Archivo por meses: agosto 2013

La llave del tiempo

Ella sabía que no podía ser, que no podían estar juntas.

En la fábrica todo estaba organizado, cada una tenía su sitio. Era seguro que aquella era la mejor solución para la fábrica y para todas ellas. En aquella enorme nave se producía la enzima que protegía a todas las hembras de su especie de la radiación de los 4 soles. Hacía dos años la combinación de las radiaciones de los soles estuvo a punto de terminar con todas, sólo la casualidad permitió que una de ellas descubriera la enzima que las protegía y la forma de fabricarla.

Su mundo iría camino de la desaparición si la fábrica no produjera suficiente enzima y, sólo si cada una seguía en su sitio, podrían mantener el ritmo. No sabían durante cuanto tiempo, pero al menos un par de generaciones más.

Ella la veía a lo lejos, solo 148 filas delante.

La vida en la fábrica se hacía eterna y, aunque revisaba 24 piezas por segundo, a ella cada segundo le parecía un día o un año o una vida. Es verdad, le gustaba su trabajo, si podía concentrarse todo iba bien y mas sabiendo que Alejandra estaba tan cerca, solo 148 filas!!!

Pero a veces no podía concentrarse, se soñaba con Alejandra, abrazadas soñando juntas.

De repente, la cadena de producción se paró, el tiempo se detuvo. Alejandra seguía solo 148 filas delante pero ninguna de las dos se podía mover. Ella solo quería correr junto a ella y empezó a llorar.

Una lágrima se deslizó por su mejilla y cayó hacia el suelo. La pudo recoger a tiempo y al cogerla se transformó en una llave, muy pequeña. Mientras el tiempo seguía detenido, ella pudo imaginar que la llave abría un rincón de su corazón en el que las dos estaban juntas. Cogió la llave y la guardó en su puño cerrándolo con pasión.

Al cerrar el puño con pasión, el tiempo volvió a correr. Con la llave en su mano, el ritmo de la fabrica se aceleró y la sirena sonó. Su turno había terminado. Recorrió las 74 filas a la carrera, mientras Alejandra recorría las otras 74. Como todos los días, se estrecharon en un abrazo que siempre era la envidia de todas sus compañeras.

No sabía cuánto tiempo había pasado, la llave y el rincón de su corazón en el que estaban juntas le habían quitado relevancia al tiempo. Ahora, con la llave, sabía que podía abrir ese rincón siempre que quisiera y así acelerar el tiempo para volver a abrazarse.
Lo único que importaba es que ahora estaba con ella, que estaban juntas.

La llave del tiempo

La llave del tiempo

Este desafío no es de mujeres, pero si de ellas

Ella sabía que no podía ser, que no podían estar juntas.

En la fábrica todo estaba organizado, cada una tenía su sitio. Era seguro que aquella era la mejor solución para la fábrica y para todas ellas. En aquella enorme nave se producía la enzima que protegía a todas las hembras de su especie de la radiación de los 4 soles. Hacía dos años la combinación de las radiaciones de los soles estuvo a punto de terminar con todas, sólo la casualidad permitió que una de ellas descubriera la enzima que las protegía y la forma de fabricarla.

Su mundo iría camino de la desaparición si la fábrica no produjera suficiente enzima y, sólo si cada una seguía en su sitio, podrían mantener el ritmo. No sabían durante cuanto tiempo, pero al menos un par de generaciones más.

Ella la veía a lo lejos, solo 148 filas delante.

La vida en la fábrica se hacía eterna y, aunque revisaba 24 piezas por segundo, a ella cada segundo le parecía un día o un año o una vida. Es verdad, le gustaba su trabajo, si podía concentrarse todo iba bien y mas sabiendo que Alejandra estaba tan cerca, solo 148 filas!!!

Pero a veces no podía concentrarse, se soñaba con Alejandra, abrazadas soñando juntas.

De repente, la cadena de producción se paró, el tiempo se detuvo. Alejandra seguía solo 148 filas delante pero ninguna de las dos se podía mover. Ella solo quería correr junto a ella y empezó a llorar.

Una lágrima se deslizó por su mejilla y cayó hacia el suelo. La pudo recoger a tiempo y al cogerla se transformó en una llave, muy pequeña. Mientras el tiempo seguía detenido, ella pudo imaginar que la llave abría un rincón de su corazón en el que las dos estaban juntas. Cogió la llave y la guardó en su puño cerrándolo con pasión.

Al cerrar el puño con pasión, el tiempo volvió a correr. Con la llave en su mano, el ritmo de la fabrica se aceleró y la sirena sonó. Su turno había terminado. Recorrió las 74 filas a la carrera, mientras Alejandra recorría las otras 74. Como todos los días, se estrecharon en un abrazo que siempre era la envidia de todas sus compañeras.

No sabía cuánto tiempo había pasado, la llave y el rincón de su corazón en el que estaban juntas le habían quitado relevancia al tiempo. Ahora, con la llave, sabía que podía abrir ese rincón siempre que quisiera y así acelerar el tiempo para volver a abrazarse.
Lo único que importaba es que ahora estaba con ella, que estaban juntas.

Cuatro mujeres

David había salido de Marrakech a las 7 de la mañana y eso que a él nunca le había gustado madrugar. Se había subido al jeep recién alquilado y  después de programar el GPS hacia  Fkih Ben Salah, empezó a conducir siguiendo las indicaciones de la máquina. Conocía bien el camino, lo había hecho muchas veces, pero le gustaba usar el GPS porque le permitía centrarse en sus pensamientos y olvidarse de donde estaba mientras disfrutaba del paisaje.

Llegó sobre las 10 de la mañana a la oficina de José, no le gustaba nada correr. Después de cerrar un buen acuerdo con quien llevaba haciendo negocios desde hacía 15 años y era su amigo de la infancia, los dos se fueron a dar un paseo por el pequeño mercado callejero. Eran buenos amigos y siempre encontraban tiempo para hablar un buen rato.

Como siempre que celebraban un acuerdo, pasaron por la teteria de Yousuff, alli se toma el mejor té de Marruecos. Esta vez la conversación se alargó más de lo habitual. David le contó a José que no estaba agusto con su vida. Su mujer le había dejado y, como no tenía hijos, ahora se encontraba bastante solo. Sus negocios iban bien, pero ya no sentía la misma inyección de adrenalina cuando planificaba un nuevo proyecto o tenía que cerrar una venta importante. Algo estaba cambiando en su interior.

José, que aunque con nombre español (su madre era de Cádiz) había nacido en Fkih Ben Salah , le dijo que esas eran cosas de los españoles, que se complican demasiado la vida, que en su pueblo las cosas son más fáciles y la vida se disfruta sabiendo encontrar el placer en las cosas pequeñas.  Los dos amigos terminaron el té y los dos últimos pastelillos, el de pistacho que era el preferido de David estaba hoy especialmente rico, y volvieron hacia el mercadillo.

Al doblar una esquina vieron a 4 mujeres vestidas de negro que vendían especias. Ellas no estaban muy preocupadas de vender, estaban hablando de sus cosas. De como habían dejado los niños las cosas tiradas por el patio de la casa, del plan de comida para la semana y de la nueva cama que había que comprar para la habitación de los más pequeños. Estaban las 4 casadas con un hombre mayor, éste apenas salía de casa y,en realidad, ellas vivían casi como si el marido no existiera. No convivían con él, apenas le veian, pero estar casadas les daba la cobertura social que necesitaban. Su marido no les importaba nada, pero les permitía vivir en paz en una sociedad tan tradicional.

David se sentó a hablar con ellas y poco a poco fue entrando en la conversación. Sintió tanta fascinación por sus conversaciones sencillas, por la felicidad que irradiaban aquellas cuatro mujeres que no pudo evitar volver al día siguiente y sentarse de nuevo con ellas.

Después de 4 días participando en las conversaciones de aquellas cuatro mujeres, David llamó a la agencia de alquiler de coches y prolongó el alquiler un mes más, lo mismo hizo con el hotel. No tenia a nadie a quien avisar, nadie lo esperaba en casa.

Había pasado un mes, había sido el mes más feliz de la vida de David. Había creado una relación de amistad con aquellas cuatro mujeres a las que no podía ver la cara, pero con las que compartía la felicidad de las cosas pequeñas.

Un día les pidió acompañarlas a su casa y ellas le dejaron llevar el carrito con las especias que no habían vendido. Llegaron a una casa enorme con un patio donde había 10 críos jugando al fútbol, y unos soportales en los que varios criados se afanaban en las tareas de la casa. En una de las esquinas estaban las habitaciones del marido, atendido siempre por otros 3 criados. Era evidente que aquello no se mantenía de la venta de especias en el mercado. David no preguntó pero supo que allí ni el dinero ni el futuro eran un problema.

Las 4 mujeres vivían cada una en una zona diferente de la casa. David pensó que quería vivir allí. Supo que allí sería feliz. No pudo contener el impulso, llamó a sus cuatro amigas y les dijo que quería quedarse a vivir con ellas, a ellas no les sorprendió nada, era como si lo estuvieran esperando.

Los cinco se miraron y acordaron vivir juntos, pero David tendría que aceptar una condición: tendría que aceptar vivir como una mujer y vestir como una mujer. A él no le pareció un precio demasiado alto a cambio de la paz y la felicidad que sentía conversando larguísimas horas con ellas.

David cogió el móvil, llamó a su abogado, le dió orden de venderlo todo y mandarle el dinero. Tendría suficiente para vivir el resto de sus días en aquel pueblo.

Desde aquel día las 4 mujeres y David, vestido de mujer, charlan en el mercado en su puesto de especias. No parece que les importe mucho lo que venden, lo único que les preocupa a las 5 es poder seguir hablando todas las horas del mundo.

mujeres vendiendo especias

La ilusión del coltán

El se levantó como todas las mañanas antes de que sus hijos hubieran despertado. Salió de la choza, y como todas las mañanas se dió con la cabeza en el dintel, nunca encontraba el momento de arreglarlo.

Aquella manera de empezar el día se había hecho habitual, recordaba que una vez no se golpeo con la puerta y luego estuvo todo el día con dolor de cabeza.

Hoy no había sido un día diferente, todo transcurría como de costumbre, el golpe en la cabeza, la carrera detrás de la cabra para ordeñar un poco de leche, y luego la marcha de 2 horas hasta llegar a la entrada de la mina.

A el no le importaba todo ese esfuerzo, la ilusión de que sus hijos pudieran tener una vida distinta le daba energía suficiente para eso, y para mucho mas.

El llegó a la mina, pero sabía por donde entrar, tenía un secreto que le evitaba las peleas y los empujones con otros mineros. La semana pasada habían muerto 3 en una de las peleas. El pensaba que era absurdo pelear por entrar a morir, pero también sabía que los que lo hacían no tenían otra opción.

Descubrió de maleza su entrada secreta y llegó a la galería, bueno galería por llamarlo de alguna manera porque en realidad no era más que un sucio agujero de 100 metros en el que sólo en algunos puntos cabían dos personas a la vez.

Comenzó a trabajar y a las pocas horas empezó a encontrar más mineral de lo que era habitual, si seguía a ese ritmo en dos horas más habría conseguido coltán para dar de comer a sus hijos todo el mes.

Empezó a cavar con más y más fuerza, y de repente los meses se le acumulaban en la cabeza, ya tenía coltán para más meses de los que era capaz de contar, y eso que teniendo 9 hijos había tenido que contar mucho y muchas veces.

De repente desde las rocas surgió un gusano verde, pequeño, pero que de repente empezó a hablar con el. Le preguntó por sus hijos intentando entender porque bajaba cada día a la mina, arriesgando su vida, y dejando a sus hijos solos en la aldea.

El gusano no sabía porque todos querían coltán, el sabía de donde venía, en realidad el coltán era el resultado de la descomposición de la comida del gusano. Cuanto mas comía mas coltán. Así que el gusano no entendía nada.

Undugu le pregunto al gusano que comía para producir coltán y el gusano le contesto: «yo como ilusión», y si tú me das la tuya tendrás todo el coltán que necesites.

Undugu no se lo pensó, dijo inmediatamente que sí, y el gusano se comió la ilusión de Undugu. Undugu salió de la mina y se dirigió hacia su casa, al llegar allí había varias toneladas de coltán, suficientes para dar de comer 9 veces a sus 9 hijos, durante 9 generaciones. El se sintió feliz, vendió el coltán y resolvió la vida de sus hijos y su familia.

A la mañana siguiente se fué a levantar y al darse de nuevo con el dintel de la puerta recordó que ya no tenía que ir a la mina, que su ilusión se había cumplido, así que ordeñó a la cabra, bebió su leche y se sentó.

Nunca volvió a levantarse, lo último que se le vio hacer fue llorar por la falta de ilusión.

verde que te quiero verde peque

La ilusión del coltán otro desafio para el dibujista

El se levantó como todas las mañanas antes de que sus hijos hubieran despertado. Salió de la choza, y como todas las mañanas se dió con la cabeza en el dintel, nunca encontraba el momento de arreglarlo.

Aquella manera de empezar el día se había hecho habitual, recordaba que una vez no se golpeo con la puerta y luego estuvo todo el día con dolor de cabeza.

Hoy no había sido un día diferente, todo transcurría como de costumbre, el golpe en la cabeza, la carrera detrás de la cabra para ordeñar un poco de leche, y luego la marcha de 2 horas hasta llegar a la entrada de la mina.

A el no le importaba todo ese esfuerzo, la ilusión de que sus hijos pudieran tener una vida distinta le daba energía suficiente para eso, y para mucho mas.

El llegó a la mina, pero sabía por donde entrar, tenía un secreto que le evitaba las peleas y los empujones con otros mineros. La semana pasada habían muerto 3 en una de las peleas. El pensaba que era absurdo pelear por entrar a morir, pero también sabía que los que lo hacían no tenían otra opción.

Descubrió de maleza su entrada secreta y llegó a la galería, bueno galería por llamarlo de alguna manera porque en realidad no era más que un sucio agujero de 100 metros en el que sólo en algunos puntos cabían dos personas a la vez.

Comenzó a trabajar y a las pocas horas empezó a encontrar más mineral de lo que era habitual, si seguía a ese ritmo en dos horas más habría conseguido coltán para dar de comer a sus hijos todo el mes.

Empezó a cavar con más y más fuerza, y de repente los meses se le acumulaban en la cabeza, ya tenía coltán para más meses de los que era capaz de contar, y eso que teniendo 9 hijos había tenido que contar mucho y muchas veces.

De repente desde las rocas surgió un gusano verde, pequeño, pero que de repente empezó a hablar con el. Le preguntó por sus hijos intentando entender porque bajaba cada día a la mina, arriesgando su vida, y dejando a sus hijos solos en la aldea.

El gusano no sabía porque todos querían coltán, el sabía de donde venía, en realidad el coltán era el resultado de la descomposición de la comida del gusano. Cuanto mas comía mas coltán. Así que el gusano no entendía nada.

Undugu le pregunto al gusano que comía para producir coltán y el gusano le contesto: «yo como ilusión», y si tú me das la tuya tendrás todo el coltán que necesites.

Undugu no se lo pensó, dijo inmediatamente que sí, y el gusano se comió la ilusión de Undugu. Undugu salió de la mina y se dirigió hacia su casa, al llegar allí había varias toneladas de coltán, suficientes para dar de comer 9 veces a sus 9 hijos, durante 9 generaciones. El se sintió feliz, vendió el coltán y resolvió la vida de sus hijos y su familia.

A la mañana siguiente se fué a levantar y al darse de nuevo con el dintel de la puerta recordó que ya no tenía que ir a la mina, que su ilusión se había cumplido, así que ordeñó a la cabra, bebió su leche y se sentó.

Nunca volvió a levantarse, lo último que se le vio hacer fue llorar por la falta de ilusión.

Piedra, papel o tijera

Los dioses se habían cebado con él, no sabía por qué.

Cupido había cumplido con su papel en la vida. Fue un buen hijo, terminó sus estudios y abrió una pequeña clínica veterinaria en la que cuidaba con cariño las mascotas de sus vecinos. No había construido una familia, pero tenía buenos amigos y había tenido muchas amantes. Con todas había sido siempre sincero, Cupido se enamoraba fácilmente y siempre se entregaba al 100% en sus relaciones.

Pero los dioses la habían tomado con él. Cada noche debía jugar con ellos a piedra, papel o tijera. Cada noche debía apostar contra los dioses un deseo. La apuesta consistía en olvidarlo (si ganaban los dioses) o conseguirlo (si era él quien ganaba). Pero Cupido siempre perdía. Eligiera piedra, papel o tijera siempre los dioses se salían con la suya y cada manera de perder tenía su lado terrible.

Si perdía eligiendo papel, los dioses envolvían su deseo y lo quemaban. Lo hacían lentamente mientras Cupido sentía que su corazón ardía hasta que el papel empezaba a apagarse y veía como su deseo se elevaba en el aire con las pavesas y desaparecía.

Cuando perdía con tijera, los dioses cortaban el hilo que une los deseos al corazón. El corte le producía un dolor intenso que duraba solo una décima de segundo. Luego el deseo desaparecía.

Perder habiendo elegido piedra era lo peor. Los dioses aplastaban su deseo con la piedra, cada golpe hacia mella en Cupido hasta que el deseo quedaba hecho un guiñapo, algo irreconocible.

Noche tras noche, los dioses le obligaban a jugar. Cupido se resistía pero, en cuanto tenía un nuevo deseo, los dioses le forzaban a jugárselo a una sola partida. Elegir piedra, papel o tijera era también terrible, no sabía cual de las tres maneras de perder era peor. Pero los dioses le obligaban a jugar y elegir.

Cupido llevaba una vida normal y corriente, como la de cualquiera. Abría su clínica y la cerraba cada día sin grandes sobresaltos pero un jueves de abril entraron a su consulta unos ojos verdes o tal vez azules, o quizás eran esos ojos que a veces son azules y a veces son verdes. La dueña de esos ojos llegaba con un mastín precioso, blanco, con una cabeza enorme, que tenía rota una pata. La enfermera había salido ya y Cupido le pidió a Helena que le ayudase durante la operación. Hora y media de intervención da para mucha conversación. Y Cupido se enamoró de ella.

Cuando terminó la operación, Helena se despidió deprisa, partía hacia Suiza, allí la esperaban su marido, sus 3 hijos y una vida envidiable. Justo antes de salir corriendo ella le besó.  A Cupido se le rompió el corazón, aquel amor era imposible. Sólo se le ocurría una forma de conseguirlo, aquella noche apostaría el deseo de estar con ella y ganaría, al fin y al cabo el amor siempre gana.

Al ir a dormirse, los dioses aparecieron al pie de su cama y por primera vez se alegro de verles. Le hicieron jugar de nuevo a aquel horrible juego. Cupido deseó estar con ella y los dioses preguntaron: ¿Piedra, papel o tijera? Cupido sacó papel y los dioses tijera, como era costumbre perdió y los dioses prendieron el papel con el que habían envuelto su deseo. Vio como las pavesas se elevaban en el aire junto al recuerdo de Helena. Cupido lloró pero al poco tiempo ya no recordaba porque lloraba y se durmió.

A la mañana siguiente se levantó como siempre, sin recordar el deseo perdido la noche anterior, llegó a la clínica pero, al revisar el material usado el día anterior, recordó  la operación del mastín, recordó los ojos de Helena y se volvió a enamorar. Estuvo todo el día buscándola en Internet, deseando encontrar algún rastro de ella, pero no hubo suerte.

Cupido supo que esa noche apostaría contra los dioses el deseo de estar con Helena, supo que iba a perder y decidió apuntar en su diario una nota que leer al llegar a su trabajo al día siguiente: comprobar la operación del mastín.

Esa noche perdió con tijera y los dioses le cortaron el hilo que le unía a su deseo. Aquel dolor era insoportable, tanto que Cupido perdió el conocimiento.

A la mañana siguiente se levantó como siempre y se fue a trabajar. Al revisar su agenda, encontró la nota sobre el mastín, volvió a recordar aquellos ojos y su conversación de hora y media y se volvió a enamorar de Helena. Otro día entero buscándola, esperando algún mensaje de ella pero nada, no había manera de encontrarla.

Día tras día se repetía la rutina, se enamoraba, la buscaba y la perdía. Cupido maldecía a los dioses. El no quería renunciar al amor que sentía por Helena pero aquello no era forma de vivir. Enamorándose por las mañanas, deseándola todo el día, sufriendo la perdida del deseo por la noche y olvidándola justo antes de dormir.

Una mañana Cupido decidió que no podía mas y borró todo rastro de Helena para no encontrar nada que se la pudiera recordar a la mañana siguiente y tener que empezar de nuevo. Fue el día más duro de su vida, sabía que iba a perder el deseo de estar con ella para siempre.

Esa noche los dioses aparecieron en su cama, le preguntaron su deseo y el intentó pensar en Helena, pero deseó algo con mucha más fuerza, deseó no tener corazón, deseó no enamorarse nunca mas. Los dioses dijeron «Piedra, papel y tijera» y aquella noche Cupido ganó.

Piedra Papel O Tijera peque

2304 robots

El soñaba con perder el corazón.

Ufff esta no es manera de empezar un cuento, así que mejor empezamos de nuevo.

Todos los robots estaban terminados por hoy, hoy habían fabricado 2.304, récord del año. Dan estaba encantado, su nueva organización había dado resultado y era el centro de todas las felicitaciones.

La rubia del departamento de compras se había fijado en él gracias al récord, y después de recibir sus felicitaciones, y un poco de charla intrascendente Dan se había decidido a invitarla a cenar. Dan esta emocionado, habían quedado a cenar.

La recogió en su casa a las 8, puntual como un reloj, y ella le hizo esperar los 5 minutos de rigor detrás de la puerta  mirando entre las cortinas, pero atenta a cada movimiento de Dan, asegurándose de que Dan no se fuera. Ella salió de casa con una sonrisa sencilla, aunque era una mujer espectacular no quería asustar a Dan.

Cenaron junto al lago, sobre las rocas, mientras las olas ayudaban a mantener esos silencios de las primeras citas. La cena fue bien, ellos se entendieron, y Dan habría jurado que podía empezar algo importante en aquella cena.

De vuelta a casa hablaron de su récord 2.304, menudo número, un 12,4% más que el record anterior. Ella le preguntó cuáll era el secreto y él dijo que no había secreto que aquella mañana un hada azul había dibujado el número en su armario y que sin saber porque al llegar a la fábrica todo había funcionado, pero que ahora cada robot se había hecho un hueco en su corazón y que sabía que iba a llorar cada una de sus ausencias, con cada robot vendido, con cada robot que no volvería a ver. No el primer día ni el segundo, pero si el día 23 de cada mes lloraría a los robots que no podrían estar con el.

Ella se enamoró de él en ese momento, locamente con todo su corazón, y aunque se volcó en un beso largo, casi eterno, Dan no pudo sino empezar a llorar por los robots perdidos que ya nunca estarían con el. Se dio cuenta de que podía haber sido feliz con ella, pero los robots ocupaban todo su corazón.

A la mañana siguiente el número en la pared era 2305, un nuevo récord, pero Dan lloró de nuevo.

Dan ya no soñaba con robots, o con ella.

Él solo soñaba con perder su corazón.

2304 peque