Ya tenía sus 54 kiris. Tenía 10 kiris grises, 17 verdes, 14 marrones y 13 azules. Solo le faltaba uno azul para tener los 55 kiris que necesitaba para devolverle la vida al árbol.
Los había ido colocando según un antiguo hechizo que había encontrado en el baúl de su abuelo Agape. El abuelo de Leila había sido el diablo con más prestigio de toda su luna, siempre había resuelto todos los problemas con hechizos llenos de pasión y belleza.
Le había costado mucho conseguir los 54 kiris. Con cada uno de ellos tuvo que concentrarse durante muchas horas, tenía que sentarse en aquella roca y desear el kiri con todo su corazón, al mismo tiempo que pensaba en un recuerdo. Recuerdos tristes para conseguir kiris grises, divertidos para los verdes, malos momentos para los marrones y azules para recuerdos de cariño.
Luego, cuando el kiri brotaba, lo cogía con cuidado con el tridente y lo colocaba en el lugar adecuado del árbol, seguía un orden concreto, descrito en el hechizo de su abuelo con gran precisión. Algunos de los kiris se resistían más que otros, otros eran tan inquietos que hacía falta mucha habilidad para poder llevarlos hasta su sitio sin tocarlos con las manos.
Leila llevaba ya muchas horas sentada esperando el nacimiento del último kiri y estaba concentrada en un recuerdo azul. Pensaba en su abuela y en las tostadas que le preparaba con pan de la montaña y queso ocre, ese que, aunque huele fatal, siempre está rico. Era su recuerdo de cariño mas bonito, sobre todo por la cara que ponía su abuela cuando ella saboreaba aquellas tostadas.
Su sorpresa fue tremenda cuando, al brotar el kiri, vio que era un kiri rojo. Un color nunca visto en aquella luna. Es verdad que había historias de kiris rojos pero ella siempre había pensado que eran solo leyendas. Se decía que si una princesa tenía el recuerdo más bonito de su infancia mientras esperaba un kiri, brotaría uno de color rojo justo antes de encontrar a su príncipe.
Leila se asustó, ella no tenía príncipe pero pensaba que a sus 139 años, era pequeña para esos líos. Calmó sus nervios y se dispuso a llevar el kiri rojo hacia el árbol. Le costó mucho, era un kiri muy inquieto, pero ella tenía mucha habilidad y, además, ya llevaba colocados 54. El hechizo de su abuelo no decía nada de donde colocar un kiri rojo, en realidad ella necesitaba uno azul, pero decidió seguir su instinto y lo colocó en el centro del árbol.
Al poco tiempo, el árbol empezó a moverse de lado a lado, como si hiciera muchísimo viento, parecía incluso que se iba a partir. Leila se asustó un poco pero se agarró a la piedra con su cola y clavó el tridente muy fuerte en el suelo.
En medio del vendaval, el árbol explotó y cuando se hubo dispersado el humo, apareció Ronde. Era un diablo precioso, con una larga melena negra, los ojos marrones y unos cuernos enormes. Leila iba a preguntarle quien era y de donde venía, pero se dio cuenta que solo tenía que mirarle para saberlo todo de él. Se levantó, le cogió de la mano y fueron felices el resto de sus días comiendo, sobre todo, tostadas de queso ocre.