie consiguió entender que era aquella esfera o de donde procedía su energía.
No pudieron moverla, nada podía atravesarla.
Agustín seguía dentro de la esfera, seguía dibujándose dibujando, no necesitaba comer, no necesitaba beber. No podía dejar de dibujar.
Es verdad que los primeros días fueron un horror, el terror recorría su cuerpo y le llevaba el nudo del estómago hasta la garganta. Al principio era el miedo a morir, luego fué el miedo a sufrir dentro de aquella esfera. Pero el ser humano se acaba acostumbrando a todo, y pasadas las primeras semanas, Agustín aceptó aquella extraña realidad, se relajó y decidió concentrarse en el dibujo.
Después de todo siempre le había gustado dibujar, así que siguió dibujándose dibujando. Agustín seguía dentro de la esfera, seguía dibujándose dibujando, no necesitaba comer, no necesitaba beber. No podía dejar de dibujar.