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Siempre estaba soñando

Siempre estaba soñando con cómo sería su vida fuera de la jaula, se pasaba las horas mirando entre los alambres que la daban forma.

Cuando salía el sol, como siempre por el este, el se despertaba como automáticamente, no necesitaba despertador y en seguida empezaba su rutina. Primero un baño en el agua fresca de la bañera, jamás se preocupó de cómo se limpiaba la bañera o como se cambia el agua. Era una delicia sentir como el agua se mezclaba con los rayos de sol entre sus plumas.

Un buen rato después, cuando había disfrutado todo lo posible del baño, se dejaba secar al sol. Primero el ala derecha, luego la izquierda, a continuación el pecho, y por último dejándose colgar desde la barra que recorría de un lado a otro la jaula como si fuera un murciélago, conseguía que el sol le secara la tripa.

Una vez seco y brillante, no tenía más que acercarse al comedero donde siempre había grano fresco, y siempre de su marca favorita. Su dueña había aprendido que si cambiaba de marca el dejaba de cantar.

Con la tripa llena, las plumas acicaladas y el sol en el pico se acercaba al borde de la jaula y cantaba durante horas. Le gustaba mucho cantar le hacía sentirse feliz, lo hacía tan bien que su dueña se quedaba absorta mirándolo y escuchando sus cantos.

Cuando necesitaba descansar se refugiaba en su casita de madera donde siempre le esperaba su compañera. Ella era estupenda el sueño de cualquiera. Siempre a su lado, siempre cuidándolo.
Las tardes eran siempre de siesta hasta que se ponía el sol y sentía la necesidad de cantar de nuevo, volvía a acercarse al borde de la jaula y cantaba al atardecer. Parecía que el sol hervía sobre el mar con cada puesta de sol pero en lugar del bullir de las burbujas de agua lo que todo el barrio oía era su canto.
Cuando la noche se hacía con el cielo era cuando empezaba su tortura, en especial si había luna llena. Su mente se disparaba y se llenaba de sueños y aventuras, pensaba en cómo sería su vida alejado de la deliciosa rutina diaria.

Unos días pensaba en como viviría libre en la ciudad, volando de ventana en ventana, eligiendo con quien quería compartir sus canciones. Sabía, por qué se lo contó una vez su padre, que la vida en la ciudad podía ser muy dura, que a veces llovía, incluso recordaba que una vez vio nevar desde la ventana y pensó en el frío que haría en la calle. También sabía que había gatos que se alimentaban de los de su clase y que hacían que la vida en la calle estuviera llena de estrés y tensión. A pesar de todo soñaba con poder dejar la jaula y escapar a vivir en la ciudad.

Otras veces soñaba con viajar en un barco, mejor aún, a veces el barco era de piratas. Dos veces estuvo a punto de ser acribillado por una flecha en una de las batallas que habría librado en defensa de la libertad y la justicia , eso era lo que soñaba poder contar junto a una hoguera en una playa del caribe a los más jóvenes.

Tenía otros muchos sueños, siempre llenos de aventuras, emociones, y mucha pasión. Pero quién iba a cambiar una vida perfecta en la que era feliz por otra llena de incertidumbres, peligros y desventuras. Había que ser idiota para cambiar su vida por esos sueños. Pero en el fondo el se sentía triste porque no podía cambiar de vida, vivía en una jaula.

Aunque lo que más triste y hundido lo dejaba cada noche, era que en el fondo de su corazón sabía que en realidad, la cerradura de la puerta de la jaula estaba rota, y para salir sola había que empujarla y volar.

Pablo y su mantita

Baje al trastero del garaje para buscar unas tablas para hacer una chapuza. Ahí estaban, arrinconadas en la zona de trastos guardados por si acaso en un futuro… No me acordaba bien donde estaban y cuando las encontré y las baje de lo más alto del estante.  Separé las que estaban rotas y cuando la vi,  todo se paró. Apareció  una sonrisa que tenía olvidada y volví veinte años atrás.

Pablo y su mantita”, agosto del 96. Un título para un dibujo hecho por mí a línea, sobre una simple tabla de contrachapado preparada burdamente con Gesso blanco.  Me acordé de cuando lo había hecho. Me acordé  de  su momento.

Sólo línea.

pablo y su mantita blanco y negro peque

Sin color.

Y era yo, detrás, observando la paz que transmitía su sueño, sus juguetes, sus cosas  y su eterna mantita azul cielo que chupaba y tocaba hasta caer en ese sueño  gozoso que sólo un bebe sabe tener.

Y yo había hecho eso. Había querido capturar ese momento, esa energía.

Me emocioné. Tenía  guardado esa tabla como si nada. Sólo en el trastero, me quede quieto.

Subí las tablas a casa. No dije nada al principio. Bromee con lo que había encontrado. Pablo salió al pasillo, la vio y sonrió con esa sonrisa de medio lado divertida muy Bond que ha echado estos veinte años.

Y lo vi claro. La tabla tenía que ser a color. Porque mi recuerdo era a color. Porque esos momentos eran a color.

Pero las líneas tenían un hechizo especial como el de las fotos sesenteras en blanco y negro de mis padres. Tenían vida propia también. Si las coloreaba a lo mejor lo que hacía era cambiar el pasado y  las cosas ya no serían igual

Cogí el ipad y sobre una foto de esa tabla dibujé otra vez a “Pablo y su mantita”. Pero esta vez con color.

pablo y su mantita color peque

Porque tengo la “Buena Suerte” de que he vivido y vivo siempre con color y no siempre me doy cuenta.

Gracias, mantita de Pablo.