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La ilusión del coltán

El se levantó como todas las mañanas antes de que sus hijos hubieran despertado. Salió de la choza, y como todas las mañanas se dió con la cabeza en el dintel, nunca encontraba el momento de arreglarlo.

Aquella manera de empezar el día se había hecho habitual, recordaba que una vez no se golpeo con la puerta y luego estuvo todo el día con dolor de cabeza.

Hoy no había sido un día diferente, todo transcurría como de costumbre, el golpe en la cabeza, la carrera detrás de la cabra para ordeñar un poco de leche, y luego la marcha de 2 horas hasta llegar a la entrada de la mina.

A el no le importaba todo ese esfuerzo, la ilusión de que sus hijos pudieran tener una vida distinta le daba energía suficiente para eso, y para mucho mas.

El llegó a la mina, pero sabía por donde entrar, tenía un secreto que le evitaba las peleas y los empujones con otros mineros. La semana pasada habían muerto 3 en una de las peleas. El pensaba que era absurdo pelear por entrar a morir, pero también sabía que los que lo hacían no tenían otra opción.

Descubrió de maleza su entrada secreta y llegó a la galería, bueno galería por llamarlo de alguna manera porque en realidad no era más que un sucio agujero de 100 metros en el que sólo en algunos puntos cabían dos personas a la vez.

Comenzó a trabajar y a las pocas horas empezó a encontrar más mineral de lo que era habitual, si seguía a ese ritmo en dos horas más habría conseguido coltán para dar de comer a sus hijos todo el mes.

Empezó a cavar con más y más fuerza, y de repente los meses se le acumulaban en la cabeza, ya tenía coltán para más meses de los que era capaz de contar, y eso que teniendo 9 hijos había tenido que contar mucho y muchas veces.

De repente desde las rocas surgió un gusano verde, pequeño, pero que de repente empezó a hablar con el. Le preguntó por sus hijos intentando entender porque bajaba cada día a la mina, arriesgando su vida, y dejando a sus hijos solos en la aldea.

El gusano no sabía porque todos querían coltán, el sabía de donde venía, en realidad el coltán era el resultado de la descomposición de la comida del gusano. Cuanto mas comía mas coltán. Así que el gusano no entendía nada.

Undugu le pregunto al gusano que comía para producir coltán y el gusano le contesto: «yo como ilusión», y si tú me das la tuya tendrás todo el coltán que necesites.

Undugu no se lo pensó, dijo inmediatamente que sí, y el gusano se comió la ilusión de Undugu. Undugu salió de la mina y se dirigió hacia su casa, al llegar allí había varias toneladas de coltán, suficientes para dar de comer 9 veces a sus 9 hijos, durante 9 generaciones. El se sintió feliz, vendió el coltán y resolvió la vida de sus hijos y su familia.

A la mañana siguiente se fué a levantar y al darse de nuevo con el dintel de la puerta recordó que ya no tenía que ir a la mina, que su ilusión se había cumplido, así que ordeñó a la cabra, bebió su leche y se sentó.

Nunca volvió a levantarse, lo último que se le vio hacer fue llorar por la falta de ilusión.

verde que te quiero verde peque

La ilusión del coltán otro desafio para el dibujista

El se levantó como todas las mañanas antes de que sus hijos hubieran despertado. Salió de la choza, y como todas las mañanas se dió con la cabeza en el dintel, nunca encontraba el momento de arreglarlo.

Aquella manera de empezar el día se había hecho habitual, recordaba que una vez no se golpeo con la puerta y luego estuvo todo el día con dolor de cabeza.

Hoy no había sido un día diferente, todo transcurría como de costumbre, el golpe en la cabeza, la carrera detrás de la cabra para ordeñar un poco de leche, y luego la marcha de 2 horas hasta llegar a la entrada de la mina.

A el no le importaba todo ese esfuerzo, la ilusión de que sus hijos pudieran tener una vida distinta le daba energía suficiente para eso, y para mucho mas.

El llegó a la mina, pero sabía por donde entrar, tenía un secreto que le evitaba las peleas y los empujones con otros mineros. La semana pasada habían muerto 3 en una de las peleas. El pensaba que era absurdo pelear por entrar a morir, pero también sabía que los que lo hacían no tenían otra opción.

Descubrió de maleza su entrada secreta y llegó a la galería, bueno galería por llamarlo de alguna manera porque en realidad no era más que un sucio agujero de 100 metros en el que sólo en algunos puntos cabían dos personas a la vez.

Comenzó a trabajar y a las pocas horas empezó a encontrar más mineral de lo que era habitual, si seguía a ese ritmo en dos horas más habría conseguido coltán para dar de comer a sus hijos todo el mes.

Empezó a cavar con más y más fuerza, y de repente los meses se le acumulaban en la cabeza, ya tenía coltán para más meses de los que era capaz de contar, y eso que teniendo 9 hijos había tenido que contar mucho y muchas veces.

De repente desde las rocas surgió un gusano verde, pequeño, pero que de repente empezó a hablar con el. Le preguntó por sus hijos intentando entender porque bajaba cada día a la mina, arriesgando su vida, y dejando a sus hijos solos en la aldea.

El gusano no sabía porque todos querían coltán, el sabía de donde venía, en realidad el coltán era el resultado de la descomposición de la comida del gusano. Cuanto mas comía mas coltán. Así que el gusano no entendía nada.

Undugu le pregunto al gusano que comía para producir coltán y el gusano le contesto: «yo como ilusión», y si tú me das la tuya tendrás todo el coltán que necesites.

Undugu no se lo pensó, dijo inmediatamente que sí, y el gusano se comió la ilusión de Undugu. Undugu salió de la mina y se dirigió hacia su casa, al llegar allí había varias toneladas de coltán, suficientes para dar de comer 9 veces a sus 9 hijos, durante 9 generaciones. El se sintió feliz, vendió el coltán y resolvió la vida de sus hijos y su familia.

A la mañana siguiente se fué a levantar y al darse de nuevo con el dintel de la puerta recordó que ya no tenía que ir a la mina, que su ilusión se había cumplido, así que ordeñó a la cabra, bebió su leche y se sentó.

Nunca volvió a levantarse, lo último que se le vio hacer fue llorar por la falta de ilusión.

Piedra, papel o tijera

Los dioses se habían cebado con él, no sabía por qué.

Cupido había cumplido con su papel en la vida. Fue un buen hijo, terminó sus estudios y abrió una pequeña clínica veterinaria en la que cuidaba con cariño las mascotas de sus vecinos. No había construido una familia, pero tenía buenos amigos y había tenido muchas amantes. Con todas había sido siempre sincero, Cupido se enamoraba fácilmente y siempre se entregaba al 100% en sus relaciones.

Pero los dioses la habían tomado con él. Cada noche debía jugar con ellos a piedra, papel o tijera. Cada noche debía apostar contra los dioses un deseo. La apuesta consistía en olvidarlo (si ganaban los dioses) o conseguirlo (si era él quien ganaba). Pero Cupido siempre perdía. Eligiera piedra, papel o tijera siempre los dioses se salían con la suya y cada manera de perder tenía su lado terrible.

Si perdía eligiendo papel, los dioses envolvían su deseo y lo quemaban. Lo hacían lentamente mientras Cupido sentía que su corazón ardía hasta que el papel empezaba a apagarse y veía como su deseo se elevaba en el aire con las pavesas y desaparecía.

Cuando perdía con tijera, los dioses cortaban el hilo que une los deseos al corazón. El corte le producía un dolor intenso que duraba solo una décima de segundo. Luego el deseo desaparecía.

Perder habiendo elegido piedra era lo peor. Los dioses aplastaban su deseo con la piedra, cada golpe hacia mella en Cupido hasta que el deseo quedaba hecho un guiñapo, algo irreconocible.

Noche tras noche, los dioses le obligaban a jugar. Cupido se resistía pero, en cuanto tenía un nuevo deseo, los dioses le forzaban a jugárselo a una sola partida. Elegir piedra, papel o tijera era también terrible, no sabía cual de las tres maneras de perder era peor. Pero los dioses le obligaban a jugar y elegir.

Cupido llevaba una vida normal y corriente, como la de cualquiera. Abría su clínica y la cerraba cada día sin grandes sobresaltos pero un jueves de abril entraron a su consulta unos ojos verdes o tal vez azules, o quizás eran esos ojos que a veces son azules y a veces son verdes. La dueña de esos ojos llegaba con un mastín precioso, blanco, con una cabeza enorme, que tenía rota una pata. La enfermera había salido ya y Cupido le pidió a Helena que le ayudase durante la operación. Hora y media de intervención da para mucha conversación. Y Cupido se enamoró de ella.

Cuando terminó la operación, Helena se despidió deprisa, partía hacia Suiza, allí la esperaban su marido, sus 3 hijos y una vida envidiable. Justo antes de salir corriendo ella le besó.  A Cupido se le rompió el corazón, aquel amor era imposible. Sólo se le ocurría una forma de conseguirlo, aquella noche apostaría el deseo de estar con ella y ganaría, al fin y al cabo el amor siempre gana.

Al ir a dormirse, los dioses aparecieron al pie de su cama y por primera vez se alegro de verles. Le hicieron jugar de nuevo a aquel horrible juego. Cupido deseó estar con ella y los dioses preguntaron: ¿Piedra, papel o tijera? Cupido sacó papel y los dioses tijera, como era costumbre perdió y los dioses prendieron el papel con el que habían envuelto su deseo. Vio como las pavesas se elevaban en el aire junto al recuerdo de Helena. Cupido lloró pero al poco tiempo ya no recordaba porque lloraba y se durmió.

A la mañana siguiente se levantó como siempre, sin recordar el deseo perdido la noche anterior, llegó a la clínica pero, al revisar el material usado el día anterior, recordó  la operación del mastín, recordó los ojos de Helena y se volvió a enamorar. Estuvo todo el día buscándola en Internet, deseando encontrar algún rastro de ella, pero no hubo suerte.

Cupido supo que esa noche apostaría contra los dioses el deseo de estar con Helena, supo que iba a perder y decidió apuntar en su diario una nota que leer al llegar a su trabajo al día siguiente: comprobar la operación del mastín.

Esa noche perdió con tijera y los dioses le cortaron el hilo que le unía a su deseo. Aquel dolor era insoportable, tanto que Cupido perdió el conocimiento.

A la mañana siguiente se levantó como siempre y se fue a trabajar. Al revisar su agenda, encontró la nota sobre el mastín, volvió a recordar aquellos ojos y su conversación de hora y media y se volvió a enamorar de Helena. Otro día entero buscándola, esperando algún mensaje de ella pero nada, no había manera de encontrarla.

Día tras día se repetía la rutina, se enamoraba, la buscaba y la perdía. Cupido maldecía a los dioses. El no quería renunciar al amor que sentía por Helena pero aquello no era forma de vivir. Enamorándose por las mañanas, deseándola todo el día, sufriendo la perdida del deseo por la noche y olvidándola justo antes de dormir.

Una mañana Cupido decidió que no podía mas y borró todo rastro de Helena para no encontrar nada que se la pudiera recordar a la mañana siguiente y tener que empezar de nuevo. Fue el día más duro de su vida, sabía que iba a perder el deseo de estar con ella para siempre.

Esa noche los dioses aparecieron en su cama, le preguntaron su deseo y el intentó pensar en Helena, pero deseó algo con mucha más fuerza, deseó no tener corazón, deseó no enamorarse nunca mas. Los dioses dijeron «Piedra, papel y tijera» y aquella noche Cupido ganó.

Piedra Papel O Tijera peque

2304 robots

El soñaba con perder el corazón.

Ufff esta no es manera de empezar un cuento, así que mejor empezamos de nuevo.

Todos los robots estaban terminados por hoy, hoy habían fabricado 2.304, récord del año. Dan estaba encantado, su nueva organización había dado resultado y era el centro de todas las felicitaciones.

La rubia del departamento de compras se había fijado en él gracias al récord, y después de recibir sus felicitaciones, y un poco de charla intrascendente Dan se había decidido a invitarla a cenar. Dan esta emocionado, habían quedado a cenar.

La recogió en su casa a las 8, puntual como un reloj, y ella le hizo esperar los 5 minutos de rigor detrás de la puerta  mirando entre las cortinas, pero atenta a cada movimiento de Dan, asegurándose de que Dan no se fuera. Ella salió de casa con una sonrisa sencilla, aunque era una mujer espectacular no quería asustar a Dan.

Cenaron junto al lago, sobre las rocas, mientras las olas ayudaban a mantener esos silencios de las primeras citas. La cena fue bien, ellos se entendieron, y Dan habría jurado que podía empezar algo importante en aquella cena.

De vuelta a casa hablaron de su récord 2.304, menudo número, un 12,4% más que el record anterior. Ella le preguntó cuáll era el secreto y él dijo que no había secreto que aquella mañana un hada azul había dibujado el número en su armario y que sin saber porque al llegar a la fábrica todo había funcionado, pero que ahora cada robot se había hecho un hueco en su corazón y que sabía que iba a llorar cada una de sus ausencias, con cada robot vendido, con cada robot que no volvería a ver. No el primer día ni el segundo, pero si el día 23 de cada mes lloraría a los robots que no podrían estar con el.

Ella se enamoró de él en ese momento, locamente con todo su corazón, y aunque se volcó en un beso largo, casi eterno, Dan no pudo sino empezar a llorar por los robots perdidos que ya nunca estarían con el. Se dio cuenta de que podía haber sido feliz con ella, pero los robots ocupaban todo su corazón.

A la mañana siguiente el número en la pared era 2305, un nuevo récord, pero Dan lloró de nuevo.

Dan ya no soñaba con robots, o con ella.

Él solo soñaba con perder su corazón.

2304 peque

Desafiando al dibujista

El soñaba con perder el corazón.

Ufff esta no es manera de empezar un cuento, así que mejor empezamos de nuevo.

Todos los robots estaban terminados por hoy, hoy habían fabricado 2.304, récord del año. Dan estaba encantado, su nueva organización había dado resultado y era el centro de todas las felicitaciones.

La rubia del departamento de compras se había fijado en él gracias al récord, y después de recibir sus felicitaciones, y un poco de charla intrascendente Dan se había decidido a invitarla a cenar. Dan esta emocionado, habían quedado a cenar.

La recogió en su casa a las 8, puntual como un reloj, y ella le hizo esperar los 5 minutos de rigor detrás de la puerta  mirando entre las cortinas, pero atenta a cada movimiento de Dan, asegurándose de que Dan no se fuera. Ella salió de casa con una sonrisa sencilla, aunque era una mujer espectacular no quería asustar a Dan.

Cenaron junto al lago, sobre las rocas, mientras las olas ayudaban a mantener esos silencios de las primeras citas. La cena fue bien, ellos se entendieron, y Dan habría jurado que podía empezar algo importante en aquella cena.

De vuelta a casa hablaron de su récord 2.304, menudo número, un 12,4% más que el record anterior. Ella le preguntó cuáll era el secreto y él dijo que no había secreto que aquella mañana un hada azul había dibujado el número en su armario y que sin saber porque al llegar a la fábrica todo había funcionado, pero que ahora cada robot se había hecho un hueco en su corazón y que sabía que iba a llorar cada una de sus ausencias, con cada robot vendido, con cada robot que no volvería a ver. No el primer día ni el segundo, pero si el día 23 de cada mes lloraría a los robots que no podrían estar con el.

Ella se enamoró de él en ese momento, locamente con todo su corazón, y aunque se volcó en un beso largo, casi eterno, Dan no pudo sino empezar a llorar por los robots perdidos que ya nunca estarían con el. Se dio cuenta de que podía haber sido feliz con ella, pero los robots ocupaban todo su corazón.

A la mañana siguiente el número en la pared era 2305, un nuevo récord, pero Dan lloró de nuevo.

Dan ya no soñaba con robots, o con ella.

Él solo soñaba con perder su corazón.

Remordimiento

La princesa Isylva estaba destrozada, el último de los guerreros que había peleado por ella había muerto a manos de su prometido. Su padre había elegido bien, Rondin erá el mejor guerrero de las nubes altas. Sus alas eran las más rápidas y su lengua venenosa era la mas certera de todas las lenguas.

Isylva perdió la esperanza de no tener que casarse con Rondín. Él le parecía un patán, siempre centrado en las peleas, en las batallas, siempre centrado en las conquistas y, sobre todo, pendiente de la generación de nuevas nubes. Sin los generadores de nubes el reino dejaría de existir y 2.000.000 de años de evolución caerían de nuevo a la tierra como si no hubiera pasado nada.

La boda se celebró por todo lo alto, y mas estando en las nubes altas. Acudieron todos los pobladores y, en algunas ocasiones, el zumbido de las alas no dejaba oír la ceremonia. Isylva había sido educada para obedecer los deseos de su padre y, como todas las princesas, al final aceptó con docilidad el matrimonio.

Pero ella no estaba dispuesta a ponérselo fácil a Rondín en su habitación. Su estrategia estaba preparada, ella haría que Rondín se enamorase de ella perdidamente, y cuando eso pasase se lo haría saber. Rondin sufriría, esa sería su venganza.

Cuando llegaron a la nube nupcial, él se quitó el traje de boda, se quedó desnudo delante de ella, se arrodilló y la dijo: «Siempre te he querido, siempre te querré, nunca fuí capaz de acercarme a ti, ni siquiera de mirarte y la única manera en que fuí capaz de llegar a ti fue en el torneo». Isylva no se inmutó, bueno, no se inmutó por dentro, por fuera fingió conmoverse y dejó que él pensara que su amor era posible.

Con el paso de los soles, Rondín siguió enamorado de ella, su amor no cesaba si no que crecía. Isylva, por su lado, continuaba con su plan. Ella había cerrado su corazón y no estaba dispuesta a desistir de su plan a pesar del amor que Rondin le mostraba en cualquier ocasión. Pronto llegaría el momento de hacerle sufrir, llegaría el momento de la venganza, del triunfo sobre su padre y sobre el conquistador.

Cuando Rondín volvió de la última batalla trajo consigo a un amigo, Santos le había salvado la vida y Rondín quería agradecérselo con una cena especial. Después de anunciar a todo el mundo como Santos le había salvado, juró que serían amigos para siempre. Rondín llamó a Isylva para que acudiera a la nube de la fiesta. Ella entró como siempre deslumbrante, pero esta vez al fijarse en los ojos de Santos las rodillas le fallaron y cayó por la escalera.

Se había roto la pierna por 3 sitios y eso la obligaría a guardar cama durante 4 meses. Rondín partió a la batalla y dejó a Santos al cuidado de Isylva.

4 meses bajo los cuidados de Santos, mirando a sus ojos cada poco tiempo, era mas de lo que cualquier corazón podría resistir e Isylva se enamoró de él como sólo se enamoran los adolescentes. Una tarde ella no pudo mas e intentó besarlo, pero Santos era fiel a su amigo y le dijo a Isylva que su amor era imposible, que Rondín merecía todo el cariño y que nunca le traicionaría. Isylva no pudo resistir el desplante y cogiendo un cuchillo intentó matar a Santos, pero al hacerlo y mirarle a los ojos, sus rodillas volvieron a fallar y se cayó clavándose el cuchillo en el corazón.

Rondín volvió todo lo rápido que pudo, pero no llego a tiempo de ver a Isylda con vida. Después del funeral, Rondín se acostó llorando mientras su amante se desnudaba detrás de una cortina. Rondín dijo: «siento haber engañado a Isylva haciéndola creer que estaba enamorado de ella, no sé si podré vivir con ese peso en mi conciencia».

Su amante se metió en la cama y le dijo: «No lo pienses más, ella quería hundirte y además intentó matarme». Rondín y Santos compartieron esa noche el peso del remordimiento de tantos soles de engaño.

Vaya Tela peque

Triste Valentia

Hoy había sido un buen día en el trabajo, aquel proyecto tan complejo había por fin encontrado su curso. El se sentía orgulloso de si mismo, era un tipo con talento y energía. Hoy tocaba cena con amigos, un buen vino y una tertulia apasionada.

Aquella noche hablaron de justicia social y él defendió, como siempre, que con esfuerzo todo es posible. El mundo está lleno de oportunidades y solo hay que esforzarse para poder disfrutarlas, al fin y al cabo a él nadie le había regalado nada.

Aquí viene la parte del cuento que te ahorro: El se duerme, se despierta convertido en un paria en cualquier sociedad que puedas imaginar y donde no tiene ni siquiera la capacidad intelectual para enfrentarse a la injusticia. Por supuesto, se despierta sudando y sobresaltado.

El susto se le pasó en cuanto vio que todo estaba bien, su mujer junto a él, su casa, sus hijos. Sólo había sido una pesadilla. Se duchó, se vistió, desayunó con su familia y se fue a trabajar. Todo estaba bien. El podría ganar una vez más, estaba preparado para competir.

Pasó junto a las chabolas de siempre y se dio cuenta de que ya no eran iguales. Hoy veía la injusticia pintada en las paredes de cartón y uralita.

Fue como un fogonazo. Un gran destello que, en lugar de afectarle a los ojos, le deslumbró el corazón y le hizo llorar. Tuvo que parar el coche, las lágrimas no le dejaban conducir. Sentía la obligación de hacer algo. Además, él se consideraba un tipo capaz de resolver problemas complejos, con empuje y capacidad. El tendría que ser capaz de cambiar esa realidad.

Aquel día no pudo ir a trabajar. Se quedó dormido en el coche, despertó después de varias horas y condujo hacia su casa. En el camino se dio cuenta de que prefería mantener su vida, de que no quería dejar todo lo que tenía. Encontró mil argumentos para defender su actitud y se convenció.

Cuando llegó a casa todo le pareció un mal sueño, nada había cambiado. Pero, cada noche al irse a dormir, recordaba aquel fogonazo y lloraba.

Triste Valentia peque

Ahora otro desafio para el dibujista

Hoy había sido un buen día en el trabajo, aquel proyecto tan complejo había por fin encontrado su curso. El se sentía orgulloso de si mismo, era un tipo con talento y energía. Hoy tocaba cena con amigos, un buen vino y una tertulia apasionada.

Aquella noche hablaron de justicia social y él defendió, como siempre, que con esfuerzo todo es posible. El mundo está lleno de oportunidades y solo hay que esforzarse para poder disfrutarlas, al fin y al cabo a él nadie le había regalado nada.

Aquí viene la parte del cuento que te ahorro: El se duerme, se despierta convertido en un paria en cualquier sociedad que puedas imaginar y donde no tiene ni siquiera la capacidad intelectual para enfrentarse a la injusticia. Por supuesto, se despierta sudando y sobresaltado.

El susto se le pasó en cuanto vio que todo estaba bien, su mujer junto a él, su casa, sus hijos. Sólo había sido una pesadilla. Se duchó, se vistió, desayunó con su familia y se fue a trabajar. Todo estaba bien. El podría ganar una vez más, estaba preparado para competir.

Pasó junto a las chabolas de siempre y se dio cuenta de que ya no eran iguales. Hoy veía la injusticia pintada en las paredes de cartón y uralita.

Fue como un fogonazo. Un gran destello que, en lugar de afectarle a los ojos, le deslumbró el corazón y le hizo llorar. Tuvo que parar el coche, las lágrimas no le dejaban conducir. Sentía la obligación de hacer algo. Además, él se consideraba un tipo capaz de resolver problemas complejos, con empuje y capacidad. El tendría que ser capaz de cambiar esa realidad.

Aquel día no pudo ir a trabajar. Se quedó dormido en el coche, despertó después de varias horas y condujo hacia su casa. En el camino se dio cuenta de que prefería mantener su vida, de que no quería dejar todo lo que tenía. Encontró mil argumentos para defender su actitud y se convenció.

Cuando llegó a casa todo le pareció un mal sueño, nada había cambiado. Pero, cada noche al irse a dormir, recordaba aquel fogonazo y lloraba.