Tagete

Tagete peque

Guillermo era el alcalde de su pueblo: Sotillo del Ideal. Llevaba siendo alcalde más de 5 legislaturas. Guillermo era de esas personas que caen bien a todo el mundo, tenía la capacidad de conciliar los intereses y pasiones de todos los que estaban a su alrededor.

Aquella vez que el pueblo estuvo a punto de partirse por la mitad por culpa del proyecto de la central eléctrica, él fue capaz de armonizar todos los intereses y encontrar una solución que gustó a todos.

Pero esa capacidad de equilibrio que era su principal virtud, era al mismo tiempo su peor maldición. Guillermo nunca pudo encontrar pareja, aquella vez que estuvo tan colgado por Rodrigo no se atrevió a dar los pasos necesarios para salirse de los esquemas tradicionales.

Siempre se arrepentiría de no haber estrechado a Rodrigo entre sus brazos y, cogiéndole del cuello, haberle besado con todo el alma, con todas sus tripas volcadas en ese beso para luego, sobre esa pasión instantánea, construir una vida digna de ser contada. Eso requería mucho coraje, mucha gente a la que decepcionar y a la que dejar colgada. Su espíritu conciliador no se lo permitía.

Guillermo vivía solo en un pequeño chalet adosado en el centro de su pueblo. En aquella casa tan normal solo se permitía un pequeño capricho en forma de actitud radical: su jardín. Era verde, absolutamente verde, sin una sola mancha de otro color. Como si hubiese sido pintado pantonera en mano, ajustándolo al Pantone 376 U. Guillermo empleaba sus tardes en cuidar su jardín, limpiandolo de cualquier pequeña planta que no cumpliera con el verde 376U. Esa era la única radicalidad que se permitía en su vida.

Una mañana cuando se levantó y miró a su jardín vio una enorme flor en el centro. ¿De dónde había salido aquel horror? Se puso un pantalón corto y bajo corriendo al jardín, arrancó la flor y volvió a dejar el jardín perfectamente verde, no cualquier verde, sino  el verde del Pantone 376U que él había elegido. A la mañana siguiente, se despertó aterrorizado con la idea de que la flor estuviera allí de nuevo, pero no, en su pradera perfecta no había crecido ningún engendro anaranjado. Días después, cuando creía que lo de la flor había sido una simple anécdota, una nueva aberración se erguía en medio de su jardín.

Lo cierto era que cuando tocaba la flor para arrancarla, su espalda se estremecía. Y es que; tenía que ser honesto consigo mismo, aquella flor le gustaba. Pero no podía permitir que aquello se impusiera sobre su necesidad de tener un jardín auténtica y únicamente verde. Al fin y al cabo, su jardín era la envidia de todos, y hasta había salido una vez en la tele “El alcalde jardinero del Pantone perfecto». Su verde era tan adecuado para un jardín que Google había usado el Pantone 376 U como referencia de color para todas las fotos de su aplicación de mapas.

Cada mañana que la flor aparecía, Guillermo la arrancaba de cuajo, con raíces y todo, se estremecía y se iba a trabajar.  Las primeras 189 veces no tuvo problema en hacerlo, pero de repente algo cambió, alguien volvió a su vida y las siguientes 76 veces se le hicieron un poco más cuesta arriba.

Al final, Guillermo se tuvo que rendir a la evidencia. Aquel tagete amarillo y naranja se había instalado en su jardín para siempre y podía ser feliz con él. La vida es así, se decía Guillermo cuando por las noches, antes de dormir, añoraba su verde perfecto.

Una tarde, por sorpresa,  Rodrigo volvió a su casa,  vino a contarle que estaba de nuevo solo que ya no tenía pareja. Cuando salió al jardín le dijo: “¿cómo sabías que el tagete es mi flor preferida?.

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