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Cogido con pinzas

pinzasAquella noche no era diferente de la anterior y tenía toda la pinta de que iba a ser igual que la siguiente. Estaba sentado en su mesa con la ventana frente a él, que parecía más un espejo que una ventana, había que fijarse en la luces de la ciudad para no ver reflejada su cara, el flexo de luz azul, y el póster del Che en la pared. Estaba dispuesto a morir de pie antes que vivir siempre de rodillas, que para Amir significaba estudiar hasta el amanecer para poder superar la injusticia que suponía haber nacido cuando se prohibió estudiar a los chicos. (esto no lo entiendo)

Esa noche tocaba estudiar historia, los reyes del siglo XXIII eran más de 200, había sido un siglo violento, y solo Juana la viajera había conseguido reinar más de 30 meses. Debía aprenderse los nombres de todos aquellos reyes. Después de tantos y tantos exámenes, no podía estudiar en condiciones y claro llevaba los nombres cogidos con pinzas.

Se levantó y después de una ducha caliente y una taza de té se fue hacia el colegio. Avanzaba por su atajo preferido cuando algo le atrapó con fuerza y sin darse cuenta se vio atado con una cuerda verde y volando por el cielo colgando de una nave pilotada por 4 águilas vestidas de rosa. (buscaría otra manera para sacarlo de su realidad)

Hizo un esfuerzo por despertarse con la esperanza de que aquella situación tan absurda fuera solo una pesadilla, probó a pellizcarse pero no tuvo suerte estaba volando por el aire y no estaba soñando.

Cuando pasaban por encima del río la cuerda se soltó, el pensó que iba a morir en la caída pero no fue así. Cayó al agua y pudo salir nadando hasta el molino. La noria estuvo a punto de destrozarle pero pudo agarrarse a una rama y salir justo antes de que la corriente y la rueda del molino acabasen con su vida.

No sabía dónde estaba, cuando vuelas suspendido de una nave pilotada por águilas vestidas de rosa no hay manera de calcular ni el tiempo ni la distancia. Cuando empezaba a pensar que hacer, oyó ruido dentro del molino y decidió acercarse a pedir ayuda.

Salió a abrirle una sábana. Sí, una sábana, no era un fantasma ni una bruja disfrazada de sábana. Era una sábana de flores azules, la que le dijo:

* ya era hora de que llegaras, llevábamos mucho tiempo esperándote, desde que empezaste a estudiar tan mal nuestra vida ha sido horrible.
Amir no entendía nada. El no habia tomado drogas y estaba como en un paranoia, Águilas, sabanas, naves… su cerebro no pudo procesarlo y colapso. Cayó redondo pero la sábana pudo evitar que se golpeara la cabeza en la piedra de la entrada al molino.

Amir se despertó con un ojo pegado y tapado por una sábana de flores azules. Siempre se tiene una relación especial con las sábanas pero aquella sábana parecía que ademas de arroparle le consolaba, se acordó de que en su habitación había unas sábanas parecidas, aunque las de casas, como eran viejas, estaban llenas de pelotillas que las hacían muy incómodas. Está sábana era distinta, era suave, sin llegar a ser escurridiza, y sobre todo muy acogedora, daba gusto acurrucarse entre sus pliegues.

Recordó lo que había pasado antes de desmayarse y decidió preguntar a la sábana: ¿Por qué llevas una vida horrible desde que empece a estudiar? La sábana se desternillaba de risa con la pregunta, y lo hacía enrollándose en Amir y en sus piernas y en sus brazos. Amir seguía alucinando pero la sábana no hacía mas que reírse. Después de un rato, que a Amir se le hizo eterno, la sábana dejo de reírse y pudo empezar a contestarle:

– Pues está claro, porque lo llevas todo cogido con pinzas. Como todos los estudiantes de hoy sois iguales, no nos quedan pinzas para ponernos al sol a secar y, como no podemos estar al sol, muchas de nosotras se vuelven amarillentas y se estropean y huelen a humedad y entonces lloran y se deprimen y la vida de las sábanas se ha hecho horrible. Si no, ¿de dónde te crees que salen las pinzas con las que llevas colgados los nombres de los reyes? Y lo peor es que cada vez que un estudiante lleva algo cogido con pinzas, las pinzas que perdemos no regresan nunca, y cada día nos quedan menos pinzas.

Te hemos traído en la nave de las 4 águilas voladoras para pedirte un favor. Queremos pedirte que vuelvas a tu mundo y cambies la manera de estudiar, que cambies la manera en la que los estudiantes preparan sus exámenes para que no perdamos más pinzas.

Amir se quedo de piedra. ¿Cómo iba él a cambiar la educación y hacer que los estudiantes no lo llevaran todo cogido con pinzas? El solo era un alumno de primaria. Así que preguntó pero la sábana no supo que contestarle, solo le dijo:

– Por favor, cuenta nuestra historia a todos los estudiantes. Quizás ellos sepan como dejar de llevar las cosas cogidas con pinzas y encuentren en su cabeza herramientas para no dejarnos a nosotras sin ellas.

Yo no sé a donde regresó Amir o a quien le contó la historia, pero lo que si sé es que hoy, cada vez más, las personas luchan por aprender y estudiar de maneras diferentes con el único objetivo de no usar pinzas antes de los exámenes.

Tagete

Tagete peque

Guillermo era el alcalde de su pueblo: Sotillo del Ideal. Llevaba siendo alcalde más de 5 legislaturas. Guillermo era de esas personas que caen bien a todo el mundo, tenía la capacidad de conciliar los intereses y pasiones de todos los que estaban a su alrededor.

Aquella vez que el pueblo estuvo a punto de partirse por la mitad por culpa del proyecto de la central eléctrica, él fue capaz de armonizar todos los intereses y encontrar una solución que gustó a todos.

Pero esa capacidad de equilibrio que era su principal virtud, era al mismo tiempo su peor maldición. Guillermo nunca pudo encontrar pareja, aquella vez que estuvo tan colgado por Rodrigo no se atrevió a dar los pasos necesarios para salirse de los esquemas tradicionales.

Siempre se arrepentiría de no haber estrechado a Rodrigo entre sus brazos y, cogiéndole del cuello, haberle besado con todo el alma, con todas sus tripas volcadas en ese beso para luego, sobre esa pasión instantánea, construir una vida digna de ser contada. Eso requería mucho coraje, mucha gente a la que decepcionar y a la que dejar colgada. Su espíritu conciliador no se lo permitía.

Guillermo vivía solo en un pequeño chalet adosado en el centro de su pueblo. En aquella casa tan normal solo se permitía un pequeño capricho en forma de actitud radical: su jardín. Era verde, absolutamente verde, sin una sola mancha de otro color. Como si hubiese sido pintado pantonera en mano, ajustándolo al Pantone 376 U. Guillermo empleaba sus tardes en cuidar su jardín, limpiandolo de cualquier pequeña planta que no cumpliera con el verde 376U. Esa era la única radicalidad que se permitía en su vida.

Una mañana cuando se levantó y miró a su jardín vio una enorme flor en el centro. ¿De dónde había salido aquel horror? Se puso un pantalón corto y bajo corriendo al jardín, arrancó la flor y volvió a dejar el jardín perfectamente verde, no cualquier verde, sino  el verde del Pantone 376U que él había elegido. A la mañana siguiente, se despertó aterrorizado con la idea de que la flor estuviera allí de nuevo, pero no, en su pradera perfecta no había crecido ningún engendro anaranjado. Días después, cuando creía que lo de la flor había sido una simple anécdota, una nueva aberración se erguía en medio de su jardín.

Lo cierto era que cuando tocaba la flor para arrancarla, su espalda se estremecía. Y es que; tenía que ser honesto consigo mismo, aquella flor le gustaba. Pero no podía permitir que aquello se impusiera sobre su necesidad de tener un jardín auténtica y únicamente verde. Al fin y al cabo, su jardín era la envidia de todos, y hasta había salido una vez en la tele “El alcalde jardinero del Pantone perfecto». Su verde era tan adecuado para un jardín que Google había usado el Pantone 376 U como referencia de color para todas las fotos de su aplicación de mapas.

Cada mañana que la flor aparecía, Guillermo la arrancaba de cuajo, con raíces y todo, se estremecía y se iba a trabajar.  Las primeras 189 veces no tuvo problema en hacerlo, pero de repente algo cambió, alguien volvió a su vida y las siguientes 76 veces se le hicieron un poco más cuesta arriba.

Al final, Guillermo se tuvo que rendir a la evidencia. Aquel tagete amarillo y naranja se había instalado en su jardín para siempre y podía ser feliz con él. La vida es así, se decía Guillermo cuando por las noches, antes de dormir, añoraba su verde perfecto.

Una tarde, por sorpresa,  Rodrigo volvió a su casa,  vino a contarle que estaba de nuevo solo que ya no tenía pareja. Cuando salió al jardín le dijo: “¿cómo sabías que el tagete es mi flor preferida?.

Semáforo

Tu veras peque

El semáforo se había vuelto loco, las tres luces se encendían a la vez y no parpadeaban. Era una señal. Algo iba a pasar esa noche. Maribel lo entendió así. Sus ojos marrones, con el aire de tristeza que sólo las putas con cierta edad saben trasmitir, miraban al semáforo y asentían; algo va a pasar.  Justo en ese momento, una cría con aire vacilante apareció por la esquina. Andaba con aire taciturno y parecía no entender porque estaba en ese momento y en ese lugar. Maribel la observo con detenimiento y se transportó a unos años atrás. A demasiados años atrás. Se tocó el pelo, en un intento de arreglo que no logro pues las greñas llevaban con ella demasiado tiempo y el tinte barato color rojo que se daba no provocaba mejora en una mujer que había sido atractiva. Eso le dijeron en Rumania cuando la convencieron para venir a España y trabajar seguro de relaciones públicas en alguna cadena hotelera de la costa. Tu cara y tu figura va a gusta mucho allí. Podrás ayudar a tu familia enviando un montón de pasta cada mes y tu hija estudiará en Alemania o incluso te la podrás llevar a España. Mierda de decisión. Mierda de vida. Mierda de país. Y ahora esta nena en su esquina.

Se acercó con decisión, la iba a decir lo que valía la esquina y lo que la esperaba. Era su esquina y su semáforo. Le dio un golpe con el bolso y la chica dio un salto hacia delante que la hizo caer de rodillas. Los taconazos le habían jugado una mala pasada.

A Maribel le pudo algo en su interior y en lugar de seguir dándole con el bolso como tenía pensado se acerco, la ayudo a levantarse y la observo de cerca. Era una muñeca. Su cara temblaba y sus ojos, de un azul que solo había visto una vez en su vida, empezaban a llenarse de lagrimas.  Se repuso de esa subida de bondad y la miró con odio para generar ese poder que otros ejercían sobre ella y al que ya era incapaz de enfrentarse.

-¿Tu de que vas?  Esta es mi esquina. ¿Me entiendes? Lárgate o te doy. ¿Qué coño haces aquí? ¿De dónde vienes? ¿Quién es tu chulo?

Asa no supo que decir. Estaba medio agachada, con una mano se tapó la cara por si recibía otro golpe y extendió la otra como para separarse. Luego se puso recta y elevando los dos hombros a la vez  solo se atrevió a decir

-No sé nada. No sé …

Las mismas palabras, la misma sensación de impotencia. La cogió  con fuerza y tiró de ella hasta su lugar tranquilo de la calle donde las luces del semáforo la dejaran revisar los puntos clave de su cuerpo y ver si los hijos de puta habían empezado con el ritual de droga y palos. Ahí estaban, como siempre.

De forma instintiva se llevó la mano a su cuello y agarró sus cadenas. Estaban frías, las palpo y dio vueltas hasta que la ahogaban. Las soltó y se quitó la de la cruz verde de la esperanza. Se la pasó por la cabeza a la cría que podía ser su hija.

-Vete, vete, vete ya – Se lo gritó con todas sus fuerzas. Casi escupiéndole la palabra que se repetía todas las noches y días desde que estaba en esa esquina.

El semáforo se puso en verde. Asa no paró .

Negro

una de cine negro peque

El día había empezado mal, la tostada se había quemado, se había tenido que cambiar la camisa porque se había manchado de mermelada y el corte en la oreja de todas las mañanas hoy había sido especialmente doloroso.

No estaba dispuesto a que el resto del día fuera así, de modo que se miró en el espejo, cogió el móvil, la cartera y el paraguas y se dedicó una sonrisa y un mensaje de ánimo: «Hoy será un gran día».

Cuando salió al descansillo, todo su cuerpo se estremeció de terror. Una enorme mancha de sangre se extendía delante de la puerta de Ana. Temblando de miedo se inclinó para intentar escuchar algún ruido que le dijera si había alguien dentro de la casa, pero no oyó nada. A pesar del temblor de rodillas, se acercó hasta la puerta. Se sintió como un idiota cuando se vio a sí mismo llamando a la puerta de su vecina como si fuera a pedir un poco de sal. Nadie contestó, empujó la puerta que estaba entreabierta y entró para comprobar que no había nadie en la casa. Salió de nuevo al hall y, de repente, la luz verde sobre la sangre del suelo le llevó una terrible idea a la cabeza, ¿y si Ana había sido abducida por unos extraterrestres?

Imaginó como habría sido la pelea, como Ana habría intentado gritar sin éxito, como los extraterrestres cortaban a Ana en rebanadas porque no cabía en las maletas de transporte de muestras del equipo científico llegado desde Venus. Intentó quitarse esa idea absurda de la cabeza, pero otra más terrible llenó su mente. Quizás Ana había sido atacada por un loco como los de las series de TV que tanto le gustaba ver. La habría torturado hasta matarla y luego, tras cortarla la cabeza, se habría llevado sus pies y sus manos en un saco dejando el terrible reguero de sangre que ahora decoraba el rellano.

No pudo más, salió corriendo escaleras abajo, saltaba los escalones de 3 en 3, jugándose un tobillo en cada paso y, al final de cada tramo de escalera, bajaba 5 escalones de un salto. Eran 26 pisos y, en cada planta, le asaltaba una nueva idea que era aún más terrible que la anterior. Cuando iba por la planta 12, las imágenes que se le venían a la cabeza eran de un dolor y una brutalidad insoportables. Y no porque Ana fuera importante en su vida, solo eran dos vecinos educados que apenas se hablaban desde hacía 9 meses cuando se enrollaron en aquella fiesta de bienvenida. El seguía bajando a pesar de que la dureza de las imágenes casi le hacía pararse. La sangre la habían causado hombres lobo en el piso 11, una bacteria asesina en la planta 10, un ruso sanguinario heredero de Jack el destripador en el noveno.  La escena del segundo y el primero harían que hasta los más feroces defensores del cine gore promovieran la prohibición de la película.

Cuando llegó a la entrada al edificio, la portera se acercó y le contó que Ana se había puesto de parto de manera inesperada, nadie sabía que estaba embarazada. Habían tenido que llamar al 112 y los médicos le tuvieron que hacer una cesárea de urgencia en el descansillo, por eso había tanta sangre.

Por un instante, él casi se desmaya, después se sintió totalmente idiota por la película o, mejor dicho, por el montón de películas que se había inventado.

Cuando iba hacia la calle, la portera le llamó y le dio un sobre. Era de Ana.

Lo abrió y leyó: «Querido vecino, estaré en el hospital de San Juan. El hijo es tuyo».