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Yo no soy ese

El teletransporte había fallado. El jefe se encontraba hecho un desastre, los pies donde antes estaban las orejas, y además el izquierdo en el lado derecho y el derecho en el izquierdo. Las manos le salían de los costados y las orejas le colgaban, ya os podéis imaginar de donde si os digo que tenía dos bultos a la altura de la corbata. La nariz había quedado invertida de modo que si hubiera podido andar, los días de lluvia habría tenido que llevar tapones en la nariz. Tenía un ojo delante, como un cíclope, pero el otro estaba justo detrás, así que había perdido la visión en 3 dimensiones.

Los técnicos del laboratorio estaban horrorizados, el experimento había sido un desastre y su jefe había quedado como un retrato cubista. Pero lo que más les extrañaba es que no estaban asustados. Siempre que algo salía mal en el laboratorio, el jefe montaba unos circos tremendos, los insultos no eran aptos para menores, volaban los libros y todos eran despedidos varias veces al día. El jefe era verdaderamente insoportable. Pero hoy, a pesar del desastre del experimento, a pesar de que el jefe parecía recompuesto por Juan Gris, todo estaba en paz. Sí, había algo de tensión, pero ni mucho menos la que se palpaba otras veces.

Todos empezaron a hablar con el jefe, examinaron los datos minuciosamente, intentaron ver qué había fallado, y cómo podían dar la vuelta al proceso.

Analizar lo ocurrido con el jefe se convirtió en una aventura apasionante, empezaron a sentir la fascinación de trabajar en equipo por primera vez en su vida. El jefe lideraba, aconsejaba y, cuando la tensión subía de nivel, siempre tenía una palabra de ánimo, un chiste para suavizar las cosas, o una caricia cariñosa que hacía con el pie que tenía donde antes estaba la oreja izquierda que era el único que podía mover.
Pasaron varios días planificando el experimento de vuelta y, cuando ya lo tenían todo preparado, habían hecho todas las pruebas y se habían asegurado de que todo iría bien, de repente el jefe los llamó a todos y les dijo: Yo ya no soy ese que queréis reconstruir. Yo soy éste que veis ahora, raro, descompuesto y sin sentido, pero feliz.

Yo No Soy Ese peuqe

Ponte gafas

Juan dudaba si veía los colores igual que todos. En especial le preocupaba el azul, era su color preferido. No entendía porque otros podían elegir colores diferentes cuando el azul era claramente el mejor, pero cuando intentaba explicar a todos porque le gustaba tanto el color azul nunca lo conseguía.

No solo le pasaba con los colores, también le pasaba con las coronas élficas que asomaban alrededor de las puntiagudas orejas de sus vecinos. Todos las veían siempre con formas diferentes, según el espíritu y el ánimo de cada elfo. Esas coronas invisibles a los humanos, pero que otros elfos pueden ver, hablan del estado de ánimo de sus portadores. Son realmente útiles, hace que la vida sea más sencilla. Saber si tu vecino está de mal humor te hace ser más cuidadoso en el ascensor y, al final, la convivencia es más fácil.

Pero Juan siempre veía las coronas muy diferentes, tenía una cierta tendencia innata hacia el optimismo y siempre las interpretaba mal. Para él sus vecinos siempre estaban de mejor humor de lo que su corona realmente indicaba. Y eso acababa por crearle problemas. Le resultaba especialmente difícil con las elfas, ellas estaban acostumbradas a ser bien interpretadas y a ver sus deseos cumplidos, pero con Juan eso no era así. Juan siempre se equivocaba, pero no por torpeza, ni mucho menos, sino porque él veía las cosas de otra manera.

Juan decidió ir hasta un pueblo lejano donde se decía que había un gran brujo capaz de resolver su problema y otros mucho más graves. No fue un camino fácil, como Juan lo veía todo a su manera siempre se equivocaba de camino, cuando no se metía en un lío en las posadas. Pero ganó su determinación y al final llegó al pueblo del brujo.

Cuando se presentó ante él y le contó su historia, éste le dijo que su problema no era fácil de resolver. Juan se puso muy triste, él pensaba que ese gran chaman lo resolvería, tal vez con unas gafas, pero le dijo que en realidad su problema no era tan simple.

Ante la insistencia de Juan, el brujo le agarró las manos y le dijo la cruel realidad: Juan no tenía ojos. Juan había vivido sin ojos sin saberlo. Nunca nadie le había dicho que era ciego. Y él nunca lo había ni sospechado, su imaginación había hecho el trabajo que no podían hacer sus ojos.

Ponte Gafas peuqe