Archivo por meses: septiembre 2016

Dos placas

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Las trompetas anunciaban el comienzo de la colisión entre las placas tectónicas, estaba a punto de empezar la colisión en nada, en los próximos 2 millones de años se empezarían a notar los primeros indicios de las nuevas montañas. Las placas, que son com las madres de las montañas, estaban encantadas de haberse conocido, hacía solo pocos millones de años que se adivinaban en la distancia, y no habían podido dejar de pensar la una en la otra.

En aquella época las placas no tenían teléfono móvil y no podían hablarse, pero si hubieran podido hacerlo la factura habría sido enorme. Las dos placas pensaban continuamente en su nueva pareja,  y si hubieran podido hablar las sesiones de “cuelga tú” habrían sido eternas incluso en términos de tiempos de placas y montañas. Habrían sido como:

– Cuelga tú…
– No, no, cuelga tú, que yo no quiero ser la primera en colgar.
– Que no, que cuelgues tú, que a mi me da cosa y se me solidifica la lava y me sienta fatal, me salen arrugas, anda cuelga tú.
– Que no, que cuelgues tú, que hace 500.000 años ya colgué yo

En fin, los enamorados son así.

Así que después de unos miles de años de espera, las placas chocaron, el terremoto fue brutal, como cuando haces el amor por primera vez. A las placas les recorrió un hormigueo por todas partes, y los pobres habitantes sufrieron verdaderas calamidades. Fueron miles de años de terremotos, de hundimientos, de inundaciones y explosiones, pero las placas estaban encantadas y no porque no fueran sensibles sino porque ellas no sabían nada de eso.

Siglos de terremotos, pasión entre placas, y poco a poco empezaron a notarse las montañas, el choque de las placas produjo esta vez solo dos montañas, no cordilleras sino solo dos montañas.

La verdad es que eran dos montañas preciosas, en realidad eran mas dos colinas redondeadas, casi perfectas. Era posible anticipar la cantidad de historias de amor que se podrían vivir en esas colinas, mirando al nuevo paisaje que ellas dibujaban sobre el horizonte.

Pero las placas estaban muy decepcionadas, después de aquella colisión, aquellos terremotos, y tantas desgracias haber producido solo dos montañas les parecía un desperdicio.

Empezaron a discutir entre ellas, que si la culpa era de tu caliza, o que si era la mía. Que si tu lava no estaba lo suficientemente caliente o que la tuya no fluía adecuadamente.

Las placas empezaron a disgustarse, empezaron a reprocharse una a la otra, y poco a poco se fueron alejando, no habían pasado ni 5 millones de años y ya ni se acordaban de lo momentos de cuelga tú, de la pasión o de los terremotos. Se dieron la espalda y ni siquiera se despidieron, cada una tomó una dirección diferente para no volverse nunca mas.

Las dos montañas, perdón, las dos colinas se quedaron solas colgadas en medio de la nada como flotando en el aire. Una enfrente de la otra sin saber que pensar, sin saber que hacer (las montañas, sin sus placas no pueden crecer, y se hunden).

Las montañas intentaron sujetarse la una a la otra, como abrazándose para compartir la tristeza, pero poco a poco se fueron hundiendo. De hecho están todavía hundiéndose y si algún milagro no lo remedia solo les quedan 6 millones de años de existencia.

Lo que no saben las montañas es que las placas son muy poco estables y tan pronto se alejan como se acercan, y es posible que dentro de nada vuelvan a acercarse, y de nuevo surjan terremotos, inundaciones y otras desgracias que no serán mas que la consecuencia de la pasión irrefrenable de las placas a las que no les funciona la memoria y cada vez que chocan es para ellas como la primera vez, y puede que en uno de esos “cuelga tú” las dos montañas sobrevivan y se conviertan en una cordillera que viva feliz por lo menos 100.000 millones de años.

Amor entre placas, o una historia de montañas

Las trompetas anunciaban el comienzo de la colisión entre las placas tectónicas, estaba a punto de empezar la colisión en nada, en los próximos 2 millones de años se empezarían a notar los primeros indicios de las nuevas montañas. Las placas, que son com las madres de las montañas, estaban encantadas de haberse conocido, hacía solo pocos millones de años que se adivinaban en la distancia, y no habían podido dejar de pensar la una en la otra.

En aquella época las placas no tenían teléfono móvil y no podían hablarse, pero si hubieran podido hacerlo la factura habría sido enorme. Las dos placas pensaban continuamente en su nueva pareja,  y si hubieran podido hablar las sesiones de “cuelga tú” habrían sido eternas incluso en términos de tiempos de placas y montañas. Habrían sido como:

– Cuelga tú…
– No, no, cuelga tú, que yo no quiero ser la primera en colgar.
– Que no, que cuelgues tú, que a mi me da cosa y se me solidifica la lava y me sienta fatal, me salen arrugas, anda cuelga tú.
– Que no, que cuelgues tú, que hace 500.000 años ya colgué yo

En fin, los enamorados son así.

Así que después de unos miles de años de espera, las placas chocaron, el terremoto fue brutal, como cuando haces el amor por primera vez. A las placas les recorrió un hormigueo por todas partes, y los pobres habitantes sufrieron verdaderas calamidades. Fueron miles de años de terremotos, de hundimientos, de inundaciones y explosiones, pero las placas estaban encantadas y no porque no fueran sensibles sino porque ellas no sabían nada de eso.

Siglos de terremotos, pasión entre placas, y poco a poco empezaron a notarse las montañas, el choque de las placas produjo esta vez solo dos montañas, no cordilleras sino solo dos montañas.

La verdad es que eran dos montañas preciosas, en realidad eran mas dos colinas redondeadas, casi perfectas. Era posible anticipar la cantidad de historias de amor que se podrían vivir en esas colinas, mirando al nuevo paisaje que ellas dibujaban sobre el horizonte.

Pero las placas estaban muy decepcionadas, después de aquella colisión, aquellos terremotos, y tantas desgracias haber producido solo dos montañas les parecía un desperdicio.

Empezaron a discutir entre ellas, que si la culpa era de tu caliza, o que si era la mía. Que si tu lava no estaba lo suficientemente caliente o que la tuya no fluía adecuadamente.

Las placas empezaron a disgustarse, empezaron a reprocharse una a la otra, y poco a poco se fueron alejando, no habían pasado ni 5 millones de años y ya ni se acordaban de lo momentos de cuelga tú, de la pasión o de los terremotos. Se dieron la espalda y ni siquiera se despidieron, cada una tomó una dirección diferente para no volverse nunca mas.

Las dos montañas, perdón, las dos colinas se quedaron solas colgadas en medio de la nada como flotando en el aire. Una enfrente de la otra sin saber que pensar, sin saber que hacer (las montañas, sin sus placas no pueden crecer, y se hunden).

Las montañas intentaron sujetarse la una a la otra, como abrazándose para compartir la tristeza, pero poco a poco se fueron hundiendo. De hecho están todavía hundiéndose y si algún milagro no lo remedia solo les quedan 6 millones de años de existencia.

Lo que no saben las montañas es que las placas son muy poco estables y tan pronto se alejan como se acercan, y es posible que dentro de nada vuelvan a acercarse, y de nuevo surjan terremotos, inundaciones y otras desgracias que no serán mas que la consecuencia de la pasión irrefrenable de las placas a las que no les funciona la memoria y cada vez que chocan es para ellas como la primera vez, y puede que en uno de esos “cuelga tú” las dos montañas sobrevivan y se conviertan en una cordillera que viva feliz por lo menos 100.000 millones de años.

 

La dama de los Kiris

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Leila se había acostumbrado a ser diferente, no es que se le notara nada especial en su forma de andar, o de hablar o de vestir, o de cualquier otra cosa, aunque es verdad que siempre pensaba diferente.

También es cierto que a ella le pasaban cosas extraordinarias. La mejor, si te acuerdas, fue la del Kiri Rojo que le llevó a conocer a Ronde. Cuando eran jóvenes, a sus apenas 150 años, se habían unido. Todos en la luna sabían lo del Kiri Rojo con el que Leila se encontró. Leila se hizo profesora, ella sentía que todas las cosas extraordinarias tenía que compartirlas y que su pasión por la vida, por los kiris, y también por Ronde era algo que tenía que compartir, tanta felicidad no podía quedarse en su cabeza.

Estuvo 30 años en la escuela de profesores, cada mañana acudía a la escuela con resignación. Allí, muerta de aburrimiento, escuchaba las lecciones de los profesores. No se acordaba de los nombres de los profesores, ni de las asignaturas ni mucho menos de lo que había tenido que estudiar y memorizar. Pero si se acordaba de un profesor mayor, le llamaban Sr. Bernardo, este profesor en clase era muy aburrido, como mandan los cánones, pero cuando acababa la clase cuando daban un pequeño paseo hacia el recreo el Sr. Bernardo le hacía un guiño a Leila y juntos caminaban hasta el otro lado de su luna (su luna era muy pequeña se daba la vuelta en 87 minutos) y en ese paseo le hablaba de la pasión por los kiris.

El Sr. Bernardo pensaba que todo lo que hacían en el colegio no tenía sentido, que tanto estudiar, tanto aburrimiento, tanto memorizar en el fondo no servían para nada, y que si se trataba de aprender era suficiente con jugar. Una vez levantó la voz un poco más de la cuenta y la directora del colegio (la llamaban la “Escalona” porque siempre estaba en las escaleras) casi les oye hablar. Les habría costado la expulsión del colegio.

Leila era un diablo con mucha determinación, y superó los 30 años de escuela con mucha fuerza de voluntad, pero la huella del Sr. Bernardo quedó muy marcada en su corazón, muy por encima de la horas de aburrimiento del colegio, al fin y al cabo el aburrimiento pasa, pero la pasión siempre se recuerda.

Leila empezó a trabajar de profesora, y eso casi la mata, no duro en clase ni cinco minutos. Cuando estaba empezando a dar la clase como la habían enseñado, es decir como «dios manda”,  como se había hecho en los últimos 2.345 años casi se muere, se ahogaba, y además su cola se retorcía en torno a su cuello apretándole para que no siguiera hablando (tanto apretó la cola que se puso roja, pero roja roja, tan roja que se quedo roja para toda la vida).

Sus alumnos se asustaron tanto que dieron un chillido terrible, tan grande que rompió el suelo de la clase (como cuando una cantante de ópera chillona rompe una copa, pero el suelo). Del centro de su luna salieron unos gases que al principio parecieron tóxicos y por eso daban un poco de miedo, pero como los 3 alumnos estaban pendientes de Leila no se dieron cuenta de que estaban flotando sobre el gas (el gas se llamaba como una fruta, ahora no me acuerdo de cual) y en poco minutos estaban flotando en el cielo por encima del colegio.

Cuando se dieron cuenta de que estaban fuera de su luna, los alumnos, se asustaron y se agarraron a Leila abrazándola como para que los protegiera, y ese abrazo hizo que la cola de Leila dejara de apretarla en la garganta. Leila despertó y al verse liberada sin sentir el peso del colegio, decidió olvidarse de dar clase, decidió olvidarse de que estaban en el aire, decidió centrarse en toda la felicidad que había sentido siempre.

Si esto fuera un cuento de verdad, ahora te contaría que Leila se convirtió en una profesora estupenda a la que querían todos los alumnos, pero lo único que puedo contarte es que no se como acaba la historia. Leila sigue en las nubes con sus alumnos, ellos no saben si aprenden, ella no sabe si enseña, pero a ellos las horas en el colegio se les pasan volando, quizás siguen conservando un poco de aquel gas en sus pulmones. Acabo de acordarme… el gas era de fruta de la pasión.

Tu decides

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Siempre estaba soñando con cómo sería su vida fuera de la jaula, se pasaba las horas mirando entre los alambres que la daban forma.

Cuando salía el sol, como siempre por el este, el se despertaba como automáticamente, no necesitaba
despertador y en seguida empezaba su rutina. Primero un baño en el agua fresca de la bañera, jamás se preocupó de cómo se limpiaba la bañera o como se cambia el agua. Era una delicia sentir como el agua se mezclaba con los rayos de sol entre sus plumas.

Un buen rato después, cuando había disfrutado todo lo posible del baño, se dejaba secar al sol. Primero el ala derecha, luego la izquierda, a continuación el pecho, y por último dejándose colgar desde la barra que recorría de un lado a otro la jaula como si fuera un murciélago, conseguía que el sol le secara la tripa.

Una vez seco y brillante, no tenía más que acercarse al comedero donde siempre había grano fresco, y siempre de su marca favorita. Su dueña había aprendido que si cambiaba de marca el dejaba de cantar.

Con la tripa llena, las plumas acicaladas y el sol en el pico se acercaba al borde de la jaula y cantaba durante horas. Le gustaba mucho cantar le hacía sentirse feliz, lo hacía tan bien que su dueña se quedaba absorta mirándolo y escuchando sus cantos.

Cuando necesitaba descansar se refugiaba en su casita de madera donde siempre le esperaba su compañera. Ella era estupenda el sueño de cualquiera. Siempre a su lado, siempre cuidándolo.
Las tardes eran siempre de siesta hasta que se ponía el sol y sentía la necesidad de cantar de nuevo, volvía a acercarse al borde de la jaula y cantaba al atardecer. Parecía que el sol hervía sobre el mar con cada puesta de sol pero en lugar del bullir de las burbujas de agua lo que todo el barrio oía era su canto.
Cuando la noche se hacía con el cielo era cuando empezaba su tortura, en especial si había luna llena. Su mente se disparaba y se llenaba de sueños y aventuras, pensaba en cómo sería su vida alejado de la deliciosa rutina diaria.

Unos días pensaba en como viviría libre en la ciudad, volando de ventana en ventana, eligiendo con quien quería compartir sus canciones. Sabía, por qué se lo contó una vez su padre, que la vida en la ciudad podía ser muy dura, que a veces llovía, incluso recordaba que una vez vio nevar desde la ventana y pensó en el frío que haría en la calle. También sabía que había gatos que se alimentaban de los de su clase y que hacían que la vida en la calle estuviera llena de estrés y tensión. A pesar de todo soñaba con poder dejar la jaula y escapar a vivir en la ciudad.

Otras veces soñaba con viajar en un barco, mejor aún, a veces el barco era de piratas. Dos veces estuvo a punto de ser acribillado por una flecha en una de las batallas que habría librado en defensa de la libertad y la justicia , eso era lo que soñaba poder contar junto a una hoguera en una playa del caribe a los más jóvenes.

Tenía otros muchos sueños, siempre llenos de aventuras, emociones, y mucha pasión. Pero quién iba a cambiar una vida perfecta en la que era feliz por otra llena de incertidumbres, peligros y desventuras. Había que ser idiota para cambiar su vida por esos sueños. Pero en el fondo el se sentía triste porque no podía cambiar de vida, vivía en una jaula.

Aunque lo que más triste y hundido lo dejaba cada noche, era que en el fondo de su corazón sabía que en realidad, la cerradura de la puerta de la jaula estaba rota, y para salir sola había que empujarla y volar.