Archivo por meses: septiembre 2013

Sueño de verano

Sueño De Verano peuqe

Por fin estaba en la playa, ayer había sido un día duro.

Salir de casa, las maletas, los juguetes, el viaje, llegar, de nuevo las maletas,los juguetes,los niños de nuevo con sus impertinencias, poner la casa en marcha, hacer la compra,  el día a día parecía que no se iba a acabar nunca.

Pero ya estaba en la playa, tumbada al sol mientras los niños ya jugaban con la arena. Sentir el sol en la cara la permitía cerrar los ojos y soñar.  Ella siempre soñaba en bailar.

De repente pensó que se había dormido, se sobresaltó: ¿donde están los niños?, uff, estaban en la orilla jugando con la arena, habían hecho un castillo de arena y la llamaban:

– Mamá, ven a jugar con nosotros.

Ella quería volver a cerrar los ojos y bailar, pero una madre es una madre y se levantó para ir a jugar con ellos.  En el castillo había foso, dragones, soldados, brujas, magos, ranas, coches y en la cima una bandera azul.

Ella de repente, al ver la bandera azul se empezó a hacer pequeña hasta que el castillo se hizo enorme, y ella pudo correr por la rampa y las escaleras. Saltó el foso, peleó con los dragones, arrasó a los soldados, encantó a las brujas, luchó con los magos, beso a la rana, condujo el coche y llegó a la bandera.

La acercó a su corazón y bailó. Ella sabía que él estaba también bailando con ella, luego se durmió.

El niño la volvió a despertar, Mamá!!! lloraba porque tenía arena en los ojos. Ella recordó la bandera azul miró a su hijo y sonrió.

Un dia en la playa

Por fin estaba en la playa, ayer había sido un día duro.

Salir de casa, las maletas, los juguetes, el viaje, llegar, de nuevo las maletas,los juguetes,los niños de nuevo con sus impertinencias, poner la casa en marcha, hacer la compra,  el día a día parecía que no se iba a acabar nunca.

Pero ya estaba en la playa, tumbada al sol mientras los niños ya jugaban con la arena. Sentir el sol en la cara la permitía cerrar los ojos y soñar.  Ella siempre soñaba en bailar.

De repente pensó que se había dormido, se sobresaltó: ¿donde están los niños?, uff, estaban en la orilla jugando con la arena, habían hecho un castillo de arena y la llamaban:

– Mamá, ven a jugar con nosotros.

Ella quería volver a cerrar los ojos y bailar, pero una madre es una madre y se levantó para ir a jugar con ellos.  En el castillo había foso, dragones, soldados, brujas, magos, ranas, coches y en la cima una bandera azul.

Ella de repente, al ver la bandera azul se empezó a hacer pequeña hasta que el castillo se hizo enorme, y ella pudo correr por la rampa y las escaleras. Saltó el foso, peleó con los dragones, arrasó a los soldados, encantó a las brujas, luchó con los magos, beso a la rana, condujo el coche y llegó a la bandera.

La acercó a su corazón y bailó. Ella sabía que él estaba también bailando con ella, luego se durmió.

El niño la volvió a despertar, Mamá!!! lloraba porque tenía arena en los ojos. Ella recordó la bandera azul miró a su hijo y sonrió.

Moon el caracol

Moon Y Su Nuevo Mundo peque

Lunes verde oscuro, Martes morado, Miércoles azul claro, Jueves amarillo, Viernes verde y Sábado azul. Ah sí, faltaba Domingo que era rojo.

Los siete caracoles habían llegado corriendo. Se había oído un ruido enorme, como cuando cae una bomba. Desde el bosque en el que vivían habían visto caer desde el cielo un caracol muy extraño, enorme de grande. Desde la montaña vieron cómo rebotaba en las setas, si no hubiera sido por las setas seguro que su casa, la del caracol que caía,  se habría roto.

Cuando los siete caracoles de vigilancia, elegidos entre los más rápidos del valle, llegaron se encontraron a un caracol que era muy raro y sobre todo lo que no entendían era porque le faltaba un ojo. Estaba tremendamente despistado. No hacía más que dar vueltas con la nariz pegada al suelo. La desesperación del caracol caído del cielo les hizo entender que no era peligroso, así que se acercaron a él y le gritaron preguntándole su nombre.

«Moon es mi nombre» dijo el caracol. Lunes le preguntó porque era de colores tan apagados, si todos los caracoles son siempre de colores chillones. Martes le preguntó porqué tenía patas con lo difícil que era coordinarlas y lo cómodo que es deslizarse sobre la cama de baba. Miércoles le preguntó por lo que luego supo que eran las orejas. Jueves se fijó en el pelo. Viernes en los bigotes que tenía junto a la nariz y Sábado le preguntó por su casa, quería saber si la había perdido o se había roto, un caracol que se precie debe tener casa.

Moon no supo contestar a esas preguntas, ella siempre había sido así. De hecho, aunque no estaba segura, ella pensaba que no era un caracol. Empezaron a hablar sobre lo que hacen los caracoles, la excitante subida por las flores en búsqueda de las hojas más frescas, la diversión de subir a las setas y disfrutar con sus colores y el efecto de la luz sobre el resto de mucus, ah y, sobre todo, el placer de las largas siestas invernales.

A Moon no le sonaba nada de todo eso, ella sería un caracol pero lo que le gustaba de verdad era correr por el campo, perseguir a otros caracoles, o ¿igual no eran caracoles? Ella no sabía lo que era pero a ella lo de ser un caracol no le gustaba nada.

Domingo, el caracol rojo, no había hecho su pregunta y después de escuchar la conversación de los otros seis caracoles, se decidió a preguntar: “¿Cómo has llegado hasta aquí?» Moon empezó a pensar, se tumbó en la hierba y se concentró. Al principio no se acordaba de nada, pero poco a poco empezó a recordar que buscaba a su amo. No sabía como pero corriendo detrás de un conejo se había metido en una madriguera y sin darse cuenta estaba cayendo por el aire y después de un momento de terror se encontraba rebotando en las setas que la suavizaron la caída. Incluso los saltos de seta en seta le habían parecido divertidos. Domingo le preguntó que porqué buscaba a su amo, esa palabra a él le sonaba fatal, le hacía pensar en falta de libertad y en obediencia.  Moon contestó que a ella eso no le importaba, que su amo la cuidaba, la quería, la limpiaba y la paseaba.

Domingo entendió que Moon no era un caracol, le faltaba un ojo. El ojo que permite a los caracoles tener su propio punto de vista. Estaba claro que Moon no tenía su propio punto de vista, no tenía el tercer ojo, así que no era un caracol.

Cuando Domingo se lo dijo a sus colegas, todos estuvieron de acuerdo y entre los siete lanzaron a Moon hacia las setas, allí con una coordinación que solo los caracoles pueden conseguir, Moon empezó a rebotar de seta en seta, cada vez más alto, cada vez más lejos.

Cuando por fin rebotó en la seta naranja, Moon salió disparada hacia el agujero del conejo por el que había caído, con tanta fuerza que sin darse cuenta se encontró de nuevo en su mundo. Escuchó el silbido tranquilizador de su amo y corrió hacia él. El reencuentro fue apoteósico casi se le descoyunta el rabo de la fuerza con la que lo movía.

Volvieron a casa paseando y al llegar Moon bebió y comió, luego se quedó dormida a los pies de su amo sin pensar, con esa paz que da el ser capaz de no pensar. Moon no lo sabía pero no tener un tercer ojo la hacía muy feliz.

Sueños de verano

Las cigarras no dejaban de hacer ruido, él pensó que el calor no era para tanto, al fin y al cabo  de vez en cuando corría un poco de brisa. Desde su tumbona veía la piscina , el agua en calma, como un espejo en el que se reflejaban los pinos. Incluso se distrajo un rato buscando a las cigarras en el reflejo de los árboles en el agua, siempre se le olvidaba que no hay manera de verlas en directo, mucho menos en un reflejo.

Manuel estaba deseando que sus amigos volvieran pronto con él, no soportaba estar solo. Había preparado el jardín, la barbacoa, las toallas, el cubo con cervezas muy frías, los aperitivos, en fin se lo había currado bien. Tuvo incluso tiempo de poner unas velas en el jardín para que todo tuviera el toque mágico de las noches de verano.

Por fin llegaron sus amigos,  venían de su excursión por la ciudad. Llegaron cansados, acalorados y con mucha sed. No tardaron ni 3 minutos en meterse en la piscina.  La piscina se revolvió, el agua ya no paraba de moverse empezaron los juegos y las risas, ahora si que no había quien buscara cigarras en el agua.  Alguien puso música y empezaron a bailar mientras se bebían las primeras cervezas.

La cena  estaba deliciosa, sobre todo el gazpacho que refrescaba el ambiente a pesar del ruido de las cigarras.

Buena comida, buena compañía, buena tertulia  y luego un helado. El plan había sido perfecto, todo había salido como había pensado. Manuel se sentó a disfrutar de su helado y sin darse cuenta se quedó dormido.

Cuando despertó de la pequeña cabezada preguntó por Iaia, y todos le miraron con sorpresa, ¿Iaia, quien es Iaia?.

Manuel no lo podría creer, le estaban tomando el pelo, pero si todo lo había hecho para ella, la fiesta, la barbacoa, el gazpacho, el helado, las velas. El vivía solo para poder estar con ella.

Todos se sintieron tristes cuando se dieron cuenta de que Manuel no había tomado su pastilla. Tuvieron que explicarle que Iaia era fruto de su imaginación, que Iaia no existía.  Tuvieron que enseñarle el vídeo en el que él se explicaba a sí mismo su enfermedad.

Manuel al principio no quiso escuchar, él solo quería por estar con ella.

Cuando por fin aceptó que Iaia no existía, que era solo fruto de su enfermedad, Manuel comprendió y se hundió a llorar. Todos se fueron de la casa, no había manera de consolarlo, así que lo dejaron dormido con un par de tranquilizantes.

A la mañana siguiente Manuel se despertó casi a las 12, confuso y atontado por el cóctel de medicinas, la cabeza le estallaba así que decidió tirar todas las medicinas, y darse una ducha fría. Le esperaba una mañana post-fiesta, recoger vasos y botellas, ordenar muebles, barrer, un fantástico plan después del disgusto del día anterior .

Terminó de recoger y se quedó dormido en el sofá mientras la televisión se ocupaba de dormirle.  Un beso dulce en su mejilla lo despertó de la siesta, Iaia lo besó con ternura hasta que Manuel se despertó del todo. Cuando la vio no sabía si estaba soñando, si era el síndrome de abstinencia, o si era su propia enfermedad. No podía distinguir la realidad de lo imaginado, pero no le importó, él solo quería estar con Iaia.

Abrazando  a Iaia peque

Salvando a Iaia

El dibujante ha mandado su dibujeta para el cuento de las cigarras, el verano y la BBQ. Pero no le ha gustado el final y ha dicho:

«Iaia está con Manuel. Da igual lo que piensen los demás. Iaia existe»

Así que el cuentante ha tenido que cambiar el final del cuento, ya nos contareis cual os gusta mas.  Lo puedes leer el resultado o si prefieres el original.

 

Cigarras, Iaia, Verano, BBQ, locura……

Siento el retraso, esta semana ha sido difícil encontrar hueco para escribir. Pero también algunos habíais protestado diciendo que estábamos haciendo demasiados dibucuentos.Aquí está el desafió para el dibujista, y además tiene que encontrarle el título al dibucuento.

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Las cigarras no dejaban de hacer ruido, él pensó que el calor no era para tanto, al fin y al cabo  de vez en cuando corría un poco de brisa. Desde su tumbona veía la piscina , el agua en calma, como un espejo en el que se reflejaban los pinos. Incluso se distrajo un rato buscando a las cigarras en el reflejo de los árboles en el agua, siempre se le olvidaba que no hay manera de verlas en directo, mucho menos en un reflejo.

Manuel estaba deseando que sus amigos volvieran pronto con él, no soportaba estar solo. Había preparado el jardín, la barbacoa, las toallas, el cubo con cervezas muy frías, los aperitivos, en fin se lo había currado bien. Tuvo incluso tiempo de poner unas velas en el jardín para que todo tuviera el toque mágico de las noches de verano.

Por fin llegaron sus amigos,  venían de su excursión por la ciudad. Llegaron cansados, acalorados y con mucha sed. No tardaron ni 3 minutos en meterse en la piscina.  La piscina se revolvió, el agua ya no paraba de moverse empezaron los juegos y las risas, ahora si que no había quien buscara cigarras en el agua.  Alguien puso música y empezaron a bailar mientras se bebían las primeras cervezas.

La cena  estaba deliciosa, sobre todo el gazpacho que refrescaba el ambiente a pesar del ruido de las cigarras.

Buena comida, buena compañía, buena tertulia  y luego un helado. El plan había sido perfecto, todo había salido como había pensado. Manuel se sentó a disfrutar de su helado y sin darse cuenta se quedó dormido.

Cuando despertó de la pequeña cabezada preguntó por Iaia, y todos le miraron con sorpresa, ¿Iaia, quien es Iaia?.

Manuel no lo podría creer, le estaban tomando el pelo, pero si todo lo había hecho para ella, la fiesta, la barbacoa, el gazpacho, el helado, las velas. El vivía solo para poder estar con ella.

Todos se sintieron tristes cuando se dieron cuenta de que Manuel no había tomado su pastilla. Tuvieron que explicarle que Iaia era fruto de su imaginación, de su enfermedad. Tuvieron que convencerlo de  que Iaia no existía.  Incluso tuvieron que enseñarle el vídeo en el que él se explicaba a sí mismo su enfermedad.

Manuel al principio no quiso escuchar, él solo quería por estar con ella.

Cuando por fin aceptó que Iaia no existía, que era solo fruto de su enfermedad, Manuel comprendió y se hundió a llorar.

Las cosas de mi mujer

Las cosas de mi mujer peuqe

Había sido una noche larga. Una cena en el restaurante de toda la vida con un par de amigos que también se habían quedado de Rodríguez en Madrid. Jesús, como siempre, les había tratado muy bien y el pisto de la casa, para variar, estaba exquisito. Después de la cerveza en el aperitivo, el vino de la cena y el parcharán con el café, habían llegado los gin-tónic.
Cuando salieron del restaurante eran ya casi las dos de la mañana, aun así se fueron a un par de bares y cayeron dos copas más. A lo tonto, aquel jueves terminaba casi a las 5 de la mañana. Con la poca lucidez que le quedaba, decidió coger un taxi.
Cuando entraba en casa, el sol empezaba a despuntar y, al meter la llave en la cerradura, empezó a sentir la resaca de la mañana siguiente. No lo tuvo fácil para encontrar su cuarto de baño. Se sentía como cuando, con 20 años, llegaba a casa de sus padres en el mismo estado, no completamente borracho pero si habiendo bebido más de la cuenta. Después de desnudarse, empezó a lavarse los dientes, se miró al espejo y no le gustó mucho lo que vio. El espejo le devolvía la imagen de un extraño al que apenas conocía. Empezó a mirarle al fondo de los ojos y se dio cuenta de que aquel viejo era él. No se había reconocido a si mismo en el espejo, pero logró encontrarse en el fondo de los ojos.
Desde el fondo del alma, el hombre del espejo le habló de los años pasados luchando por construir una familia, una vida estable. Vagamente empezó a recordar a sus hijos, los problemas en el colegio, los modales en la mesa, el recibo de la luz y un montón de pequeñas cosas que estuvieron a punto de hacerle estallar la cabeza.
El no quería eso, el quería fiesta, aventura, pasiones desenfrenadas, lugares exóticos. Cuando se vio en aquel cuarto de baño, solo, con la amenaza de la resaca durante un nuevo día de trabajo, decidió que aquello ya era demasiado, que no aguantaba más. Pero recordó que ya ni siquiera tenía trabajo, por eso había salido a cenar con sus amigos. La compañía había decidido cerrar en España y se iban todos a la calle. Se había quedado sin futuro, la estabilidad por la que había tragado tanto se había venido abajo.
Sin pensarlo demasiado, decidió suicidarse, buscó una cuchilla de afeitar. No podía soportar al viejo del espejo. Justo antes de cortarse las venas, dio un último vistazo a su alrededor y vio un estante lleno de botes de cremas y cajas con potingues. ¿De quién era todo eso? Entre la bruma de la resaca se empezó a dibujar el retrato de una mujer, la más bella que había visto nunca. Los 30 años que había estado con ella pasaron por su mente en un segundo y recordó como peleaban por el espacio para los botes en la estantería. Detrás de ese recuerdo siguieron otros muchos como la rutina de las pequeñas peleas del día día pero, en pocos segundos, le invadió la infinita paz que sentía cuando estaba entre sus brazos, cuando se decían las palabras secretas que ellos solo sabían. Y se vio feliz haciéndola feliz.
Aquel recuerdo hizo brotar las lágrimas en su rostro.
Guardó la cuchilla en su sitio y se detuvo a ordenar y colocar los botes y las cajitas de su mujer. Se fue a la cama sabiendo que llegaría en menos de 16 horas.
Se durmió soñando con ella, en como se dormiría al día siguiente en la paz de sus caderas.
Nunca más discutirían por la estantería del baño.