El sueño del rayo verde

El_sueno_del_rayo_verde_peque

Aquella tarde se acercó al mirador, quería buscar el rayo verde. Conocía la leyenda de los marineros de su pueblo, contaban que cuando navegaban más allá del cabo de la Labarca en busca de anchoas, y si el día había sido bueno, entonces podían dejar de trabajar un rato antes de la puesta de sol y sentados con los pies colgados por la borda de poniente, a veces, si había suerte, se podía ver el rayo verde en el horizonte. Los marineros decían que sí veías el rayo verde entonces las sirenas saltaban sobre el barco y cantaban canciones de amor junto a los marineros toda la noche.

El estaba lejos del mar así que no corría peligro de que alguna sirena lo asaltara, al fin y al cabo él no quería líos, sólo estaba allí para disfrutar de la vista.

El sol empezaba a bajar en el horizonte. Estaba un poco intranquilo, pensando en no dejar de mirar al sol, sabía que el rayo solo dura uno o dos segundos.
Hacía mucho viento y el mar estaba muy movido, casi parecía que el viento y el mar compartían su nerviosismo.

El miraba al mar y a veces le parecía ver saltar delfines entre las olas, o quizás serían sirenas preparándose para saltar sobre los barcos ahora que el sol se acercaba al punto del horizonte donde nace el rayo verde.
El sol ya tocaba el mar en el horizonte, quedaban pocos minutos para que se oculte del todo, y él se decidió a no perderlo de vista ni un segundo. Hizo un esfuerzo enorme para no parpadear, y cuando el rayo verde estaba a punto de aparecer un golpe de viento lo levantó por el aire y lo tiró al mar, allí una ballena enorme lo recibió con la boca abierta y se lo tragó.

La ballena se sumergió a toda velocidad y antes de que pudiera darse cuenta se encontraba en una cueva bajo el mar. No era una cueva oscura, ni triste, ni agobiante. Parecía más bien la entrada a un palacio. En la puerta había dos soldados con un tridente de chocolate que cuando se acercó a ellos le abrieron el paso y la puerta. El atravesó la puerta y entró en la calle de las canciones, era como si las casas no fueran casas sino canciones. Estaban todas sus canciones, desde las que le cantaba su madre en la cuna hasta la última que había escuchado, pasando por supuesto por las de su primer beso, o la primera cena romántica. En una boca calle un poco más oscura estaban las canciones tristes, pero no quiso ni acercarse.

Siguió andando por la calle de las canciones hasta que llegó al merendero, ya sabes esas mesas de madera que tienen banco y que hay siempre en los merenderos. Se sentó y al poco se le acercaron dos sirenas y empezaron a cantar para él mientras los camareros le traían una cerveza suave.
No recordaba cuanta cerveza había bebido, ni cuantas canciones cantó con las sirenas, sólo recordaba que fue una noche deliciosa. Si es verdad que lo de salir por los aires y ser tragado por una ballena no suena a buen recuerdo, pero eso fue sólo un segundo, y las canciones y la cerveza duraron toda la noche. El había amanecido en su cama, a pesar de todo no tenía resaca, y se levantó de muy buen humor. Estuvo todo el día recordando lo que había vivido y pensando sobre sí volvería al mirador a buscar el rayo verde. Le dio tantas vueltas que parecía que se había quedado mudo. Finalmente tomó una decisión.

Si alguna vez vas al mirador, y ves el rayo verde, cuidado con el viento y sobre todo con las ballenas.

Rayos verdes, ballenas, sirenas, canciones, etc.

Aquí está el desafío para el dibujante, veremos como lo resuelve el dibujista, este cuento tiene de todo.

Aquella tarde se acercó al mirador, quería buscar el rayo verde. Conocía la leyenda de los marineros de su pueblo, contaban que cuando navegaban más allá del cabo de la Labarca en busca de anchoas, y si el día había sido bueno, entonces podían dejar de trabajar un rato antes de la puesta de sol y sentados con los pies colgados por la borda de poniente, a veces, si había suerte, se podía ver el rayo verde en el horizonte. Los marineros decían que sí veías el rayo verde entonces las sirenas saltaban sobre el barco y cantaban canciones de amor junto a los marineros toda la noche.

El estaba lejos del mar así que no corría peligro de que alguna sirena lo asaltara, al fin y al cabo él no quería líos, sólo estaba allí para disfrutar de la vista.

El sol empezaba a bajar en el horizonte. Estaba un poco intranquilo, pensando en no dejar de mirar al sol, sabía que el rayo solo dura uno o dos segundos.
Hacía mucho viento y el mar estaba muy movido, casi parecía que el viento y el mar compartían su nerviosismo.

El miraba al mar y a veces le parecía ver saltar delfines entre las olas, o quizás serían sirenas preparándose para saltar sobre los barcos ahora que el sol se acercaba al punto del horizonte donde nace el rayo verde.
El sol ya tocaba el mar en el horizonte, quedaban pocos minutos para que se oculte del todo, y él se decidió a no perderlo de vista ni un segundo. Hizo un esfuerzo enorme para no parpadear, y cuando el rayo verde estaba a punto de aparecer un golpe de viento lo levantó por el aire y lo tiró al mar, allí una ballena enorme lo recibió con la boca abierta y se lo tragó.

La ballena se sumergió a toda velocidad y antes de que pudiera darse cuenta se encontraba en una cueva bajo el mar. No era una cueva oscura, ni triste, ni agobiante. Parecía más bien la entrada a un palacio. En la puerta había dos soldados con un tridente de chocolate que cuando se acercó a ellos le abrieron el paso y la puerta. El atravesó la puerta y entró en la calle de las canciones, era como si las casas no fueran casas sino canciones. Estaban todas sus canciones, desde las que le cantaba su madre en la cuna hasta la última que había escuchado, pasando por supuesto por las de su primer beso, o la primera cena romántica. En una boca calle un poco más oscura estaban las canciones tristes, pero no quiso ni acercarse.

Siguió andando por la calle de las canciones hasta que llegó al merendero, ya sabes esas mesas de madera que tienen banco y que hay siempre en los merenderos. Se sentó y al poco se le acercaron dos sirenas y empezaron a cantar para él mientras los camareros le traían una cerveza suave.
No recordaba cuanta cerveza había bebido, ni cuantas canciones cantó con las sirenas, sólo recordaba que fue una noche deliciosa. Si es verdad que lo de salir por los aires y ser tragado por una ballena no suena a buen recuerdo, pero eso fue sólo un segundo, y las canciones y la cerveza duraron toda la noche. El había amanecido en su cama, a pesar de todo no tenía resaca, y se levantó de muy buen humor. Estuvo todo el día recordando lo que había vivido y pensando sobre sí volvería al mirador a buscar el rayo verde. Le dio tantas vueltas que parecía que se había quedado mudo. Finalmente tomó una decisión.

Si alguna vez vas al mirador, y ves el rayo verde, cuidado con el viento y sobre todo con las ballenas.

Dibujandose

esperando

No sabía que dibujar, llevaba toda la tarde tirado en el sofá con el iPad entre las manos, a veces se había quedado dormido y le despertaba el susto del iPad que se caía de entre sus manos.

Al final, decidió dibujarse a si mismo, y luego otra vez, y luego otra, y otra, y otra… No podía parar se había metido en un bucle del que no sabía como salir, cada vez que acababa de dibujarse tenía que volver a dibujarse dibujando.

Su mujer le gritó desde la cocina: «Cariñooooo, tienes que ir a buscar a los niños y acuérdate de comprar aceitunas antes de volver». El la oyó, pero no pudo moverse, no podía separarse del dibujo, no podía moverse del sofá, no podía contestar, no podía pensar. Tan sólo sentía una angustia tremenda porque se daba cuenta de que se había metido en un bucle del que no podía salir.

Su mujer volvió a gritarle desde la cocina, pero esta vez el tono era mucho más agresivo: «Agustín siempre te quedas encerrado en tus dibujos, ¿quieres dejarlo de una vez e irte a por los niños? Cómo llegues tarde se van poner malos esperando en la calle con el frío que hace».

Esta vez también la oyó y tampoco pudo hacer nada por dejar de dibujar. A los pocos minutos, su mujer salió de la cocina a buscarlo dando un portazo y tirando el trapo contra la puerta descargando su enfado, en realidad descargaba los enfados de los últimos 20 años, y cuando llegó empezó a gritarle.

Primero desde la puerta del salón, luego junto a él. Él la oía, quería dejar de dibujar, pero no podía hacer nada. Cuando su mujer fue a zarandearle salió rebotada por una esfera de luz que apareció envolviéndole, como si fuera una burbuja protectora. Ahora sí, ella también se asustó. El seguía tan asustado o más que antes, pero aun así no podía dejar de dibujar.

Cuando Luisa se recuperó del golpe contra la pared y del susto, que fue mas que el golpe, intentó de nuevo acercarse a él, pero de nuevo la esfera la despidió hacia la pared. El se asustaba cada vez más, pero no podía hacer nada, seguía dibujandose dibujando y no podía parar.

Luisa llamó al 112. Como no la creyeron, tuvo que cambiar la historia y decir que su hijo se había caído por la escalera.

Agustín seguía dentro de la esfera, seguía dibujándose dibujando, no necesitaba comer, no necesitaba beber. No podía dejar de dibujar.

Cuando llegaron los de emergencias e intentaron acercarse a Agustin, estos también salieron despedidos. En menos de media hora había todo tipo de cuerpos especiales, seguridad nacional, la policía, la guardia civil, grupos de investigación.

Agustín seguía dentro de la esfera, seguía dibujándose dibujando, no necesitaba comer, no necesitaba beber. No podía dejar de dibujar.

Aquello se convirtió en noticia en todos los telediarios. Al final vinieron expertos del todo el mundo, incluso unos chinos que habían oido hablar de un lama al que según la leyenda le había pasado algo parecido.

Después de varios meses de investigaciones y pruebas, nadie consiguió entender que era aquella esfera o de donde procedía su energía.

No pudieron moverla, nada podía atravesarla.

Agustín seguía dentro de la esfera, seguía dibujándose dibujando, no necesitaba comer, no necesitaba beber. No podía dejar de dibujar.

Es verdad que los primeros días fueron un horror, el terror recorría su cuerpo y le llevaba el nudo del estómago hasta la garganta. Al principio era el miedo a morir, luego fué el miedo a sufrir dentro de aquella esfera. Pero el ser humano se acaba acostumbrando a todo, y pasadas las primeras semanas, Agustín aceptó aquella extraña realidad, se relajó y decidió concentrarse en el dibujo.

Después de todo siempre le había gustado dibujar, así que siguió dibujándose dibujando. Agustín seguía dentro de la esfera, seguía dibujándose dibujando, no necesitaba comer, no necesitaba beber. No podía dejar de dibujar.

Ava

avaCarlos se había vuelto a quedar dormido en la estación. Le despertó una señora mayor que se sentó a su lado y le dio un bolsazo en la cara. Afortunadamente, en la bolsa solo había un sombrero de paja y fueron más el susto y el ruido que el golpe. Cuando miró el reloj, salió corriendo hacia el andén. Su tren estaba a punto de salir. Según corría, se imaginaba a si mismo cogiendo el tren en marcha, tirando su maleta al pescante y luego saltando. Pero hoy los trenes ya no son así, hay que correr antes de que el tren empiece a andar. Quizás los trenes ya no son aquellos animales mitológicos que cantaba Miguel Ríos.

Carlos llegó por los pelos y, cuando localizó el asiento 8B, se quedó sorprendido al ver a su compañera del 8A. Era la vieja que le había despertado en la estación. ¿Cómo había llegado ella hasta allí? Iba llena de bolsas, parecía tener 88 años y se movía con dificultad, incluso parecía que los temblores de sus manos indicaban un parkinson avanzado.

Sin poder decir nada, sin nada que se le ocurriera, se sentó junto a la anciana. Los primeros minutos fueron de silencio, pero enseguida la señora empezó a hablar con él. Le contó que iba a Madrid a ver a sus bisnietos, estaban a punto de hacerla tatarabuela, y no quería por nada del mundo perderse el nacimiento de su descendiente número 140. (6 hijos, 36 nietos, y ya iba por 139 bisnietos).

Carlos no sabía que pensar, lo de que Lucía, así se llamaba la anciana, hubiera llegado antes que él le tenía loco, pero por otro lado no podía ser una viejecita más pesada y aburrida. La conversación no era nada interesante, ella le hablaba de cada uno de sus hijos, de los nietos no se acordaba del nombre de muchos, y de los bisnietos ni hablamos.

Solo faltaban dos horas y media de viaje, Carlos pensaba que iban a ser eternas. A cada minuto, Lucía se le hacía más y más insoportable. Cuando estaba pensando en darle una voz a la vieja y decirle que se callara de una vez, ella le cogió el dedo meñique y, de repente, se transformó en una mujer espectacular. Si yo supiera escribir, os diría que era la reencarnación de Ava Gadner, pero con unos ojos aún más poderosos que los que tenía la diva de los 40.

Carlos se quedó obnubilado sin poder apartar la vista de los ojos de Lucía o quien fuera. Sin poder evitarlo empezó a hablar con ella sobre sus sentimientos más profundos, sobre cómo sobrevivir al amor. Carlos estaba perdidamente enamorado de una mujer con la que sabía que nunca podría estar. Alejandra estaba casada, no sabemos si felizmente, pero si casada y tenía 4 niños. Así que Carlos sabía que lo suyo era imposible.

Empezó a hablar con Lucia de como, cada mañana, él se despertaba pensando en Alejandra, con un punto siempre de tristeza, pero luego empezaba el día y su trabajo lo absorbía y parecía que la olvidara. Pero cada vez que durante el día Carlos tenía un segundo de descanso, y su mente se quedaba en blanco siempre aparecía como por arte de magia el sentimiento y el recuerdo de Alejandra.

Parecía que Lucía lo entendía. Ella era comprensiva, y Carlos sintió que no tenía mas que explicar, por fin una amiga le había entendido. Estuvieronn un buen rato riendo y compartiendo recuerdos y aventuras apasionadas. Lucía había estado cientos de veces enamorada y a pesar de haber sufrido mucho, no renunciaba a enamorarse de nuevo. Si no estás enamorado es que estás muerto, decía.

Carlos, se dio cuenta de que llegaban a la estación y decidió preguntar a Lucia como había hecho para llegar al tren, y sobre todo cómo había cambiado su forma. Lucía contestó: “En los trenes siempre hay luna llena y la luna puede cambiarte”. A continuación, Lucia desapareció.

Un desafío en un tren con luna llena

Aquí está el nuevo desafío para el dibujista, un tren y mucha luna:

Carlos se había vuelto a quedar dormido en la estación. Le despertó una señora mayor que se sentó a su lado y le dio un bolsazo en la cara. Afortunadamente, en la bolsa solo había un sombrero de paja y fueron más el susto y el ruido que el golpe. Cuando miró el reloj, salió corriendo hacia el andén. Su tren estaba a punto de salir. Según corría, se imaginaba a si mismo cogiendo el tren en marcha, tirando su maleta al pescante y luego saltando. Pero hoy los trenes ya no son así, hay que correr antes de que el tren empiece a andar. Quizás los trenes ya no son aquellos animales mitológicos que cantaba Miguel Ríos.

Carlos llegó por los pelos y, cuando localizó el asiento 8B, se quedó sorprendido al ver a su compañera del 8A. Era la vieja que le había despertado en la estación. ¿Cómo había llegado ella hasta allí? Iba llena de bolsas, parecía tener 88 años y se movía con dificultad, incluso parecía que los temblores de sus manos indicaban un parkinson avanzado.

Sin poder decir nada, sin nada que se le ocurriera, se sentó junto a la anciana. Los primeros minutos fueron de silencio, pero enseguida la señora empezó a hablar con él. Le contó que iba a Madrid a ver a sus bisnietos, estaban a punto de hacerla tatarabuela, y no quería por nada del mundo perderse el nacimiento de su descendiente número 140. (6 hijos, 36 nietos, y ya iba por 139 bisnietos).

Carlos no sabía que pensar, lo de que Lucía, así se llamaba la anciana, hubiera llegado antes que él le tenía loco, pero por otro lado no podía ser una viejecita más pesada y aburrida. La conversación no era nada interesante, ella le hablaba de cada uno de sus hijos, de los nietos no se acordaba del nombre de muchos, y de los bisnietos ni hablamos.

Solo faltaban dos horas y media de viaje, Carlos pensaba que iban a ser eternas. A cada minuto, Lucía se le hacía más y más insoportable. Cuando estaba pensando en darle una voz a la vieja y decirle que se callara de una vez, ella le cogió el dedo meñique y, de repente, se transformó en una mujer espectacular. Si yo supiera escribir, os diría que era la reencarnación de Ava Gadner, pero con unos ojos aún más poderosos que los que tenía la diva de los 40.

Carlos se quedó obnubilado sin poder apartar la vista de los ojos de Lucía o quien fuera. Sin poder evitarlo empezó a hablar con ella sobre sus sentimientos más profundos, sobre cómo sobrevivir al amor. Carlos estaba perdidamente enamorado de una mujer con la que sabía que nunca podría estar. Alejandra estaba casada, no sabemos si felizmente, pero si casada y tenía 4 niños. Así que Carlos sabía que lo suyo era imposible.

Empezó a hablar con Lucia de como, cada mañana, él se despertaba pensando en Alejandra, con un punto siempre de tristeza, pero luego empezaba el día y su trabajo lo absorbía y parecía que la olvidara. Pero cada vez que durante el día Carlos tenía un segundo de descanso, y su mente se quedaba en blanco siempre aparecía como por arte de magia el sentimiento y el recuerdo de Alejandra.

Parecía que Lucía lo entendía. Ella era comprensiva, y Carlos sintió que no tenía mas que explicar, por fin una amiga le había entendido. Estuvieronn un buen rato riendo y compartiendo recuerdos y aventuras apasionadas. Lucía había estado cientos de veces enamorada y a pesar de haber sufrido mucho, no renunciaba a enamorarse de nuevo. Si no estás enamorado es que estás muerto, decía.

Carlos, se dio cuenta de que llegaban a la estación y decidió preguntar a Lucia como había hecho para llegar al tren, y sobre todo cómo había cambiado su forma. Lucía contestó: “En los trenes siempre hay luna llena y la luna puede cambiarte”. A continuación, Lucia desapareció.

Tagete

Tagete peque

Guillermo era el alcalde de su pueblo: Sotillo del Ideal. Llevaba siendo alcalde más de 5 legislaturas. Guillermo era de esas personas que caen bien a todo el mundo, tenía la capacidad de conciliar los intereses y pasiones de todos los que estaban a su alrededor.

Aquella vez que el pueblo estuvo a punto de partirse por la mitad por culpa del proyecto de la central eléctrica, él fue capaz de armonizar todos los intereses y encontrar una solución que gustó a todos.

Pero esa capacidad de equilibrio que era su principal virtud, era al mismo tiempo su peor maldición. Guillermo nunca pudo encontrar pareja, aquella vez que estuvo tan colgado por Rodrigo no se atrevió a dar los pasos necesarios para salirse de los esquemas tradicionales.

Siempre se arrepentiría de no haber estrechado a Rodrigo entre sus brazos y, cogiéndole del cuello, haberle besado con todo el alma, con todas sus tripas volcadas en ese beso para luego, sobre esa pasión instantánea, construir una vida digna de ser contada. Eso requería mucho coraje, mucha gente a la que decepcionar y a la que dejar colgada. Su espíritu conciliador no se lo permitía.

Guillermo vivía solo en un pequeño chalet adosado en el centro de su pueblo. En aquella casa tan normal solo se permitía un pequeño capricho en forma de actitud radical: su jardín. Era verde, absolutamente verde, sin una sola mancha de otro color. Como si hubiese sido pintado pantonera en mano, ajustándolo al Pantone 376 U. Guillermo empleaba sus tardes en cuidar su jardín, limpiandolo de cualquier pequeña planta que no cumpliera con el verde 376U. Esa era la única radicalidad que se permitía en su vida.

Una mañana cuando se levantó y miró a su jardín vio una enorme flor en el centro. ¿De dónde había salido aquel horror? Se puso un pantalón corto y bajo corriendo al jardín, arrancó la flor y volvió a dejar el jardín perfectamente verde, no cualquier verde, sino  el verde del Pantone 376U que él había elegido. A la mañana siguiente, se despertó aterrorizado con la idea de que la flor estuviera allí de nuevo, pero no, en su pradera perfecta no había crecido ningún engendro anaranjado. Días después, cuando creía que lo de la flor había sido una simple anécdota, una nueva aberración se erguía en medio de su jardín.

Lo cierto era que cuando tocaba la flor para arrancarla, su espalda se estremecía. Y es que; tenía que ser honesto consigo mismo, aquella flor le gustaba. Pero no podía permitir que aquello se impusiera sobre su necesidad de tener un jardín auténtica y únicamente verde. Al fin y al cabo, su jardín era la envidia de todos, y hasta había salido una vez en la tele “El alcalde jardinero del Pantone perfecto». Su verde era tan adecuado para un jardín que Google había usado el Pantone 376 U como referencia de color para todas las fotos de su aplicación de mapas.

Cada mañana que la flor aparecía, Guillermo la arrancaba de cuajo, con raíces y todo, se estremecía y se iba a trabajar.  Las primeras 189 veces no tuvo problema en hacerlo, pero de repente algo cambió, alguien volvió a su vida y las siguientes 76 veces se le hicieron un poco más cuesta arriba.

Al final, Guillermo se tuvo que rendir a la evidencia. Aquel tagete amarillo y naranja se había instalado en su jardín para siempre y podía ser feliz con él. La vida es así, se decía Guillermo cuando por las noches, antes de dormir, añoraba su verde perfecto.

Una tarde, por sorpresa,  Rodrigo volvió a su casa,  vino a contarle que estaba de nuevo solo que ya no tenía pareja. Cuando salió al jardín le dijo: “¿cómo sabías que el tagete es mi flor preferida?.

Interferencias

Interferencias

Salimos de viaje, ya está todo en el coche, apenas cabían las maletas. #findevacaciones

A mama siempre le faltaban unas bolsas de última hora. #receurdosdeinfancia

Por fin en el coche, ahora serán unas horas para pensar si la música no me absorbe. #quepaz

Como progresamos, aquí antes no se oía la radio, ahora en radio3 suena US Rails. #grupazo

Los ojos en la carretera la cabeza vuela entre los molinos, se cruza con los buitres, siempre pensé en qué ven los buitres. #locurasdeniño

Ahora duerme toda la familia. Y si no estuviera aquí. ¿Como serían otras vidas? #pensando

WTF se ha pinchado una rueda. #averíasdeverano

Pararon el coche junto a un campo de trigo enorme, el viento formaba olas con las espigas, y de vez en cuando, se escuchaba el ruido de un camión pasar.

Su hijo desapareció como por arte de magia. Se cayó por una agujero que estaba tapado por el trigo.

Cuando por fin llegó la guardia civil el padre no podía hablar, se había quedado sin alma, era como si su alma se hubiera caído por el agujero con el niño. Solo pudo darles su teléfono móvil para que la guardia civil viera sus últimos tuits.

La operación de búsqueda comenzó enseguida. Tres helicópteros, un centenar de voluntarios y una docena de perros policía venidos de Palencia.

Nadie se explicaba lo que había podido pasar, solo habían parado a cambiar la rueda pinchada, y mientras él preparaba los bocadillos, su mujer cambiaba la rueda.  Los niños se pusieron a corretear por el campos de trigo, se escondían agachándose entre las espigas. Julio, entre bocata y bocata, los miraba de reojo.

Cuando María empezó a llamar a Claudio a voz en grito, él pensó: “Otra vez sacándola de quicio, cuando aprenderá…” Pero esta vez los gritos de María no paraban y él empezó a preocuparse.

Oteó el campo de trigo buscando algún rastro de Claudio, él también empezó a llamarlo: “¡¡¡Claudio!!! Ya está bien, sal que tenemos que seguir viaje.” Pero Claudio no contestaba. Luego vino la llamada al 112, la desesperación, la llegada de los primeros guardias civiles, los voluntarios, los perros, los helicópteros y todo lo demás. Fueron 24 horas de angustia terrible, él no se quiso ir a dormir, estaba empeñado en que su hijo estaba en algún lugar de aquel campo de trigo.

Justo a las 24 horas y 15 minutos de la desaparición de Claudio se empezó a oír como un escape de gas que salía del campo de trigo, era como el ruido que hacen los bufones en el mar, pero continuo y cada vez más fuerte. Por un instante se paró el ruido como si el tubo se hubiera atascado y, a los pocos segundos, se oyó una explosión. Todos miraron al cielo para ver lo que había salido despedido y, para su sorpresa, vieron a Claudio empezando a caer con un paracaídas azul.  La cara de todos era una mezcla de alegría, incredulidad y asombro.

Claudio aterrizó con toda naturalidad, recogió el paracaídas como si lo llevara haciendo toda la vida, y lo tiró al agujero del campo de trigo que inmediatamente después se cerró.

Después de los abrazos, las preguntas sin respuesta, las lágrimas, las palabras de agradecimiento… la familia siguió viaje.  Claudio se acercó a su padre y le dijo:

“Papa, vengo de la otra vida que soñabas mientras conducías, y solo quiero decirte que no es mejor que la que tienes, no te iba a gustar.”

Llegando a casa. #viajesincreibles

Mañana es lunes, vuelta a la rutina. #tuitsdedomingo

Buenas noches a todos y mi FF a @guardiacivil de Palencia.

Un desafío de semana santa

Después de las vacaciones, y no solo de semana santa, vamos a seguir con los desafíos. Este es complicado para el dibujista, aquí está el cuento:

Salimos de viaje, ya está todo en el coche, apenas cabían las maletas. #findevacaciones

A mama siempre le faltaban unas bolsas de última hora. #receurdosdeinfancia

Por fin en el coche, ahora serán unas horas para pensar si la música no me absorbe. #quepaz

Como progresamos, aquí antes no se oía la radio, ahora en radio3 suena US Rails. #grupazo

Los ojos en la carretera la cabeza vuela entre los molinos, se cruza con los buitres, siempre pensé en qué ven los buitres. #locurasdeniño

Ahora duerme toda la familia. Y si no estuviera aquí. ¿Como serían otras vidas? #pensando

WTF se ha pinchado una rueda. #averíasdeverano

Pararon el coche junto a un campo de trigo enorme, el viento formaba olas con las espigas, y de vez en cuando, se escuchaba el ruido de un camión pasar.

Su hijo desapareció como por arte de magia. Se cayó por una agujero que estaba tapado por el trigo.

Cuando por fin llegó la guardia civil el padre no podía hablar, se había quedado sin alma, era como si su alma se hubiera caído por el agujero con el niño. Solo pudo darles su teléfono móvil para que la guardia civil viera sus últimos tuits.

La operación de búsqueda comenzó enseguida. Tres helicópteros, un centenar de voluntarios y una docena de perros policía venidos de Palencia.

Nadie se explicaba lo que había podido pasar, solo habían parado a cambiar la rueda pinchada, y mientras él preparaba los bocadillos, su mujer cambiaba la rueda.  Los niños se pusieron a corretear por el campos de trigo, se escondían agachándose entre las espigas. Julio, entre bocata y bocata, los miraba de reojo.

Cuando María empezó a llamar a Claudio a voz en grito, él pensó: “Otra vez sacándola de quicio, cuando aprenderá…” Pero esta vez los gritos de María no paraban y él empezó a preocuparse.

Oteó el campo de trigo buscando algún rastro de Claudio, él también empezó a llamarlo: “¡¡¡Claudio!!! Ya está bien, sal que tenemos que seguir viaje.” Pero Claudio no contestaba. Luego vino la llamada al 112, la desesperación, la llegada de los primeros guardias civiles, los voluntarios, los perros, los helicópteros y todo lo demás. Fueron 24 horas de angustia terrible, él no se quiso ir a dormir, estaba empeñado en que su hijo estaba en algún lugar de aquel campo de trigo.

Justo a las 24 horas y 15 minutos de la desaparición de Claudio se empezó a oír como un escape de gas que salía del campo de trigo, era como el ruido que hacen los bufones en el mar, pero continuo y cada vez más fuerte. Por un instante se paró el ruido como si el tubo se hubiera atascado y, a los pocos segundos, se oyó una explosión. Todos miraron al cielo para ver lo que había salido despedido y, para su sorpresa, vieron a Claudio empezando a caer con un paracaídas azul.  La cara de todos era una mezcla de alegría, incredulidad y asombro.

Claudio aterrizó con toda naturalidad, recogió el paracaídas como si lo llevara haciendo toda la vida, y lo tiró al agujero del campo de trigo que inmediatamente después se cerró.

Después de los abrazos, las preguntas sin respuesta, las lágrimas, las palabras de agradecimiento… la familia siguió viaje.  Claudio se acercó a su padre y le dijo:

“Papa, vengo de la otra vida que soñabas mientras conducías, y solo quiero decirte que no es mejor que la que tienes, no te iba a gustar.”

Llegando a casa. #viajesincreibles

Mañana es lunes, vuelta a la rutina. #tuitsdedomingo

Buenas noches a todos y mi FF a @guardiacivil de Palencia.