Piedra, papel o tijera

Los dioses se habían cebado con él, no sabía por qué.

Cupido había cumplido con su papel en la vida. Fue un buen hijo, terminó sus estudios y abrió una pequeña clínica veterinaria en la que cuidaba con cariño las mascotas de sus vecinos. No había construido una familia, pero tenía buenos amigos y había tenido muchas amantes. Con todas había sido siempre sincero, Cupido se enamoraba fácilmente y siempre se entregaba al 100% en sus relaciones.

Pero los dioses la habían tomado con él. Cada noche debía jugar con ellos a piedra, papel o tijera. Cada noche debía apostar contra los dioses un deseo. La apuesta consistía en olvidarlo (si ganaban los dioses) o conseguirlo (si era él quien ganaba). Pero Cupido siempre perdía. Eligiera piedra, papel o tijera siempre los dioses se salían con la suya y cada manera de perder tenía su lado terrible.

Si perdía eligiendo papel, los dioses envolvían su deseo y lo quemaban. Lo hacían lentamente mientras Cupido sentía que su corazón ardía hasta que el papel empezaba a apagarse y veía como su deseo se elevaba en el aire con las pavesas y desaparecía.

Cuando perdía con tijera, los dioses cortaban el hilo que une los deseos al corazón. El corte le producía un dolor intenso que duraba solo una décima de segundo. Luego el deseo desaparecía.

Perder habiendo elegido piedra era lo peor. Los dioses aplastaban su deseo con la piedra, cada golpe hacia mella en Cupido hasta que el deseo quedaba hecho un guiñapo, algo irreconocible.

Noche tras noche, los dioses le obligaban a jugar. Cupido se resistía pero, en cuanto tenía un nuevo deseo, los dioses le forzaban a jugárselo a una sola partida. Elegir piedra, papel o tijera era también terrible, no sabía cual de las tres maneras de perder era peor. Pero los dioses le obligaban a jugar y elegir.

Cupido llevaba una vida normal y corriente, como la de cualquiera. Abría su clínica y la cerraba cada día sin grandes sobresaltos pero un jueves de abril entraron a su consulta unos ojos verdes o tal vez azules, o quizás eran esos ojos que a veces son azules y a veces son verdes. La dueña de esos ojos llegaba con un mastín precioso, blanco, con una cabeza enorme, que tenía rota una pata. La enfermera había salido ya y Cupido le pidió a Helena que le ayudase durante la operación. Hora y media de intervención da para mucha conversación. Y Cupido se enamoró de ella.

Cuando terminó la operación, Helena se despidió deprisa, partía hacia Suiza, allí la esperaban su marido, sus 3 hijos y una vida envidiable. Justo antes de salir corriendo ella le besó.  A Cupido se le rompió el corazón, aquel amor era imposible. Sólo se le ocurría una forma de conseguirlo, aquella noche apostaría el deseo de estar con ella y ganaría, al fin y al cabo el amor siempre gana.

Al ir a dormirse, los dioses aparecieron al pie de su cama y por primera vez se alegro de verles. Le hicieron jugar de nuevo a aquel horrible juego. Cupido deseó estar con ella y los dioses preguntaron: ¿Piedra, papel o tijera? Cupido sacó papel y los dioses tijera, como era costumbre perdió y los dioses prendieron el papel con el que habían envuelto su deseo. Vio como las pavesas se elevaban en el aire junto al recuerdo de Helena. Cupido lloró pero al poco tiempo ya no recordaba porque lloraba y se durmió.

A la mañana siguiente se levantó como siempre, sin recordar el deseo perdido la noche anterior, llegó a la clínica pero, al revisar el material usado el día anterior, recordó  la operación del mastín, recordó los ojos de Helena y se volvió a enamorar. Estuvo todo el día buscándola en Internet, deseando encontrar algún rastro de ella, pero no hubo suerte.

Cupido supo que esa noche apostaría contra los dioses el deseo de estar con Helena, supo que iba a perder y decidió apuntar en su diario una nota que leer al llegar a su trabajo al día siguiente: comprobar la operación del mastín.

Esa noche perdió con tijera y los dioses le cortaron el hilo que le unía a su deseo. Aquel dolor era insoportable, tanto que Cupido perdió el conocimiento.

A la mañana siguiente se levantó como siempre y se fue a trabajar. Al revisar su agenda, encontró la nota sobre el mastín, volvió a recordar aquellos ojos y su conversación de hora y media y se volvió a enamorar de Helena. Otro día entero buscándola, esperando algún mensaje de ella pero nada, no había manera de encontrarla.

Día tras día se repetía la rutina, se enamoraba, la buscaba y la perdía. Cupido maldecía a los dioses. El no quería renunciar al amor que sentía por Helena pero aquello no era forma de vivir. Enamorándose por las mañanas, deseándola todo el día, sufriendo la perdida del deseo por la noche y olvidándola justo antes de dormir.

Una mañana Cupido decidió que no podía mas y borró todo rastro de Helena para no encontrar nada que se la pudiera recordar a la mañana siguiente y tener que empezar de nuevo. Fue el día más duro de su vida, sabía que iba a perder el deseo de estar con ella para siempre.

Esa noche los dioses aparecieron en su cama, le preguntaron su deseo y el intentó pensar en Helena, pero deseó algo con mucha más fuerza, deseó no tener corazón, deseó no enamorarse nunca mas. Los dioses dijeron «Piedra, papel y tijera» y aquella noche Cupido ganó.

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